Buenas y malas intenciones de un doloroso aplazamiento

El FC Barcelona quiere jugar el Clásico el 18 de diciembre

El FC Barcelona quiere jugar el Clásico el 18 de diciembre / sport.es

Ernest Folch

Ernest Folch

El Barça aceptó oficialmente la fecha del 18 de diciembre para el clásico que debía jugarse dentro de una semana exacta. Lo que hizo el club blaugrana ayer fue limitarse a calibrar sus fuerzas, que son escasas, ante la ola de presión que le había levantado LaLiga, cuando por detrás, sin avisar y sin ningún tipo de consenso, filtró que quería cambiar el partido de sede. Al menos se ha conseguido que esta ocurrencia absurda, la de trasladar el partido al Bernabéu, cayese enseguida en saco roto, sin absolutamente nadie que la respaldara. Otro asunto es el cambio de fecha, sin duda discutible (como argumentó el día antes el propio Ernesto Valverde), pero también defendible ante la incertidumbre social y política que se vive ahora mismo en Catalunya. Lo cierto es que el club blaugrana tenía que acelerar necesariamente su decisión ante la necesidad imperiosa de reestructurar todo el ‘ticketing’ y reorganizar un partido que evidentemente no se suspende por su culpa: después de toda la cascada de acontecimientos, el club hizo probablemente no lo que quería sino lo único que podía. Hasta aquí, las buenas intenciones. Porque no parece que todas las actuaciones hayan tenido la misma buena fe: da la sensación que LaLiga aprovechó que el Pisuerga pasaba por Valladolid para abrir otro frente en su guerra contra Rubiales y de paso creó un clima muy peligroso que daba a entender, por supuesto sin decirlo explícitamente, que la afición del Barça no es de fiar y Barcelona no es un lugar seguro. Una vez más, se ha creado el ambiente perfecto para presionar al Barça, que siempre es el blanco de todos, y al que siempre se pone bajo el ojo del huracán ante cualquier crisis deportiva, social o política. En medio de este torbellino diabólico, más de un periodista se atreve incluso a hacer responsable al Barça de la violencia callejera en Barcelona, y si sigue la escalada es de esperar que en breve se le haga responsable del asesinato de Kennedy y del hambre en el mundo. La cuestión es que tanto ruido lo que verdaderamente tapa es que la suspensión del clásico es, como tantas cosas que estamos viviendo estos días, un inmenso fracaso colectivo.