Óbito
Adiós a Carlos Sierra, el gigante bohemio del último realismo asturiano
El pintor sierense, afincado en Oviedo, tenía 79 años
Chus Neira
Luto en el mundo del arte asturiano. El
pintor Carlos Sierra Cueto, un gigante por su presencia, trayectoria y ánimo creador, falleció esta mañana. Tenía 79 años y deja tras él una obra comprometida con un realismo trascendente, traspasado por la magia y la naturaleza y muy atada al dibujo que, ya desde pequeño, en su Lieres (Siero) natal sintió como una necesidad urgente.
Carlos Sierra había sufrido hace cuatro años un ictus del que se fue recuperando, regresando al taller y a sus cuadros dominados, en este último tiempo, por la naturaleza. Su estado de salud se agravó, no obstante, en los últimos meses y la familia anunció este domingo por la mañana su fallecimiento en Oviedo.
Su trayectoria, escueta en exposiciones individuales y esquiva con las convenciones del mercado del arte, reflejó ese aire bohemio y rebelde que arrastraba y que cultivó y alimentó en sus años en París y en Ibiza. Destacan, en todo caso, el homenaje que le brindó el Certamen Nacional de Pintura de Luarca en 1987 y la muestra “La realidad iluminada” en el Centro de Arte Moderno Ciudad de Oviedo en 1997.
Con orígenes en la familia langreana de su abuelo, donde él vislumbraba una saga mítica, en su infancia y primera juventud en Siero ya aprovechaba el papel de estraza de las compras para dibujar, como luego haría, llegado a
Oviedo
, con los sacos de arpillera convertidos en lienzo. En la capital asturiana encontró un hogar que, pese a las idas y venidas, nunca abandonó, amó y retrató. En Oviedo tuvo su primer contacto profesional con el dibujo, como grafista publicitario, vinculado primero a LA NUEVA ESPAÑA, medio del grupo Prensa Ibérica al que también pertenece este diario, a través de Gisbert y mediante Manolo Brun y luego con otras agencias, que le mandaron a Madrid para perfeccionar su técnica. La medalla de oro del IV Certamen Nacional de Arte Juvenil de 1964 fue uno de sus primeros reconocimientos y le permitió viajar a Barcelona y abrazar otros aires y otros artistas. Durante esa década también había vivido cinco años en París, ganándose la vida como retratista en Montmartre y empapándose de existencialismo y postimpresionismo. También de esos años (1966) son sus dos primeras exposiciones, en los Ateneos de Oviedo y de Gijón.
Su otra gran experiencia vital la tuvo en Ibiza en los años setenta, ya con pareja y con hijos. En la isla entró en contacto con las corrientes orientalistas, con el taoísmo y trató a Eduardo Úrculo, también instalado allí.
De vuelta a Oviedo, donde fijó su residencia, siguió desarrollando su obra dentro de unas coordenadas realistas alejadas, sin embargo, de la escuela del hiperrealismo español. Su pintura tiene unas características personales muy destacadas, tales como la presencia de cierto dramatismo y un velo poético, la reducción de la paleta cromática, su interés por la naturaleza en forma de indagación y la reducción de los elementos para reducir la figuración a los elementos esenciales.
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