Miqui Otero: "Rompí una silla del palco del Camp Nou con el penalti de Djukic"

Miqui Otero, autor de la novela 'Simón'

Miqui Otero, autor de la novela 'Simón' / ELISENDA PONS

Dídac Peyret

Dídac Peyret

Esto empieza con un zumo de naranja y termina con un quinto. Entre una cosa y otra Miqui Otero (Barcelona, 40 años) hace algo que se le da muy bien [hablar] y yo algo que se me da bastante peor [escuchar]. Pero esta vez enfrente tengo un gran contador de historias.

Queda claro con 'Simón' (Blackie Books), Premio El Ojo Crítico’ de Narrativa. Una novela que va de la vida misma. De darse cuenta de que nada es lo que parece y las cosas son como son. 

-Yo no tengo edad, lo que tengo son juventudes- le dice a Simón un personaje del libro. Y hay mucho de eso en la mirada de Otero sobre el fútbol.

Quien no sepa disfrutar de un buen partido de fútbol no sabe disfrutar de la vida. La frase es tuya…

Tengo muchos amigos que no les gusta y disfrutan de la vida. Pero entre los futboleros hay una lealtad a su propia infancia. A unos colores que no cambian, pero también a la intensidad con la que vives las cosas cuando eres un niño. Eso está en el fútbol. Y si lo mantienes de adulto es algo a favor. Quiere decir que no has olvidado esa pasión. Esa cosa absolutamente irracional que hace que seas incapaz de no ponerte delante de la tele el día que juega el Barça.

¿Qué mantiene vivo tu interés?

La pasión por lo imprevisto. Como iguala a gente de clases sociales diferentes. La justicia poética; a veces no gana el que tiene que ganar. El fútbol como algo colectivo. El hecho de quedar para verlo; el ritual en sí. Me parece que nuestras vidas son más plenas gracias a esto. 

El día que deje de gustarte...

Habré olvidado que fui un niño. Tengo un amigo que siempre me recuerda que cuando tomaba unas copas gritaba: “Schmidhuber ja passa un minut”, que es como mi Rosebud de ‘Ciudadano Kane’. Esta frase me lleva directamente a mi infancia porque es la frase que, creo que era Pitu Abril el locutor, gritaba cuando ya habíamos metido el gol y pedía la hora para que se acabase la final de Wembley. El día que no diga lo de Schmidhuber con unas birras de más se habrá perdido parte del hechizo. 

Mi recuerdo de la falta de Koeman es en diferido; de verla grabada en VHS. En el momento me encerré en el baño... 

Como Gaspart [sonríe]. Yo me compré el Sport para  tener el VHS de la época. Aún tengo el vídeo en casa de mis padres y se ve la cinta rayada de la de veces que llegué a poner en bucle la falta de Koeman. Otro mito fundacional que me une a mi formación como ser humano es la final de Sevilla.

¿Puede marcarte una final que te pilla con cinco años?

Es curioso porque no recuerdo nada del partido. Pero sí me acuerdo como  empezaron a repartir pegatinas de ‘Campions’ días antes  porque íbamos a ganar seguro.  Yo estaba en clase y el día antes de la final pegué la pegatina en mi pupitre de P5. Al día siguiente perdimos y dos días después fui a sacar los colores o lo que fuese de mi pupitre y de repente vi la pegatina. La profesora me metió una bronca que te cagas y me pasé como dos semanas intentando quitar la puta pegatina que no se iba con la uña de mis cinco años. Y ahí es donde aprendí que hay que preparase para lo peor siempre y luego si viene la alegría ya vendrá. Parece una tontería pero eso de la pegatina a mí me ha influido muchísimo en otras facetas de mi vida. 

Una cosa que persiste cuando somos adultos es esa mirada infantil de buenos y malos dependiendo de los colores; ¿te ves reflejado en eso?

No lo puedo evitar [risas]. Sigo manteniendo que nos lo ponen fácil. Fíjate en la época de Guardiola. Había algo de impostura con todo aquello de los valores, del país petit, del campanar... los jugadores del Barça parecían seres de luz. Pero disfrutamos mucho de que el Madrid perdiera y se pusiera tan nervioso. Los veías cada vez más en el papel de resentidos, de meter leña, y durante unos años casi que nos olvidamos que, en realidad, somos los culés los resentidos. Éramos los que ganábamos y los que lo hacíamos de la manera más bonita. Y no hacía falta añadir toda esa cosa de los valores. Pero claro delante tenías al Madrid en la esencia más chunga reconcentrada, que era Mourinho. Y era muy fácil, incluso con esa impostura, seguir siendo el bueno de la película.

"Stoichkov es mi macarra favorito; es un tío que te insultaba en catalán jugando un Mundial con Bulgaria"

¿Quién fue tu primer ídolo del Barça?

Calderé, no... miento. Mi primer ídolo del Barça fue un dibujo. Yo aprendí a leer con los tebeos de Eric Castel. Mi primer jugador favorito fue un personaje de ficción. Veías a Eric Castel y parecía Steve McQueen. Lo veía como un alienígena con ese pelo plateado y esa clase que te fascinaba absolutamente. Luego veías el Barça real, tu ídolo era Calderé, y casi preferías quedarte en la ficción [sonríe]. 

Tu novela está impregnada por la euforia del año 92 pero, siendo tus padres gallegos, supongo que la Liga del penalti de Djukic casi te provoca un conflicto diplomático en casa...

[Sonríe]. A ver, la final de Sevilla fue el descubrimiento de que no hay que ser demasiado optimista, mi primer desengaño romántico fue Laudrup (y no la primera novia que me dejó), y la primera mentira real que yo le digo a mi padre es ese partido. Mi primera traición padre-hijo fue la Liga de Djukic. 

¿Cómo lo recuerdas?

Yo iba muy poco al Camp Nou porque no tenía carnet y solo cuando me invitaban. Pero uno de mis mejores amigos del colegio sí que tenía carnets y además muy buenos. Y me dijo: vamos juntos. Teníamos 13-14 años. O sea que había el plus de ir solos al campo y estar en el palco. Dos adolescentes como monos eufóricos ahí. Y yo por dentro con la culpa galaica de pensar en mi padre, que es gallego. Llega el penalti, lo falla, y mi amigo y yo saltamos tanto que nos cargamos las dos sillas. Salimos del campo emocionadísimos y le digo a mi amigo: ‘he de trucar a mon pare abans d’arribar a casa’. Me voy a una cabina, marco el teléfono de mi propia casa, descuelga mi padre y le digo: te juro papá que no me he alegrado. 

Cualquiera te diría que los padres conocen bien las mentiras de sus hijos...

Yo seguí con la farsa. Llegué a casa, me vio supertriste y le di un abrazo. Pero entonces, en ‘Estudio Estadio’ o ‘Gol a Gol’, hicieron un plano del palco, cuando ya estaba vacío el campo, y se vieron clarísimamente las dos sillas rotas. En ese momento pensé: se lo confieso ahora o qué hago. Y no se lo confesé. Algo muy bueno de esas derrotas del Depor eran las ruedas de prensa de Arsenio. Ese día dijo algo maravilloso: mucho que decir y poco que contar. Como diciendo, te podría vaciar mi corazón con lo dramático que me parece esto, pero el fútbol es así. 

Cuál es tu villano favorito en esto del fútbol…

No sé si se le puede considerar malo, pero mi macarra favorito es Hristo. Es un tío que crece jugando en el equipo de fútbol de una fábrica y acaba siendo Balón de Oro. Es un tío que jugando Mundiales y Eurocopas con Bulgaria insultaba diciendo hijo de puta o fill de puta [risas]. Es como: ¡Estás jugando con tu país! Es una cosa muy loca muy carismática lo suyo. El fan fan de Hristo era Albert [se refiere al periodista Albert Martín] que consiguió entrevistarlo para la revista de la escuela en la que estábamos metidos. Y yo procuro respetar a los ídolos de mis amigos.

Me va bien esto que dices para hablar de Maradona, ¿se puede separar su vida privada de su obra?

Tengo un imán de Maradona con la camiseta del Nápoles en la nevera, así que mi primera reacción fue la que tienes con un icono cultural o incluso político, porque con su palabra siempre estuvo al lado del oprimido. Cuando para homenajear a un tío ponen la canción con la que salía a calentar con las botas sin atar, ves que es algo más que un futbolista. La primera reacción fue muy de tío. Luego, con el paso de las horas, también ves donde acabó esa persona. Y no me refiero a sus adicciones, porque hay mucha hipocresía con eso. Pero lo de los malos tratos sí me parece una linea roja. No puedes decir: era un mito y ya está, no vamos a hablar de esto. Hay que aprovechar un icono tan visible para plantearnos nuestros propios comportamientos. Pero tampoco puedes simplificar su figura a eso. Hay que explicar la figura de Maradona con toda su complejidad.