LA ÚLTIMA

Goleada a los 'guiñoles'

Emilio Pérez de Rozas

itad Barça, mitad Madrid. Unas gotitas de todo, un chorro de confianza, una catarata de `tiqui-taca¿, una confianza como la demostrada por unos y otros en la Liga para considerarse, para creerse, para ser parte de los mejores y, sobre todo, sabedores de que han de jugar mucho, demasiado, mejor que ellos para poder ganarles. Cierto, mucho de patria, demasiado, pero no hay nada más cierto que ese equipo, llamado selección, está integrado por gentes que no deberían de haberse peleado nunca y que, sin embargo, lo han hecho. Pero también es verdad que, como ha confesado uno de ellos, bueno, no, los dos, los dos `monstruos¿, Iker Casillas y Xavi Hernández, una llamada telefónica fue suficiente para que aquello que se les estaba yendo de las manos (como reconoció honestamente el azulgrana) volviese a su cauce, importándole muy poco, poquísimo, al meta madridista que el bobo de su entrenador, conocido como José Mourinho ¿envidioso de que España juegue como el Barça y envidioso de que se hable más de los culés que de los merengues--, se enfadase por esa inteligente conciliación.

La selección, que sigue demostrando porqué es la gran favorita de esta Eurocopa, aunque Alemania hace ya días que saque pecho (será por su poder económico) y se autoproclama ya casi campeona (después no solo de vencer sino de insultar a Grecia en sus medios de comunicación), cerró ayer un partido complicadísimo, sin duda, frente al rival más peligroso de los cuartos. Y lo hizo con una mezcla de fútbol, experiencia, saber estar, saber hacer y dominio de la situación. Cierto, muchos hubiesen querido que lo hubiera hecho como Alemania, a lo grande, a lo bestia, goleando, pero Francia no es Grecia. De momento, y con el cambio de Gobierno parece que no lo será nunca. Así que España, que parece más cerca de Grecia que de Francia y, por supuesto, que de Alemania, hizo bien en jugar su partido, que no es otro que el de poseer el balón, adquirir ventaja (¡enorme cabezazo el de ese vasco, que todos quisieran tener en su equipo!), controlar los tímidos ataques galos (“¡guiñoles, chuparos esos dos goles!”, cantaban al final los cientos de españoles que había anoche en las gradas del estadio) y rematar de la mano, del pie, de Xabi Alonso tras otra de esas internadas relampagueantes del bueno, del nervioso, del veloz, del sagaz, del pícaro, Pedrito, `don Pedro¿.

Y ahora solo me queda el gozo (y perdón por el atrevimiento) de asistir durante tres días, lunes, martes y miércoles, a cómo afronta la hinchada mediática madrileña el enfrentamiento entre `su¿ Roja y `su¿ Bestia, Cristiano Ronaldo. Porque igual es España quien acaba quitándole el Balon de Oro al madridista y entregándoselo a Leo Messi...o a `Andresito¿ Iniesta. Y ellos cantando la gesta. O no.