SEXTO SENTIDO

Veo, veo

Piqué, junto a Ter Stegen, durante el Periscope

Piqué, junto a Ter Stegen, durante el Periscope / sport

CARME BARCELÓ

¿QUÉ VES? Pues una cosita que empieza por ‘P’ y que está sacando de quicio a propios y extraños. De hecho, son dos: Piqué y Periscope. Ambos caminan de la mano estos últimos días y han revolucionado algo más que las redes sociales. Al personal, de entrada, le ha hecho gracia. Quien más quien menos lleva un Gran Hermano dentro y que un jugador muestre lo que el ojo del aficionado no ve tiene su gracia. Reconozco que, como periodista y comunicadora, me parece que Gerard nos hace un regalo. Conectarnos con él tras un partido, escucharle sin filtros, ver el segundo y el tercer plano que nos enseña y darle un lametón al bocadillo de Nutella no deja de tener su aquel. Menos divertido le pareció a algunos de sus compañeros, muchos de los cuales ni salen en la segunda conexión en el avión, y que en breve gestionarán con Piqué la conveniencia o no de este nuevo juguetito. Con los de la capital esperando la mínima para hacer sangre, lo que está claro es que el ámbito profesional es uno y el personal, otro. O lo que es lo mismo, que el FC Barcelona debe gestionar la comunicación del club en toda su dimensión económico-deportivo-social y lo que haga Piqué en su casa, ya es cosa suya. El jugador ha abierto las compuertas de un avión que cerró Luis Enrique hace unos meses a los medios de comunicación como Laporta lacró el palco en el 2003 o los entrenamientos pasaron a ser, hace unos años y de un día para otro, a puerta cerrada. Lo que hubiera dado de sí un Periscope de Toni Freixa en aquellas bambalinas, por poner un ejemplo. Y lo que podíamos explicar los periodistas de aquellos entrenamientos con Venables, Cruyff o Menotti, batallitas que aún recordamos los veteranos cuando vemos reconvertidos los clubs en auténticos búnkers. Vamos del hermetismo al Periscope, del ‘seny a la rauxa’. El término medio nos llevará al resultado justo pero, mientras tanto y en este momento dulce, vamos a jugar al ‘veo, veo’. Y sin rasgarnos las vestiduras, que tampoco es para tanto.