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Ha muerto la sabiduría, ha muerto Carme Valero

Hasta siempre Carme Valero (1955-2024). Hoy, en el día de tu despedida, te prometemos que no te olvidaremos. A ti, que nos enseñaste tanto y nos llevaste hasta lo imposible. 

Bob Dylan decía:

-Cuántas muertes más serán necesarias para darnos cuenta de que ya han sido demasiadas.

Y ahora esta, que detiene el tiempo en este 1 de enero, en ese día sin noticias, en el que nos conformábamos con los ecos de la San Silvestre.

Precisamente, ella ganó la Internacional en 1986.

Y ella es Carme Valero que hoy se nos ha ido sin avisar en Sabadell y nos deja el corazón hecho una pena.

Se ha ido y todavía nos acordamos de la pasada primavera en el estreno de la película ‘Loli Tormenta’ aquel día que estuvimos con ella, porque en esa película la inspiración estaba gobernada por su recuerdo.

Y nos acordamos entonces de que aquel día Carme tenía buena cara y de que tenía buen aspecto y de que daba gusto escucharla a ella, que fue la primera atleta española campeona mundial de cross en Chepstow (Gales).

Y, al año siguiente, repitió en Düsseldorf (Alemania): 1977.

Pero Carme llegaba hasta el infinito.

Todavía me acuerdo de la primera vez que hablé con ella y me contó como, siendo una jovencita, desafió a aquel miembro de la Federación Española de Atletismo que se refirió a ella y a todas sus compañeras como “esas culonas y pechugonas, las españolas”.

Pero es que el recuerdo de Carme Valero pisa el acelerador, quizá porque ella resolvió rápido la ecuación:

– Si había que hablar de presión no había nadie que me pudiese presionar más de lo que yo me presionaba a mí misma -decía ella,  marcada siempre por el recuerdo de su padre que murió a los 56 años y que su hija veneraba en versión original.

-Él era el que me llevaba a la parada del autobús y me recogía a las diez de la noche. Hacía todo lo que un padre puede hacer por una hija.

Quizá por eso Carme era energía positiva. Quizá porque, como ella decía, “la satisfacción radica en el esfuerzo, no en el logro”.

Y lo decía Carme, que fue propietaria de una magnífica biografía a la que sólo faltó que Serrat le dedicase una canción y la titulase: las princesas existen.

Carme fue una princesa hasta que su corazón se ha cansado de latir.

Carme fue una niña criada en medio de los bosques de Cerdanyola y allí descubrió que “la presión no valía la pena” y que la vida, por encima de todo, es un estado de ánimo. 

-Yo llegue a competir, a estudiar y a trabajar, a hacer las tres cosas a la vez. Pero del esfuerzo una aprende que todo tiene un precio y hasta te satisface, si te gusta lo que haces”.

Por eso conviene escucharte e interrumpirte lo menos posible -le dije el día que hablé con ella.

Y aquel día me contó que, detrás de la atleta, existía la mujer que sumaba 39 años de vida laboral, la muchacha que empezó de dependienta en una tienda y que, después de estudiar Comercio, trabajó en un banco.

La mujer que ya se había ganado el derecho a vivir a su manera.

La mujer que decía: “Ahora ya no es como en mi juventud: ya no hay prisa por llegar a la meta”.

Recuerdo que escuchando a Carme Valero lo pasé francamente bien y que titulé aquella historia: ‘La mujer es sabia’.

Acompañamos el texto con la misma fotografía de hoy, una pieza de museo.

Porque los museos también guardan cicatrices y aquella Carme  curaba heridas en el gimnasio y en la natación porque admitía que su rodilla estaba machacada, la edad es el precio que pagamos por vivir (y más a ese ritmo, le dije yo).

Carmen superaba los 60 pero podía terminar 10 kilómetros por debajo de 4’30″/km.

Carmen también podía ser Evelyn en ‘Tomates verdes fritos’, la película que hemos visto hoy: “Soy demasiado joven para ser vieja y demasiado vieja para ser joven”.

Pero se nos ha ido: la vida no siempre razona. Ni siquiera un 1 de enero.

Y uno siente escribir esta nota de despedida. Y lo siente mucho, porque que yo sepa las lágrimas no hacen falta un 1 de enero (queda mucho año).

El desahogo es que su recuerdo es como una herencia.

Todavía es como si la escuchase decir:

-Supe esperar. Supe llegar hasta el final. Hasta que gané mi primer Mundial de cross pasé por todas las etapas: en el primero fui la 31; en el segundo, la 25 y en el tercero, en Monza (Italia), en el que vino a verme toda la familia, fui la novena”.

Y, al siguiente, lo logró.

Y me contó que todo eso estaba domiciliado en una libreta suya en la que decía que apuntaba cada detalle y en la que figuraba con letras mayúsculas aquella frase que le decía Josep Molins, su entrenador, en la soledad de los entrenamientos, fuese en los bosques o en las pistas de cenizas:

-Carme, tú no fallas nunca.

 


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