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¿Cómo celebrar que tu madre cumpla 100 años?

Hay momentos en la vida que no dejan indiferente a nadie. Hoy, la madre de un hombre como Sergio Fernández Infestas, que ha entregado media vida al atletismo, se convierte  en centenaria.  

Doña Fe cumple hoy 100 años.

Y eso también hay que contarlo.

Es más, esta es una historia que debería haber escrito Delibes y no yo, que no soy más que un espontáneo.

Pero da la casualidad de que el que conoce a su hijo soy yo.

Y su hijo se llama Sergio, Sergio Fernández Infestas, que se esforzó por darlo todo en el atletismo veterano y que hoy es un hombre jubilado de 67 años que todavía madruga para salir a correr 14 o 15 kilómetros por las mañanas y que todavía hace trabajo de fuerza para no dejar nunca de correr y que hasta se compró una bicicleta elíptica en aquellos tiempos del confinamiento.

Pero el de ahora ya no es aquel Sergio que vivía por y para entrenar, que doblaba mañana y tarde y que era incapaz de tomarse una bebida gaseosa no fuese a ser un arma de fuego.

La diferencia es que el Sergio de ahora es un hombre más humano que expulsó de su habitación a las obsesiones del pasado y que tiró al amor propio por la ventana.

El Sergio de ahora es un debutante que te explica que su felicidad es la de escuchar cada día a su madre, la de prepararle la comida, la de acariciarla el pelo.

Y esto es el cariño, que tiene por costumbre  domar a las fieras y disfrutar de las pequeñas cosas como el paseo que ayer por la mañana salieron a dar los dos, madre e hijo, y que duró 36 minutos para despedirse como Dios manda de los dos dígitos.

Y no pasa nada porque Madrid levante días fríos y gélidos, porque no hay nada que no se pueda lograr con ropa de abrigo y no se pueda terminar con Sergio, que casi nunca se atrevió a dejar nada al azar por temor a que le hiciese daño.

Y hoy, por fin, ha llegado ese día en el que Doña Fe ha cumplido 100 años y que su hijo guardaba en la caja fuerte.

Todas esas veces en las que ha soñado en voz alta con este día y con su celebración, con esa celebración que ha preparado para el sábado en la que vendrá su familia del atletismo de media España y los móviles tirarán fotografías sin miedo y Doña Fe saldrá como Audrey Hepburn en todas ellas, sin excepción.

Y si alguien cerrará los ojos de emoción ése será Sergio, que hace tres años lo apagó todo y se encerró en casa para cuidar de su madre.

Y este sábado quizá Doña Fe ya no distinga las emociones, pero entonces bastará con que alguien le recuerde a Sergio lo que Bette Davis le recordó a Jerry en ‘La extraña pasajera’:

-Oh, Jerry, no hay que pedir la luna. Tenemos las estrellas.

Y hoy, 25 de octubre de 2023, la estrella es ella, la estrella es Doña Fe, como lo fue hace 100 años cuando nació el 25 de octubre de 1923.

Y el único que podría competir con ella será Carmelo y su poesía, el mejor poeta que ha fabricado el atletismo y que vendrá de  Burgos para darla un beso, para compartir mesa y mantel y para recordarla que ella, a los 100 años, continúa siendo más joven que él, a los 64.

Y ahora, que ya estamos en la recta final del maratón y que ojalá dure, Doña Fe.

Y ahora que todas las palabras son pocas.

Y ahora que la eternidad es una felicitación de cumpleaños.

Y ahora que yo mismo me emociono al relatar esta historia que es una inspiración para los que todavía tenemos una madre a la que decir ‘te quiero’ y a la que demostrárselo de verdad.

Y, como tú debes pensar en la tuya, yo pienso en la mía, que este mes de agosto cumplió 80 años y que siempre está ahí y que conserva intacta esa inteligencia y esa honestidad frente a la adversidad.

Y ¿cómo no va uno a entender a Sergio?

Aún más cuando ayer me contaba que en estos tres años, en los que ha desaparecido del mapa, en los que ha entrado en el mundo de su madre y en los que la ha llevado durante tantos paseos de la mano en el barrio, le han ocurrido cosas maravillosas como aquel día que parecía anónimo en el que se les acercó aquella mujer, Alicia, que, a partir de ese día, ya nunca más volvió a ser anónima:

-Yo a esta señora la conozco de cuando íbamos a comprar a la tienda de ultratamarinos de Don Mariano y era una  mujer muy elegante -les dijo.

Y ayer esa misma mujer, que se llama Alicia y que  irá a la celebración del sábado y a la que Sergio ha repetido en todos los idiomas del universo que, por favor, no traigas ningún regalo, que mi madre ya no necesita nada, que mi madre ya tiene de todo…, esa misma mujer llamó ayer al telefonillo de casa y luego subió y se presentó con cuatro rosas (que hoy figuran pacíficas en un jarrón) y una fuente de arroz con leche (que, sin pedir permiso, se convirtió en la alegría de la casa)

Y, aunque ya no le hacía falta, Sergio ha vuelto a entender que todo lo que ha prescindido en estos tres años ha valido la pena, porque su madre no sólo le ha permitido cuidar de ella. También le ha concedido el deseo de conocer gente maravillosa por la calle. Y eso es lo mejor que hay en la vida porque, si lo aprecias, ya sólo te queda obedecer al profesor Keating. Aquel profesor de literatura que pretendía que sus alumnos en ‘El club de los poetas muertos’ heredasen su sabiduría:

-Carpe diem (disfruta el momento) -les decía.

 


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