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Ana Lozano: el día después

A los 33 años, Ana Lozano, que fue una magnífica atleta en 2017, anunció que ya no volverá a luchar más en su vida para volver al atletismo de élite. Hoy, es el día después.  

 

33 años y una vida atlética que hoy se puede resumir en la letra de la canción de Sabina: ‘Peces de la ciudad’. 

En Comala comprendí que al lugar en el que has sido feliz no deberías tratar de volver. 

Y Ana Lozano no volverá.

Porque ayer se despidió para siempre del atletismo de élite.

Y lo hizo en un cara a cara en la Casa de Campo  con el periodista Alberto Hernández.

Y entre los dos nos hicieron reír y llorar.

-Se cierra un lugar para mí, muy emocionante donde se queda mucha gente que sigue viviéndolo pero al que yo jamás voy a volver -le dijo Ana a Alberto.

Y Ana lo hizo con pena.

-Si fuésemos inmortales lo intentaría toda la vida.

Pero ya no podrá.

Por eso ayer no fue el día de la jubilación, sino el de la graduación de Ana Lozano que, luciendo los tatuajes de un pasado bucanero, se pasó a media tarde por redes sociales:

-Saturación de amor por todo lo que estoy recibiendo hoy.

Y añadió:

-No está siendo fácil, pero hoy es un día muy triste y muy bonito a la vez.

Así que hoy es el día después en el que ya no hay forma de corregir al pasado porque el pasado ya dictó sentencia: la gota que ha colmado el vaso.

Atrás queda una historia que no ha salido bien o que pudo salir mejor y que jamás olvidará el año 2017 en el que Ana Lozano se quedó a unos segundos de pasar a la final de 5.000 metros en el Mundial de Londres.

Hizo una marca magnífica 15’14” porque aquel año y aquel verano fue muy competitiva.

Quizá porque Sabina siempre lleva razón:

No hay más ley que la ley del tesoro en las minas del rey Salomón.

Y entonces recuerdo que yo conocí aquel año a Ana Lozano en la grada de la pista de Gallur un sábado por la tarde allí sentada junto a su entrenador Javier Cañadillas.

Y les hice la fotografía que acompaña este relato y que era la prueba gráfica del invierno tan extraordinario que estaban viviendo.

Semanas después, Ana fue finalista en el Europeo de pista cubierta de Belgrado; 8’55”.

Y, fueses por donde fueses en el atletismo, todo el mundo te hablaba de aquella chica de Guadalajara:

-Ana Lozano.

Y no era lo que había hecho, sino lo que le quedaba por hacer.

Pero hoy, volviendo a leer aquella entrevista tropiezo con esa piedra que se metió en el zapato de Javier Cañadillas al recordar su pasado como atleta y que resultó ser una premonición:

-Me cansé de entrenar como un burro y de no recoger los resultados y esa es una parte de la vida que muchos atletas no conocen y que hay que explicar.

Y así ha sido el peregrinaje de Ana Lozano estos últimos siete años: querer y no poder.

El 2017, amarillo y frugal como el sol, se marchó y no volvió más.

Ana ya nunca más volvió a ser la atleta que fue.

En caso de haberla vuelto a entrevistar, Ana nunca me hubiese vuelto a decir:

-Cada día que pasa puedo renovar esa frase y decir que he realizado el mejor entrenamiento de mi vida.

Las lesiones no lograron sacarla de quicio, pero interrumpieron decisivamente su vida deportiva.

Y acabamos en una playa sin mar.

Y ayer, cuando la escuchábamos, nos dimos cuenta de que ha sido mucho tiempo y de que recordar 2017 ya casi es una hazaña para la mayoría.

Yo sí volví y me acordé de aquella joven de 25 años con unos ojos que parecían elefantes, que había estudiado biología, que había repartido los últimos años de su vida de estudiante en Alemania, Holanda y Francia y que ahora quería intentarlo en el atletismo.

Y salió.

En aquel 2017, en el que Ana Lozano se tomaba una onza de chocolate negro cada noche después de cenar, salió.

Pero faltó esa continuidad que la hubiese hecho inmortal o que hubiese hecho justicia con aquella chica, cuya sonrisa entonces parecía una habitación con vistas al mar.

Pero no pudo ser.

Al destino no le dio la gana.

Y todo fue más duro por dentro y por fuera.

Su paisano Gerardo Cebrián lo demostró ayer en su despedida:

-Creo que nunca he visto una atleta española con tanta calidad y con tantos problemas de lesiones como Ana Lozano.

Y hasta nosotros mismos nos cansamos de esperar hasta ayer cuando Alberto Hernández sacó el bisturí:

-Ana, llevas un tiempo tratando de recomponerte como atleta.

Y entonces apareció ella que contestó como cuando no quedan islas para naufragar y se marchó al país donde los sabios se retiran del agravio de buscar labios que sacan de quicio  

 

 


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