De todas las imágenes que dejó Valverde como entrenador del Barça, ninguna fue tan premonitoria como la de la tarde que lo echaron. Ese día abandonó las instalaciones del club con una sonrisa irónica y el reflejo del escudo en el parabrisas de su coche. Se marchó con el equipo líder en LaLiga pero con una expresión de alivio. Valverde sabía más que el resto. Sabía que había exprimido los últimos coletazos de una generación de oro. También que la plantilla necesitaba una sacudida importante que Bartomeu no estaba por la labor de hacer.

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