Sobre Guardiola y el guardiolismo

Cada gran tropiezo de Guardiola genera inevitablemente una literatura de reproches

Pep Guardiola ha creado escuela al margen de los resultados

Pep Guardiola ha creado escuela al margen de los resultados / EFE

Ernest Folch

Ernest Folch

Cada gran tropiezo de Guardiola genera inevitablemente una literatura de reproches, solo a la altura de la literatura de elogios que provocan sus éxitos. Guardiola es y será siempre un foco de atención porque su figura adquirió una dimensión universal desde su debut en el banquillo del Barça, una de las irrupciones más espectaculares que se recuerdan en el fútbol. Sus tres maravillosos años en el Barça fueron la culminación de las ideas de Cruyff, su padre futbolístico, la plasmación a la práctica de una auténtica utopía. La concreción de aquel sueño no le ahorró curiosamente su particular grupo de ‘haters’ locales, que renacen con fuerza a cada nuevo tropiezo.

En Barcelona hay quien no le perdona todavía haber sido un devoto de Cruyff hasta sus últimas consecuencias, y en Madrid hay quien por supuesto no le perdona que lleve lazos amarillos y se haya significado a favor de un referéndum en Cataluña: esto, y nada más, es lo que explica el por qué Pep es portada en algunos medios solo cuando pierde. Se trata de un puro ajuste de cuentas. Cierto, en todos lados cuecen habas y proliferan los que son incapaces de reconocerle sus éxitos indiscutibles, que van más allá de los títulos. Su capacidad admirable de defender sus ideas hasta las últimas consecuencias, la pasión por el fútbol que es capaz de contagiar a sus jugadores, su don para dar un sentido a todo lo que hacen sus equipos, lo convierten, les guste a no a sus detractores, quede o no eliminado en cuartos de Champions, en uno de estos raros entrenadores que dejará una huella indeleble en este deporte. Las sospechosas prisas con las que algunos se lanzan a despedazarle cada vez que pierde algo, más que hacerle daño, solo sirven para delatar a los que hace años que le esperan, por razones ideológicas, con argumentos ya precocinados. 

Sin embargo, a Guardiola le ocurre algo común con las grandes figuras que influyen en cualquier ámbito de la vida. Son tan ridículos sus detractores, incapaces de reconocer la dimensión de su figura, como su aduladores, incapaces de discutirle una sola coma de su obra. Decir que Guardiola se equivocó en la alineación de la ida de los cuartos ante el Tottenham o que sus equipos han sido en general muy ingenuos en los momentos clave de la Champions debe ser compatible con el respeto que merece su figura. Como decir que en el Barça se equivocó avalando algunos fichajes, como por ejemplo el fiasco de Ibrahimovic en lugar de Eto’o, no empaña para nada el lugar que ocupa en nuestra historia. Por suerte, Pep ya es mayorcito, y sabe mejor que nadie que las críticas constructivas y honestas son necesarias para fortalecerse. De la misma manera que no puede estar pendiente de los que le odian, debería también empezar a sospechar de los que son incapaces de decir o escribir nada que no sea, como el espejo de la madrastra, una loa incondicional a su perfección.