En peligro de desafección
Ya hace tiempo que cualquier actividad de ocio suena más atractiva, incluso para el culé más acérrimo, que sentarse a ver un partido del Barça. Años atrás, era obligado seguir los noventa minutos para degustar a fondo lo que ofrecía cualquier cita barcelonista mientras que ahora está todo en el resumen de las jugadas más destacadas. Pero no es una cuestión de nostalgia sinó de presente: el aficionado puede encontrar cada fin de semana varios partidos mejor jugados que los del Barça o, por lo menos, disputados con más sentido y entusiasmo.
Si el paréntesis liguero nos hizo olvidar lo mal que llegó el Barça al parón, el partido de Leganés, frente a un colista con tufo a descenso, nos recordó que el equipo no arranca. Gana, como lo había hecho dos semanas antes frente al Celta, pero las sensaciones son difíciles de empeorar.
Valverde agita su pizarra -el sábado recurrió al 4-2-3-1 que le permitía acumular delanteros a costa de renunciar a un centrocampista- como si buscara optimizar el rendimiento de sus individualidades ofensivas y renunciara a intentar potenciarlo a través de la generación de juego. Pero lo hizo como quien se entrega al ensayo-error, sin convicción. Y, claro, tampoco funcionó.
Sensación de pereza
Si en las dos temporadas anteriores, el equipo de Valverde tenía un relato pragmático pero descifrable, el de este curso no se sabe muy bien qué quiere. Si el técnico ha diagnosticado lo que le pasa a su equipo, no lo parece. Y lo peor es que, en vez de rebelarse, los futbolistas transmiten sensación de pereza, de hastío. Es evidente el contraste con el entusiasmo que destila una plantilla teóricamente inferior como la del Madrid pero que sí está evolucionando y que, sobre todo, desprende energía y vitalidad en sus últimos partidos.
Ante todo ello, Valverde igual sale satisfecho de rescatar una victoria gris y obtenida de rebote, que se queja de la exigencia de ofrecer una lección en cada partido o de la tendencia del entorno barcelonista a no valorar las cosas buenas que tiene su equipo. Quizás porque cuesta verlas cuando uno aparta la vista de la clasificación.
En este contexto, en que futbolistas y entrenador se aferran al liderato y parecen dispuestos a vivir en hibernación hasta que se decidan los títulos en primavera, se impone exigir el fin de la decadencia. Porque -se diría- ignoran que quizás la inercia no les lleve esta vez hasta el final, y que la desafección que provoca su juego amenaza con dejarles solos ventilando trámites
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