Huevos estrellados

Santiago Solari saluda durante el entrenamiento del primer equipo del Real Madrid del 30 de octubre

Santiago Solari saluda durante el entrenamiento del primer equipo del Real Madrid del 30 de octubre / EFE

Carme Barceló

Carme Barceló

Fritos. Duros. Crudos. Revueltos. Estrellados. Pasados por agua. Formas de cocinar unos huevos y la situación de un Real Madrid cuyo nuevo técnico se estrenó en Melilla con un mantra cimentado en otros dos, más cercanos, pegados al cuerpo y aliñados con testosterona. “Con dos cojones”, dijo el poeta. Solari, tan florido él como articulista y tan de estar por casa cuando hay que levantar la moral de la tropa. A lo legionario. A pecho abierto. Sin sofisticación alguna. ¿Para qué? Tras 33 años en a esta bendita profesión confirmo que, cuando pintan bastos, se vuelve al mensaje involucionado y de fútbol-piedra que, según escuché en el El Chiringuito de Mega, “es lo que necesita este Real Madrid”. Un par de huevos te solucionan una cena. Y una noche como la de ayer.

La lluvia en Melilla es una maravilla. Más que nada por lo poco habitual que es en la zona. Con tormentas varias se estrenó Solari. 0-4 y, como decimos por aquí, “qui dia passa, any empeny”. Sonrisas del argentino en la sala de prensa, antes y después, y dolor sostenido en el madridismo. ¿En el vestuario y en la cúpula? Allí baten los huevos, hacen una tortilla, te dan un trozo de pan para acompañarla y aquí paz y después, gloria. Eso sí, el entrenador provisional puso a Vinicius en el ‘once’ titular para que se mojara ante su presidente. Algo no hizo Lopetegui, que le dejó a cubierto y bien vestido en la grada del Camp Nou. Eso provocó un aluvión de SMS en el teléfono móvil de Florentino Pérez media hora antes de la ‘manita’. “Échalo ya”, le escribían. Solari no necesitó que le mandaran ningún mensaje: el chaval de los 45 millones estuvo en la alineación titular antes de salir de Valdebebas.

Me gustan los huevos estrellados. Son alegres, gustosos y demandan buena compañía. No soporto los pasados por agua. Pero cuando las estrellas se hunden en el charco es cuando se produce el desastre. No saben -o no quieren- nadar. Vayan con un par o con un libro de recetas. El problema no es el cocinero ni el método: es el dueño del restaurante. Y eso, en un día, no se arregla.