El perro de Florentino

Florentino Pérez, en una imagen de archivo

Florentino Pérez, en una imagen de archivo / sport

Risto Mejide

Risto Mejide

Hubo un tiempo en el que los perros no se adoptaban, sino que se compraban. Como quien se compra un mueble. Afortunadamente, al menos en eso, casi todos nos hemos sensibilizado. Lo que sí es cierto es que en esa época, cada cierto tiempo, a las mascotas les daba por ingerir deberes. Como abuelos solo había cuatro y no se les podía matar demasiadas veces, la mejor excusa para no presentar las tareas hechas era el ya clásico “lo siento, seño, pero se los comió el perro”. Aunque parezca inverosímil, así, a golpe de excusa barata y de profesores hartos, fui pasando cursos de primaria mientras mis perros seguían a rajatabla la dieta del Din-A4. Así me ha ido después. 

El caso es que empatizo muchísimo con el presidente del Real Madrid cada vez que el Barça llega a la final de Copa. Pasó en 2012. Volvió a pasar en 2015. Y ahora, se repite la historia. Al Bernabéu le salen las obras como a quien le sale un grano cada vez que tiene una cita importante. Lo mismo que me ocurre a mí con la lluvia y el coche. Si algún día quieres que llueva, tú avísame que lavo el coche. No fallo nunca. Diez de cada diez veces, la clavo. 

Para empezar, me hace gracia que siempre se recurra al Bernabéu. Como si no hubiese otro estadio, oiga. Sí, ya sé, que si aforo, que si capacidad hotelera, que si equidistancia, bla bla bla. Venga, que a nadie se le escapa el hecho de que para los merengues es un chiste: van un catalán y un vasco y piden jugar la final de la Copa del Rey de España –y pitar su himno– en el estadio del señorío y el pundonor. Es como si la ex que te dejó te pidiese tu cama de matrimonio para montárselo con el ex de tu pareja en su noche de bodas. Algunos lo llaman recochineo. Otros lo llaman morbo. Yo prefiero llamarlo espectáculo. Pero es que además, lo que le sigue a esta reposición es aún más curioso. Ahí tenemos a uno de los 13 hombres más ricos de España según Forbes, con más de 1.740 millones de euros en su haber, esgrimiendo argumentos de lo más peregrinos para no tener que ceder el estadio, una vez más. 

El magnate con fobia a las entrevistas sin pacto y sin guión, de pronto se pone de perfil y con ese gesto de solvencia con el que convenció al presidente de turno de que le pagáramos un Castor con el dinero de todos, nos dice que, justo este año, al Bernabéu se lo comió el perro. Si como mínimo le hubiera encargado los lavabos, las reformas o la grada de animación a Calatrava, lo entenderíamos, pero es que ni siquiera. Presidente, le tengo por una persona inteligente, así que le rogaría que no nos tomase por tontos. Díganos que no le hace gracia. Díganos que le parece una provocación. Díganos que por encima de su cadáver. O al menos tenga la valentía de decirnos a todos lo que le dijo en privado al periodista Sebas Guim: “Que se lo vayan quitando de la cabeza”. Pero por lo que más quiera, y hablando de perros, no nos vuelva a hacer un Toschack: si tienes perro, no ladres tú.