Y Messi se abrazó al Camp Nou

Messi celebró por todo lo alto la remontada

Messi celebró por todo lo alto la remontada / FACEBOOK

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

El sábado, ¿lo recuerdan?, les hablé de lo que algunos habían denominado ‘la catapulta’, el efecto que produciría en el vestuario (equipo) azulgrana el anuncio de que su entrenador, Luis Enrique, no iba a continuar la próxima temporada. Aquel día, les comenté que Messi&Cia iban a reaccionar con profesionalidad, dignidad, competitividad y gallardía a la nueva situación que se les planteaba: convertirse en la única referencia de los triunfos y derrotas del equipo.

leo, quédate; leo, quédate

La reacción del equipo frente al PSG, que vivió asustado, encogido, buena parte de los 95 minutos, que acabarían siendo un funeral para ellos y provocando el éxtasis mundial (a excepción de los seguidores y prensa del Real Madrid), fue inmaculada, portentosa, pletórica y, como me contaba un buen amigo culé, “llegamos, incluso, a ganar como lo hace habitualmente el Real Madrid: sin jugar bien, agarrados a la épica, con Messi disfrazado, oculto, simulando ser Cristiano Ronaldo y con la ayudita arbitral. Perfecto”.

La fotografía de Santi Garcés, del FC Barcelona, es, en efecto, el vivo reflejo de aquella gesta, de aquella heroicidad, de aquella comunión entre equipo y afición. Es imposible y no tiene otra explicación que, conseguida la proeza, logrado el sexto y milagroso tanto, sentenciada la eliminatoria, culminada la ascensión al Everest futbolístico (muchíííííííísimo más que 8.000 metros), Messi decida que ni abraza a Sergi Roberto, ni besa a Neymar, ni forma parte de la piña humana de jugadores, técnicos y auxiliares que celebraron lo nunca visto, ni conquistado: remontar un 4-0 en Copa de Europa.

el mundo patas arriba

Podremos criticar (los hay que lo critican mucho, mucho, por artificial, dicen) el éxito o la oportunidad de la nueva grada de animación, pero no podemos poner en duda, porque la foto del mexicano Garcés (“también soy español y catalán”, me dice el fotoreportero de Marketing del Barça) así lo demuestra, que Messi, el único, el más grande, el líder, el representante mundial de esa camiseta y euforia, se va en busca de la muchachada de animación, se sube a la barandilla y canta gol, victoria, eliminatoria, poniendo el mundo patas arriba mientras el pueblo, su pueblo, lo eleva hacia el cielo.

La grandeza, humana y futbolística de Messi, la verdadera catapulta del juego azulgrana, esté el entrenador que esté en el banquillo, le hizo darse cuenta, muy pronto, que no estaba para intimidar a los franceses y liderar el fútbol vertiginoso que necesitábamos para remontar, puede, pero lo que no hizo nunca fue bajar los brazos. Lo que hizo Leo fue ponerse, más que nunca, al servicio del equipo, cosa típica de él, capaz, no solo de hermanar a los delanteros, sino de ser el líder futbolístico del equipo. La manera que tuvo de cederle el segundo penalti a Neymar y ¡hasta la falta! es una prueba más de que los más grandes, los Balones de Oro, también son inmensos cuando se convierten en el arco y dejan de ser la flecha para que otros, en mejores condiciones e inspiración esa noche, hagan diana.

la comunión con la grada

Pero esa foto, la imagen en la que, según Santi Garcés, “se juntan todos los astros en un mismo instante”, demuestra que Leo sí estaba metidísimo en el partido, pendiente de que la remontada se hiciese realidad aunque no fuese con su mejor contribución. De ahí que, nada más alcanzada la cima, él, el representante del barcelonismo en el césped, en el marcador, en la historia, decide convertirse en estatua de sal de la ‘gent blaugrana’, de la grada, encaramándose al primer púlpito que encuentra, ese, el del gol de la remontada, para compartir el “sí se puede” soñado.

A lo largo de la historia, han sido los demás los que han acudido, tantas y tantas veces, a abrazar a Messi, como ‘catapulta’ de todos y cada uno de los éxitos recientes del Barça. Pero esta vez, Leo, consciente de que fue el ‘estadi’ quien los llevó en volandas hasta el resultado prometido, decidió ser él quien acudía al encuentro, al abrazo, más buscado y merecido de toda la noche, el de la afición, el de la grada, el de todo el Camp Nou.

“Y, cuando logré zafarme del tipo que tenía colgado de mi cuello y no paraba de besarme y del muchacho que no cesaba de darme patadas, descubrí que, en efecto, tenía la foto”, narra Garcés. La foto, la catapulta.