La Última
Correr hacia atrás
Podrían encontrarse muchas semblanzas y no menos diferencias entre Pep Guardiola y Marcelo Bielsa, pero una cosa les separa, sin la menor duda: la distinta forma de valorar lo que significa correr hacia atrás.
Guardiola lo odia; a Bielsa no le importa. Para Pep es precepto sagrado construir un almacén de pases y circulaciones que dejen al equipo a salvo de transiciones rápidas y con sus hombres descolocados.
Odia eso. No soporta ver a su Piqué o Puyol o Mascherano corriendo desbocado hacia la portería de Valdés, persiguiendo peligros inminentes a causa de una pérdida de balón. Normalmente, una pérdida causada por un mal modo de construir el juego de ataque, lo que dispone al equipo en posiciones erróneas y provoca que los “correctores” (Puyol y Masche) deban dividirse en esfuerzos explosivos y algo dramáticos. Si odia esta circunstancia no es tanto por el peligro real que las acciones conllevan -que también- cuanto por lo que supone de fractura de un modelo de juego que, para Guardiola, es una de las bases sagradas del Barça.
A Marcelo Bielsa, el mismo asunto le trae al pairo. Sus ideas van por otros caminos, por más que al final se junten con los del Barça en objetivos comunes. Al técnico argentino le importa la velocidad de movimientos, la movilidad continua -el `perpetuum mobile¿, ahí una coincidencia plena con el Barça- a partir del despliegue físico, sin reparar en si dicho despliegue es hacia delante o hacia atrás.
“¡Hacia algún lado, por Dios!”, parece gritar Bielsa en su interior. Lo parece o lo grita, vistas las realidades del Athletic, un equipo de velocistas de ida y vuelta, con De Marcos como paradigma de esa cuadrilla de corredores: arriba y abajo como si no hubiese mañana. Sin piedad ni respiro. Arriba y abajo, sin que al entrenador le importe la dirección, siempre que no sea quedarse parado. Cuentan amigos muy conocedores del vestuario rojiblanco que los vídeos de los partidos que Bielsa repasa con sus jugadores contienen¿ los partidos íntegros.
No resúmenes ni compactados, sino los partidos completos, desde el primer segundo hasta el pitido final. Y si no se puede revisar en un día se hace al siguiente, todos juntos, mirando fijamente la pantalla en la que el entrenador señala, con un puntero verde, al desgraciado que osó detenerse un instante para refrescar el pulmón. Y que, solo por evitar dicho sofoco en público, esta cuadrilla corre y corre cual alma que lleva el diablo.
El Manchester United puede certificar lo uno y lo otro. Cómo el Barça le sometió a base de almacenes inmensos de pases constantes y cómo el Athletic le dominó a base de carreras perpetuas e inagotables. Dos modos distintos de entender el fútbol y un mismo resultado: la debacle de Sir Alex Ferguson.
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