A GOLPE DE AVE

El mal del Barça está dentro, pero se empeña en buscar fuera

José Antonio Abellán

No es nuevo. Ni las causas del incendio que sufre el Barcelona son nuevas en el fútbol ni es nueva la rebelión de los fantasmas de Can Barça. Pasa siempre. La vida siempre es igual en un club tan grande como el Barcelona y los espectros del barcelonismo siguen siendo los más subversivos del mundo. Siempre están dispuestos a vengarse de algo o de alguien.

Y, como no es nuevo, lo llevo denunciando, desde hace cuatro o cinco días, en twitter. Insisto en que la manida campaña orquestada contra el Barça, que muchos ven o quieren ver, no viene, en esta ocasión, desde Madrid. Esta vez, esa campaña viene desde dentro. A Rosell le están segando la yerba bajo los pies su mismo equipo o los amigos de los que creía muertos en las últimas batallas.

Ahora más que nunca, podríamos aplicar aquella divertida frase de "los muertos que vos matáis, gozan de buena salud" o aquella letrilla de rumba antigua: "que no estaba muerto, que no, que estaba de parranda".

El proceso de transición que llevó a la toma de poder de la actual Junta Directiva fue arduo y doloroso. Las guerras civiles siempre son así. Y las fratricidas, más. Y, visto lo visto, aquella transición aún no ha terminado. Si eso le sumamos que Sandro Rosell, tras ser nombrado presidente, no solamente no hizo borrón y cuenta nueva sino que, encima, quiso despertar a esos fantasmas del pasado. Y de aquellos polvos, estos lodos. Sé de lo que hablo. Lo he sufrido en mis propias carnes. Por eso sé que no es nuevo lo que le está pasando al Barcelona.

Cuando Laporta & Cía. ganaron las primeras elecciones llevaban en su programa electoral el levantamiento de alfombras. Pero nunca lo hicieron. Vaya usted a saber por qué. Ese, precisamente, fue el motivo de los primeros enfrentamientos entre Joan y Sandro. Este último quería levantar las alfombras cayera quien cayera. Al final, no se levantaron. ¿Por qué motivo? Nadie dijo nada. La explicación que dieron es todo un clásico en los grandísimos clubes: por preservar la estabilidad del club. Pero incumplieron la promesa electoral y la herida abierta gangrenó y no se ha terminado de curar.

Digo que sé de lo que hablo porque algo parecido pasó cuando, en 2009, fue elegido presidente del Real Madrid Florentino Pérez. Florentino no solamente incumplió su promesa de denunciar y hacer público todo lo que encontrara de Ramón Calderón y su Junta Directiva bajo las alfombras, sino que, además, contribuyó a taparlo y no airearlo. ¿Por qué? Por lo mismo.

Conozco muy bien al presidente del Real Madrid. Sé de su amor por la entidad. Y lo que descubrió debió ser tan gordo que debió pensar que, destapar el escándalo, iba a ser un daño mayor para la entidad, a nivel internacional, que todos los males que pudieran caer sobre el anterior presidente. Con lo cual arena, cemento, una capa de alquitrán y borrón y cuenta nueva.

Pero el Barcelona no es el Madrid. En Concha Espina la palabra de Florentino es palabra de dios. En Can Barça, no. Aquí las batallas se llevan a cabo toda la legislatura. Guerra de guerrillas. De desgaste. Demandas, querellas, verdades a medias, mentiras a medias… Política de deterioro. Y mucho me temo que esto no va acabar fácilmente y, por supuesto, no va acabar bien.

Querido Sandro Rosell, al hacer balance de este año que acaba, ten en cuenta que los grandes enemigos, los peligrosos no están en Madrid. Créeme. Están en Barcelona. Y los más peligrosos están aún más cerca de ti. En los despachos del mismo Nou Camp.