LA PAÑOLADA

Justicia poética

Luis Enrique Martínez en la previa del City-Barça

Luis Enrique Martínez en la previa del City-Barça / sport

Ernest Folch

Hay partidos de fútbol que duran menos que un partido de fútbol: al Barça le bastó media parte para comerse literalmente al Manchester City. El conjunto de Luis Enrique llegó al Etihad Stadium después de una preocupante derrota contra el Málaga, y la buena noticia es que en lugar de lanzarse a extrañas aventuras, volvió al fútbol clásico de toda la vida. Esta vez hubo un gigantesco rondo que hipnotizó a su rival como en los viejos tiempos, y aunque sea durante unos días deberán guardarse todas estas teorías sobre el juego directo que algunos tienen mucha prisa en desempolvar. No, no hubo ningún atajo ni ninguna novedad, sino una deliciosa y anacrónica insistencia en el juego de siempre, personificada en el partido sublime de Iniesta, como si él y el equipo, tras el susto del Málaga, se hubieran refugiado otra vez en sus orígenes.

La exhibición del martes sirvió además para poner de manifiesto una evidencia casi tragicómica: todos los millones del City, a pesar de la palabrería de Pellegrini, no le han servido ni siquiera para tener una idea de lo que quiere ser de mayor. Es decir, que los petrodólares sirven para comprar jugadores, pero no para armar un equipo.

El martes, el silencio profundo del Etihad confirmaba la maravillosa verdad de que en el fútbol a veces ser rico no sirve para nada. El City puso en el campo centenares de millones de euros que corrían descabezados y ridículos detrás de una pelota propiedad privada del Barça, y los dos genios que activaban toda esta maquinaria, Messi e Iniesta, son el resultado no de un talonario sino de un modelo. Esta maravillosa justicia poética nos debería hacer recordar que tampoco el Barça está a salvo del peligro de convertirse un día en el club frío, desencantado, petrodolarizado y sin alma que es el Manchester City. La receta para sobrevivir no es otra que hacer oídos sordos a los cantos de sirena e insistir en la única fórmula ganadora: ser sencillamente nosotros mismos.