Inicio Entrevistas Traumas de atleta

Traumas de atleta

Raúl Gil, un hombre que estuvo a la sombra de los mejores de su generación en el 1.500 (Reyes, Higuero, Casado…),  explica la batalla del atleta frente al sufrimiento. “A los 17 años, me rompí por dentro y ya nunca di lo mejor de mí”, recuerda hoy, reconvertido en reputado locutor de carreras. 

Tenía 17 años y no lo olvidará nunca. “Aquel día me rompí por dentro y fue tan fuerte la rotura que cogí pánico a las carreras de 3.000 metros Acabé asustado, porque no sabía que se pudiese sufrir tanto”, explica Raúl Gil Pérez al regresar a ese día, el 30 de mayo de 1998, en la pista del estadio Santo Domingo de Alcorcón donde él, que nunca había corrido un 3.000 por debajo de 9’00”, en teoría, salió victorioso: 8’38″64. “Pero en una época, en la que se empezaba a soñar, yo me asusté para siempre. Cogí tanto miedo a esa distancia que, al poco tiempo, antes de una competición, se me torció el tobillo y lo celebré porque así me ahorraba de ir”. Una situación inexplicable, pero que demuestra que somos humanos. “Fue un trauma”, admite. “Fui al psicólogo y es verdad que me ayudó mucho. Pude seguir haciendo atletismo. Pero, desde entonces, creo que ya nunca se llegó a ver mi mejor versión”.

Hoy, a los 36 años, Raúl Gil es un atleta que nunca cumplió su sueño de ser “campeón del mundo”, como prometía en la infancia. “Siempre he sido un ganador, pero tal vez el atletismo me puso los pies en el suelo”. Quizá porque dentro de él habitaba un ser perverso, que volvió a reaparecer a los 23 años en aquel 1.500 en el estadio de Anoeta en San Sebastián en 2004. “Todavía lo recuerdo como si fuese hoy. Soy incapaz de olvidar el último 100. Fue frustrante. La gasolina se me había acabado. Iba para hacer 3’43” y acabé en 3’45″27 tras haber pasado el 1.000 en 2’28” y en la meta me dije a mí mismo, ‘Raúl, jamás vas a bajar esa marca’, impresionado por lo que me había pasado en la última recta, esa agonía, todo ese agobio”. Desde entonces, su cabeza jugó en bando contrario en momentos decisivos como aquel mitin de Avilés, donde Raúl nunca supo administrar su talento.


 ‘Si crees que puedes o si crees que no puedes tienes razón’

“Seguía en el atletismo, porque si con siete u ocho años había dicho ‘yo quiero ser atleta’  no sabía cómo marcharme. Tenía que intentarlo. Pero había cogido un trauma que se iba a explicar en Avilés. Salí con el freno de mano echado. Tenía miedo a sufrir. De hecho, en la contrameta me dije a mí mismo, ‘Raúl, no tires que sino no llegas a la meta’, pero no era verdad. Sólo era el miedo, que era mi miedo, porque en la última recta hice 3’46” con una facilidad tremenda. Descubrí entonces que si no crees que vas a hacer algo no lo harás nunca: el precio de engañarse a uno mismo. Me había convencido de que había llegado a mi tope y no podía ser. A los 23 años, es imposible que nadie pueda alcanzar ese tope”.  El caso es que ya es imposible recuperar el tiempo perdido. La fortuna es que su felicidad, visible en su mirada o descrita en su propio tono de voz, ya no se negocia.

“También podría poner de ejemplo lo que tantas veces he escuchado decir a Arturo Casado: ‘si crees que puedes o si crees que no puedes tienes razón’. De ahí que quizá no tenga sentido  arrepentirme con lo que pudo haber sido y no fue. No es normal que con 22 años hagas 3’54” y con 23 3’45” y ya no vuelvas a mejorar. No tiene lógica. Pero también es muy atrevido por mi parte decir que valía menos de 3’40” en 1.500, porque nunca lo hice”. Así que es preferible un recuerdo constructivo en el que conviven el bien y el mal “como aquella final del campeonato de España 2005 en la que me quedé inmóvil en la línea de salida. No quería molestar. No quería que ningún atleta se tropezase conmigo. Entonces me di cuenta de que el atletismo también me había enseñado a perder. Pero detrás de esa derrota yo siempre valoraré que llegué a estar en tres finales de campeonatos de España de pista cubierta o que pude correr al lado de mis ídolos, Higuero, Casado y, sobre todo, Roberto Parra. Es más, el día de su despedida el que más cerca estaba de Roberto era yo”.

La conversación de Raúl Gil también regresa a la infancia, al barrio de Canillejas, “a algo que veo en la televisión con seis o siete años que me incita a decir, ‘yo quiero ser atleta'”. De ahí no supo salir, y eso que pudo salir. “Yo era muy bueno al baloncesto. Jugaba de escolta. De niño, los sábados iba por la mañana a competir a la pista de Vallehermoso y luego mis padres me llevaban a toda prisa a los partidos de baloncesto, donde sentía, a esa edad, que no había nada que yo no pudiese resolver, porque, ante todo, era un líder”. Pero entonces llegó el momento de elegir entre el baloncesto y el atletismo. “Tenía un entrenador de basket que me llamaba todos los días a casa, ‘Raúl, ¿has elegido ya?’, y me costó mucho tomar la decisión. Era como elegir entre tu padre o tu madre. Pero había que elegir. Al final, aposté por el atletismo, quizá porque era un deporte individual en el que seguía sin dudarlo: yo podía ser campeón del mundo. Tenía esa fijación en la cabeza desde la infancia. Había crecido a su lado y no sabía como separarme de ella”.


“No he conseguido lo que me propuse pero ha sido una enseñanza”

Sin embargo, lo máximo que llegó fue a ser sexto de España en pista cubierta lo que procura otra pregunta sin respuesta: “¿Qué hubiese sido de mí si hubiese elegido el baloncesto?” Pero si hay días para hacerse todas las preguntas del mundo hoy es uno de ellos. “No he conseguido lo que me propuse pero ha sido una enseñanza para la vida que me ha servido, incluso, en las entrevistas de trabajo. La derrota también te endurece. Te hace valorar, incluso, esos momentos intangibles que duran un suspiro en los que uno no tiene la sensación de correr, sino de volar. Ese momento de forma óptimo. Eso es algo que yo he vivido y que no voy a olvidar nunca, quizá porque fue tan puntual…” Se retrató en el mejor 1.000 de su vida “junto a Arturo Casado en el que yo hice 2’24″2 y él, 2’22″9. Hasta el 900 llegamos juntos, pero yo hice el último 100 más despacio. Aun así, creo que  fue memorable. Veía que corría y no me costaba, ¿cómo se puede explicar eso?”

La respuesta tampoco figura a nuestro alcance. De ahí el valor de esta conversación, que probablemente sea un ejercicio  de psicología. “He sido un atleta de alto rendimiento que se ha quedado en el segundo escalón. Estuve siempre a la sombra de los Reyes, Casado, Higuero, Gallardo… lo que me ayudó a entender que nunca llegaría a unos JJOO. Necesitaba 3’35” en 1.500 y me quedé a casi 10 segundos de lograrlo lo que, fríamente, es muchísimo”. Pero la fortuna es que en el camino Raúl supo reinventarse. “Mis padres me lo dejaron claro: ‘dedícate a correr, sí, pero estudia, lo que sea, pero estudia’. Y como en INEF no pasé las pruebas físicas, porque no todo era correr… Y entonces decidí Administración y Dirección de Empresas. Y cuando terminé un día voy a visitar a la vicerrectora de la universidad y veo que un anuncio de un ‘Máster de periodismo deportivo’ en el que sólo hay un inconveniente: cuesta 6.000 €. Pero con la ayuda de mis padres lo hago, lo puedo hacer y creo que me lo merecía después de haber estudiado una carrera que odiaba”.


“El tiempo dura un suspiro con un micrófono en la mano. Me gustaría poder detenerlo. Cuando te quieres dar cuenta ya estás recogiendo”

Raúl Gil pensó entonces: “Me voy a formar para ser el sucesor de Gregorio Parra en televisión”. Y, aunque seguía entrenando como un atleta profesional, “ya vivía por y para el periodismo deportivo. Acababa el Master y me iba a las emisoras de radio a ver como hacían los programas y encontré gente como Joseba Larrañaga al que nunca escuché decir que ‘no’. Fue, en realidad, una época muy feliz en la que viví muy intensamente. No me perdía una sola clase. Tenía los ojos abiertos a todo”. Y, aunque no ha sido el sucesor de Gregorio Parra, todavía está a tiempo de cumplir el sueño, entre otras razones porque su actual ocupación, locutor de eventos deportivos, le encanta. “De atleta comprobé la importancia del speaker, de no diferenciar entre el primero y el último: todos importan. Quizá por eso este trabajo me realiza totalmente o porque, como se dice en ‘El elemento’, el libro de Ken Robinson, ‘descubrir tu pasión lo cambia todo’. El tiempo dura un suspiro con un micrófono en la mano. Me gustaría poder detenerlo. Cuando te quieres dar cuenta ya estás recogiendo y te recuerdas a tí mismo la suerte de estar ahí. Es algo que me realiza totalmente”.

Quizá por eso siempre nos quedará la voz y los recuerdos, que hoy viajaron a cámara rápida, rodeados de todas estas letras , que también podrían regresar al niño que quería ser portero. “Hubo una época en la que yo estaba obsesionado con ser como Biurrun que jugaba en el Athletic”. El producto tal vez de una vida intensa  en la que si hoy, Raúl Gil Pérez, se tuviese que reencarnar en alguien cree que lo haría en Toni Abadia. “Cuando le veo en las fotos, con esa barba de tres días, encuentro un parecido razonable y, sobre todo, me siento identificado con su forma de ver la vida”. De ahí que tal vez no exista nadie como Abadía para despedir a Raúl Gil Pérez de su cruzada en el atletismo de élite:  Muchas gracias, Raúl, por el mimo que nos has dado a todos (yo era uno de ellos) esos pequeños atletas que han pasado por tu vida”, le escribió un día en redes sociales. “Veníamos con ganas de comernos el mundo y, mientras muchas personas nos decían que dejásemos de soñar, tú siempre nos invitabas a continuar unos segundos más con los ojos cerrados disfrutando de esos momentos que quizás nunca nos llegarían. Me fui de Madrid pero conmigo me llevé un gran pedacito de grandísimas personas como tú. Hoy seguro que, echando la vista atrás, esbozarás una enorme sonrisa”. 

@AlfredoVaronaA 


Suscríbete a nuestro newsletter

Recibe en tu correo lo mejor y más destacado de LBDC

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí