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¿Puedes ser autodidacta?

Todos tenemos derecho a contar nuestra historia. Yo no le responderé a esa pregunta, simplemente le contaré como lo hice, fiel a esa idea que leí en el libro de Hal Higdon: “Si usted se aficiona al deporte, su siguiente paso consiste en mejorar”. 

No sé responder a esa pregunta. Es más, imagino que habrá tantas respuestas como vidas y que el día que uno sea capaz de correr un maratón sin el reloj en la muñeca, como hace Javi Guerra, ese día será una obra maestra. Pero hoy contaré mi experiencia. No sé si es el camino para responder a esa pregunta, pero regresaré a aquel lejano día en el que fui a una librería de deportes. Allí encontré el libro de Hal Higdon, un prestigioso periodista y maratoniano de Estados Unidos. Su título, ‘Como correr el maratón’. Al día siguiente, ya defendía que sus páginas eran un tesoro. Había citas con 60 entrenadores de distintas escuelas. Contenían planes para todas las ambiciones y elegí uno de ellos en el que tampoco se pedía nada del otro mundo. Pero recuerdo que lo respeté a fondo.  Me convertí en un ciudadano obediente, convencido de que no había mejor manera. Mi objetivo entonces era bajar de las cuatro horas en el maratón de Madrid. Y, como no sabía nada, la mejor forma de saber era acercarte a uno que sabía.

 Todavía tengo guardado el viejo diario de ese año, una de esas maravillosas reliquias del pasado que nunca pasarán a mejor vida. Siempre recordaré que en sus páginas, yo mismo relataba los entrenamientos de aquellos días con un entusiasmo enorme. Comía como se decía en ese libro. Descansaba como se decía en ese libro y hasta vivía como se decía en ese libro. Los latidos de mi corazón ordenaban mis entrenamientos. Y me hidrataba con insistencia. Y jugaba a ser como ese atleta que proponía el libro de Hal Higdon. Y, efectivamente, vivía y descansaba a la vez. Sus órdenes formaban parte del misterio. Significaban un paso más para cumplir un objetivo como el de terminar un maratón que puede ser, descaradamente, importante.


“Siempre te queda algo memorable de cada maratón”

 Y, sí, terminé ese maratón y nunca sabré si aquel plan era el más oportuno para mí. Ni siquiera sé si supe interpretarlo correctamente. Pero sí sé que, gracias a él, perdí el miedo a ese mundo llamado maratón. Hasta puede que encontrase un inicio inteligente y una continuidad razonable. Si alguien podía tener la llave maestra era Higdon. Un hombre que había llegado a correr seis maratones en seis fines de semana seguidos a los 60 años. Es más, superaba los cien maratones en su vida y, por encima de las medallas, coleccionaba algo más importante: los recuerdos: “Siempre te queda algo memorable de cada maratón”, decía.

El otro día volví a ver el libro en una vieja biblioteca municipal. Y fue como volver a ver a un viejo amigo de la infancia. Volví a recordar; volví a releer alguna de esas páginas y, al regresar a casa, volví a buscarlo con impaciencia.  Tantos años después aún sigo pensando que ese libro es una lección. “Muchas personas creen que tienen que entrenar duro continuamente”; escribe Higdon. “Tienen la sensación de no sacar nada de un ejercicio a menos que lo hagan a la velocidad de carrera. Pero eso no es cierto. Se pueden conseguir muchas cosas con ejercicios lentos”. Por eso siempre recordaré esta lectura como un estilo de vida. El responsable era él, un hombre, maratoniano de pura cepa, que no tenía “miedo a tomarse días libres” y que te avisaba para toda la vida: “Cuando se corren demasiados kilómetros, las piernas están crónicamente fatigadas”.

Para mí, sí fue importante, sí. Entonces yo era un novato, que no tenía ni idea y al que le pareció inconcebible que Higdon pudiese escribir más cosas como ésta: “Yo hablo conmigo mismo cuando entreno”. Y me dejé acompañar por ese libro que tuvo que parecerse al primer amor. Y me dejó preguntas primorosas (“¿hasta qué punto es importante el descanso en la ecuación del entrenamiento?”) y respuestas necesarias. Y me presentó como se alimentaban los maratonianos. Y me explicó que se podían hacer entrenamientos de una duración que hasta entonces me parecía inexplicable. Y me ayudó a perder el miedo. Y me convenció de que lo difícil no es entrenar, sino organizar el entrenamiento.

Por eso hoy tengo la sensación de que todas las preguntas que he hecho después a los entrenadores, más allá de mi instinto de curiosidad, son hijas del libro de Higdon. Allí aprendí que todo esto lleva tiempo. Que el futuro es preferible sin impaciencia y que las prisas retrasan a todo el mundo. “Hasta que no cumples diez años corriendo no es posible alcanzar tu mejor nivel“. Ha pasado mucho tiempo y sigo repitiendo esas ideas como un colegial. Todavía hay frases suyas que le valen a uno para contar historias: “Si un plan de entrenamiento es eficaz será más duro cada año”. Nunca llegué a correr un maratón sin reloj como Javi Guerra porque en esto, como en todo en la vida, hay escalas. Pero, sea como sea, todos tenemos derecho a contar nuestra historia, a defender nuestro afán de curiosidad porque, como escribía Higdon, “si usted se aficiona al deporte, su siguiente paso consiste en mejorar”.

@AlfredoVaronaA 


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