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Nadie debe morir a los 46 años

El buen atleta y mejor escritor Enrique Laso (@enriquelaso), el autor español que ha vendido más de 500.000 ebooks, se despidió de nosotros el 7 de agosto. “Mi imperio llega a su fin…”

No sólo es pena. También es impotencia. Una derrota segura porque es imposible justificar lo inexplicable. Como explicar que ese hombre de 46 años, Enrique Laso, el autor español que más ebooks ha vendido de la historia, ya no existe. El hombre que hace años me brindó una entrevista fabulosa acerca de su pasión por el atletismo en el que lo conoció todo: «Calambres en un maratón, lactato en un 800 y un golpe de calor en un 10.000 en el mes de agosto». El mismo que ese día me contó que a los 15 años, afincado en la idea de ser un atleta de élite de 1.500, llegaba a aproximarse a los 200 kilómetros semanales. El mismo, en definitiva, al que algunas mañanas de sábado nos encontrábamos afinando en la pista de Suanzes. Y entonces recuerdo que él siempre le decía a mi hijo pequeño que tenía una técnica de carrera estupenda y hasta le tiraba alguna vuelta. Hablaba muchísimo ese hombre, pero también es cierto que hacía tiempo que no le veíamos. Nunca te preguntas por qué.

Hace días me enteré que Enrique Laso nos ha dejado. Nos dejó el 7 de agosto y casi pareció una muerte programada en su muro de facebook, donde, a las 13.24 horas, escribía: “La tierra se partió, una mitad me destruyó. Mi imperio llega a su fin…” A partir de ahí, y visto el desenlace, no sé qué añadir. Pero si ahora estoy escribiendo de él supongo que es un desahogo frente a las horas malditas de la vida. No tiene explicación la muerte de un hombre de 46 años. Ni la de un atleta, que aún hablaba con devoción de sus posibilidades en los 800 metros en categoría de veteranos. Ni la de un tipo anónimo, que hacía de liebre en tantas carreras populares de atletas aficionados, entre ellos de su hija María a la que, con 18 años, condujo a hacer 1 hora 35 minutos en la media maratón de Madrid. Ni siquiera gritando podemos ahora desahogarnos. Hay cosas imposibles.


 “Desde niño he sabido encontrar una paz enorme estando solo, ya sea corriendo o escribiendo”

En realidad, yo le conocía muy poco. Nada que se aproximase a la amistad ni se alejase de conversaciones esporádicas en las que nos unían dos puntos en común: la escritura o el atletismo, donde el desgaste de sus rodillas, la maldita condromalacia, tampoco le valía para poner punto y final. Parecía un tipo invulnerable aquel hombre dividido en varios hombres. Vivía del marketing, que era su profesión real. Pero no renunciaba a dejar de entrenar ni de escribir, insustituibles ambas cosas, porque la pasión es una palabra muy seria. “Desde niño he sabido encontrar una paz enorme estando solo, ya sea corriendo o escribiendo”, me dijo aquella vez, la misma que le autorizaba a uno a ponerlo de ejemplo. Enrique Laso hablaba de lo que aún le quedaba por mejorar como persona» o de la necesidad íntima de ayudar a los que no habían tenido la misma suerte que él. Quizás por eso supo llegar tanto al público, escribir como los ángeles o crear al agente del FBI, Ethan Bush, que fue traducido a 16 idiomas. Aún así seguía corriendo, poniendo toda la carne en el asador en el intento: “Mejorar tu marca es parecido a terminar el capítulo de una novela“.

Hoy, sin embargo, uno escribe de un hombre que ya no existe. Tenía 46 años. Es un dato imperdonable que no se concibe ni en las novelas de Dostoyevski, de Mann, de Auster…., de todos esos escritores que le hicieron escritor a Enrique Laso. Y era bueno. Tenía que ser bueno como entendí, antes de leerle, al leer la crítica de una de sus novelas, ‘Desde el infierno’: “No es miedo, es tensión, agobio, asfixia. Genial”. Porque él era un especialista del thriller que nos dejó tantos títulos como ‘Los crímenes azules’, ‘Este otoño acaba nunca’, ‘El rumor de los muertos’.… Pero quizás no sea de recibo que yo hoy valore su obra. No soy quién. No tengo ni cultura suficiente y los datos, más de 500.000 libros vendidos en todo el mundo, explican toda esa fortaleza. Un dato así, en un mundo en el que es tan difícil vender libros, no morirá nunca.

El impacto tampoco lo hará. Siempre que uno piense en él irá más allá del escritor o del atleta, que se sentía más seguro corriendo que escribiendo, “porque el lector es una incógnita. Sin embargo, al correr siento que, excepto las lesiones, todo está bajo control”. Así lo pensaba yo hasta hace unos días cuando leí que la tarde del 7 de agosto Enrique Laso abandonó este mundo. Tenía 46 años. Fue cruel. Pero en la vida, como en las páginas de los libros, no existe seguro a todo riesgo. Ni siquiera el éxito, el mismo que en aquella entrevista me invitó a preguntarle si uno podía vivir sin metas. Ahora ya no hay posibilidad. Tendré que esperar a encontrarle algún día en el cielo para que vuelva a decirme que no. Será en otro mundo y será distinto. Mientras tanto, espero que allí no tarde en encontrar esa carrera que, a su edad, le permita bajar de 2’07” en 800 en alguno de esos campeonatos a los que nosotros damos tanto valor. Somos así y por eso nos cuesta tanto dar luz verde a lo inexplicable. Así que hoy las letras no descansan en paz. No sabrían cómo hacerlo. Tenía 46 años Enrique Laso el día en el que se despidió para siempre de nosotros. El hombre, el atleta y el escritor. Todos a la vez. “La tierra se partió, una mitad me destruyó. Mi imperio llega a su fin….”

@AlfredoVaronaA 


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