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Los peligros de entrenar (historias reales)

Me mudo a una ciudad lejana. Sin colegas corredores, sin rutas conocidas, pero con ilusión y curiosidad por la novedad. Así que en cuanto estoy asentado decido salir a descubrir el mundo.

Todo es campo y caminos pero repleto de casas y terrenos privados; avanzo expectante. Antes de haber recorrido el primer kilómetro y al pasar por la puerta de una de las propiedades, un perro gigantesco escondido tras la valla me proyecta un ladrido gutural justo en el oído. El cabrón ha debido aprender que la cosa funciona mucho mejor si en lugar de ladrar desde el principio, esperas a que el sujeto en cuestión pase justo por delante. Y así lo corroboró la clase de bote que pegué con el maldito can, que casi me hace caerme patas arriba. Lo mejor de esa jornada es que aquel no fue más que el primero de una lista interminable de sustos y sobresaltos a manos (o patas) de los peludos cuidadores de las fincas que encontré a lo largo de todo el recorrido. Cabe destacar que una de las puertas se abrió justo cuando pasaba, y un miniperro enfurecido salió y se afanó en morderme los tobillos ante la pasividad de su dueño.

Al día siguiente salí con un alto grado de estrés y el sentido común algo distorsionado. Con ello quiero justificar el hecho haber decidido llevar una navaja en una mano y un spray antiviolador en la otra. Era tan surrealista que al llegar a casa me dije: “¿pero qué coño estás haciendo?”. Y decidí no salir más a correr en esas circunstancias. Duro pero cierto, me apunté al gimnasio con un colega, y ni que decir tiene que aprovechamos la oferta “paga 4 meses y ahorra 1”. Ya os adelanto que mi colega fue en tres ocasiones, y yo en un alarde de voluntad, acudí en unas diez ocasiones. Nuestras situaciones eran totalmente dispares, hecho que aporta la nota de humor. Esta es la historia:

En nuestra piscina normalmente hay flotando una pelota domyos de esas que venden en Decathlon para ayudarte a ser sano. Mi colega se asemeja cada vez más a ella en cuanto a lo esférico se refiere. Y ahora parece determinado a luchar contra su cuerpo de pera. Llevamos casi dos meses apuntados al gimnasio y hemos ido pocos días más que a misa. Y lo cierto es que el tema no es muy motivador porque (sin pretender librarnos de responsabilidad) allí hace un calor del copón divino, los monitores pasan de todo, y además está muy segregado: la sala de musculación es un club social de extraterrestres de torsos colosales y piernas de cervatillo, mientras que las féminas se arremolinan en la planta superior para asistir a innumerables actividades (que siempre se llaman body-algo) con algún denominador común como pueden ser la música de mierda a volumen ridículo, los flashes de discoteca cani, o la temperatura no inferior a 100ºC. Así que con las mismas nos quedamos abajo oliendo las vergas alienígenas y levantando fierros.

Para mí también es una cuestión de urgencia el tema de retomar el deporte ya que, sin camiseta, bien podría parecer la víctima de un secuestro de varios años a pan y agua. Además cuando abrazo a mis colegas tengo que tener cuidado de no clavarles algún hueso. El gordo y el flaco… de esa guisa aparecíamos en el gimnasio para comenzar a deambular por la sala, perdidos como zombies en un museo de cera, desorientados. Yo me acercaba a las máquinas como quizá podría acercarse algún homínido pre-sapiens a un lienzo de Jackson Pollock.

Ya en el gimnasio me estoy castigando el lomo en alguna máquina de forma aleatoria, y mi amigo se encuentra justo a mi lado haciendo abdominales. En una de las ocasiones que me giraba para ver la estampa de mi colega haciendo abdominales con bermudas del coronel tapioca, una imagen dantesca me hace estremecer. La frente de mi amigo emana sangre, literal; parecía la víctima de un francotirador. Sin embargo por algún motivo inexplicable él ni se había percatado del drama. Con las patas arriba y haciendo fuerza para realizar sus abominables os podéis imaginar cómo se alimentaba la hemorragia. Es todo tan ridículo que parece el guion de una película salida del puño y la letra de un chimpancé. Le aviso de la tragedia y sin pensarlo se restriega la mano por la frente, y como no surte efecto repite la acción insistentemente. Mano y frente llenas de sangre fresca y seca, parece una agresión de las peores. Es la toalla de obligado uso para sentarse sobre las máquinas (con el consiguiente olor a ojete) la que finalmente cortó la hemorragia, que por cierto fue debida a que se rascó un grano.

El final de todo esto no es tan dramático, ya que tras la infructuosa experiencia del gimnasio encontré un grupo de corredores a los que me pegué como una lapa. Ellos me enseñaron las rutas seguras y de gran belleza natural de las que se puede disfrutar en el municipio de Ronda y alrededores, y sin la necesidad de gas antiviolador. Desde aquí mi profundo agradecimiento.


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2 COMENTARIOS

  1. Yo no me he sentido amenazada por perros pero tampoco me he encontrado ese grupo con quien compartir esos momentos…enhorabuena x conseguirlo y gracias x compartirlo.

    • Ten fe Juanita, que salvo que vivas en un pueblo perdido en Albania o similar, por aquí hay muchas posibilidades de encontrar un buen grupo.

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