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Los ojos de otro corredor

Cuando me subí al avión rumbo a Maputo con escala en Addis Abeba ya barruntaba que durante dos semanas no iba a cruzarme con demasiados runners. Sin embargo la aventura mozambiqueña no ha estado exenta de sorpresas en ese aspecto, y en muchos otros. De momento la típica revista que suelen contener los bolsillos de los asientos en los aviones (junto a las instrucciones para que uno se entretenga mientras muere en caso de accidente) ya marcó la diferencia; Ethiopian Airlines había dedicado aproximadamente un 20% de su magazine al atletismo, enumerando con gran lujo de detalles los integrantes más destacados de su escuadra olímpica. Excelentes fotos a página completa de las hermanas Dibaba, Ayana y otras de sus grandes figuras. Casi daban ganas de quedarse en Etiopía a cogotear un poco, pero cuestiones como no tener visado, carecer de las vacunas oportunas, o que mi señora me habría clavado el cuchillo del menú del avión en un ojo, frenaron rápidamente ese impulso.

Foto 0Llegados a Maputo, de donde es oriunda la fuerza sobrenatural de Maria Mutola, quedé perplejo al contemplar la imagen de esa grandiosa atleta en los paneles publicitarios de algunas gasolineras y otros espacios comerciales. Acontece (como dicen en el portugués de aquellos lares) que Maria Lourdes Mutola y su épica carrera atlética en la distancia de los 800 metros son parte importante de la identidad del país, y ella es un respetado personaje público de actualidad. Quizá por ello y gracias a una televisión que tenía un restaurante por el que anduve, pude observarla participando en una especie de debate. Eso me indujo a pensar que quizá estaba metida en política, pero un taxista me explicó que no aunque me confirmó que era una personalidad en el país.

Las opciones de los mozambiqueños no dejan mucho espacio al deporte, si bien no pude comprobar cómo van las escuelas de atletismo en su capital, o si existen. No fue la falta de curiosidad lo que me impidió investigar sino el hecho de que sin mucha demora mis pasos me llevaron al norte del país, a la ciudad de Pemba, antiguo punto estratégico de las colonias portuguesas. Las interminables playas desiertas del lugar podrían dar para sesiones de 100 kilómetros de ida y 100 de vuelta por la arena totalmente plana que ofrecen las mareas bajas. Decir que se desaconseja el barefoot, salvo que uno quiera convertir sus pies en velcro para los erizos de mar.

Foto 1

En la ciudad de Pemba había pocos, pero ya en las aldeas colindantes no vi un solo niño con calzado; esta circunstancia no impedía que ellos correteasen incesantemente por aquella arena rojiza. En las aldeas (y en general) nadie tenía prisa y sin embargo todo el mundo corría, aunque no de día ni por deporte. Pude observar que se corría de noche y en un trote suave para acortar los tiempos de desplazamiento; por ejemplo uno de los guardias del lodge donde me alojé, caminaba (o corría, no sé) cinco horas diarias entre ida y vuelta desde su casa al curro. Me contaba Pedro (ese era su nombre) que soñaba con una moto para ganar cuatro horas diarias de vida, pero las más baratas rondaban los 40.000 Meticales (unos 550 €) y aquella cifra era totalmente inasumible para él. Yo le regalé lo que tenía a mano, una cerveza fresca, una linterna y un papel con mi correo electrónico… vamos que le solucioné la vida.

Por aquellos pagos todo el mundo corre como ya he dicho pero, no hay runners. O para no mentir debería decir que casi no los hay porque es cierto que durante las dos semanas de viaje vi a dos. Iban juntos y a buen ritmo, y me dio tiempo a sacarles una foto borrosa para atestiguar el singular hecho.

Foto 2

Además en la instantánea se puede apreciar cómo entran de talón, quizá para algunos ya víctimas de la malvada tecnología amortiguadora. Me habría encantado hablar con ellos pero pararles habría sido una traición a mis principios de corredor. Estos dos individuos prueban que sin duda las semillas del árbol de Mutola irán germinando con el tiempo, cuando el desarrollo de aquel hermoso país así lo disponga.

En este viaje hubo que “sobornar” a la policía (o debería decir “se pudo”, porque no estábamos libres de “delito”), luchamos contra una bacteria, soportamos a los mosquitos y negociamos algunos precios pero, la grandeza de todo lo demás desborda en positivo cualquier posible problema para convertirlo en mera anécdota. Y ya en anécdotas, la del último día me enterneció como para poner el cierre a estos párrafos; estábamos haciendo los últimos kilómetros con el Renault de alquiler, desde las afueras y hacia el aeropuerto de Pemba donde debíamos depositarlo. De camino divisamos a lo lejos un hombre mayor corriendo con camisa y zapatos y, extrañamente, a pleno sol. Paré a su altura y le dije que íbamos para Pemba y que si le venía bien le podíamos llevar. No sé cuántos kilómetros llevaría corriendo aquel hombre que contaría unos 60 años a ojos occidentales (es complicado adivinar edades por allí), pero se le iluminó la cara y se subió con premura. No atiné a entender con exactitud cuál era su problema pero prisa tenía y bastante; por lo visto su octavo hijo estaba en alguna clase de aprieto y él debía entregar una notificación a una hora determinada para salvarle el culo. Durante el trayecto hablamos sobre su problema pero también sobre los de Mozambique, sobre la explotación de sus increíbles recursos naturales, sobre la “invasión” china, sobre las múltipes lenguas de sus gentes… él era Macua y hablaba la lengua del mismo nombre además del portugués. Ese idioma predomina en el norte aunque nada más aprendí tres palabras: salama (buenos días), m’habo (¿qué tal?) y ncuña (hombre blanco) que es lo que gritaban los niños cuando nos veían llegar en las aldeas. Hablamos lo que dio de sí el trayecto, unos veinte minutos durante los cuales el hombre esgrimió con fuerza la notificación manuscrita que sería la defensa de su hijo en la inminente batalla.

Todos corremos por algo, y los contrastes de las causas de cada cual no dejan de ser una fuente de emociones y sentimientos que solo podemos experimentar aquellos que nos sumergimos en este mar. No me supo mal quitarle kilómetros a aquel hombre ese día, y me fui a casa con la ternura que me brindaron los agradecidos ojos de otro corredor.


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