Inicio Entrevistas De los JJOO a repartir cartas (y sin cobrar)

De los JJOO a repartir cartas (y sin cobrar)

Rocío Ríos, que fue quinta en el maratón de los Juegos de Atlanta 96, cuenta el único trabajo que ha encontrado en estos 20 años en una empresa privada de reparto. “Ahora estoy a ver si salen plazas para celadores y entro en la bolsa de trabajo…”

-No vuelvas, Rocío, no vuelvas. Podemos vivir sin ese dinero.

Pero ella, Rocío Ríos, le rebatió a su marido:

-Es el único trabajo que he tenido en veinte años.

Pero así es la vida de Rocío Ríos, que un día fue quinta en el maratón de los JJOO de Atlanta 96, que fue 47 veces internacional absoluta y uno de los símbolos de Gijón en los noventa, “aquellos años en los que una salía casi todos los días en el periódico”. Pero ese día, en el que escucha a su marido, ya tiene 48 años. Acaba de venir de trabajar, de repartir cartas para Unipost, una empresa privada que ya ha desaparecido y en la que Rocío Ríos entró para cubrir una baja a través de una amiga. A cambio, 700€ al mes, barrios enteros de Gijón para repartir, “y había que repartirlo todo porque sino te decían que perdían a los clientes”. Y en la ruta daba igual que existiesen “quintos sin ascensor para entregar los certificados” o que literalmente no pudieses caminar más como le pasó a Rocío ese primer día. “Acabé más cansada que cuando corría maratón”.

Sin embargo, no hizo caso a Manu, a su marido, y Rocío, la burra de Rocío, la misma que empezó “a correr cuando trabajaba en la hostelería limpiando incluso habitaciones a cambio de 15.000 pesetas sin estar asegurada”, volvió a la mañana siguiente a repartir. Es más, volvió hasta que vio que Unipost, la empresa, ya no pagaba a sus empleados. De hecho, iba a desaparecer y hoy Rocío tiene denunciado su caso en el Fogasa y recuerdos que deben enorgullecerla como el de “aquel señor que me reconoció cruzando con el carro la Avenida Schultz en Gijón y me dijo, ‘no me puedo creer que la que estoy viendo sea Rocío Ríos'”. Ni siquiera el personal de RRHH que la entrevistó y le hizo el test de personalidad: “Nos parece imposible lo que estamos viendo”, la dijeron a ella, la misma mujer que fue nueve veces campeona de España.

Pero Rocío tiene dos hijos, que ya han cumplido 9 y 11 años; un marido, que lleva muchos años de interino en la pública como profesor de educación física (“mira que ha estudiado para aprobar las oposiciones, un año nos fuimos hasta a Madrid”) y una vida que no se detuvo en Atlanta aquella mañana. Tenía 27 años. Tenía una fuerza voluntad, como la de hoy, que en el kilómetro 40 le ayudó “a pasar a Manuela Machado y a Lidia Simón”, y llegar a la pista y preguntarle al juez, al pasar por la línea de meta, “si había que dar otra vuelta más”. Quizá porque ese maratón no se tenía que haber terminado nunca como le decía luego Rocío, la pequeña Rocío, la dulce Rocío, a María Escario, la periodista de TVE, antes de volver a la villa olímpica, “no, la verdad es que no estoy cansada”, tras haber sido quinta en un maratón olímpico, tras llevar levantada desde las cuatro de la mañana. El maratón había empezado a las siete para contestar el enorme calor de Atlanta.


“Debuté en el maratón e hice récord de España, 2h31’43″(…). David, mi entrenador, decía: ‘el reloj tiene que estar estropeado'”

Hoy, no todo es el olvido, porque esa palabra no nos gusta nada. Pero a veces el tiempo no se porta bien y se olvida de eso y de que ella fue un orgullo para Gijón hasta el punto de debatir no hace tanto en los plenos del Ayuntamiento si al famoso ‘kilometrin’ le iban a dar el nombre de Rocío Ríos.  “A veces, no hay término medio en la vida”, acepta ella, que por suerte supo invertir en su casa lo que ganó en el atletismo y en no gastar nunca más de lo que tenía. “Al final, es la vida la que te hace muy realista, la que te enseña que no se puede vivir de recuerdos. Yo necesitaba un trabajo, pero como no tenía estudios… Me he cansado de escuchar esa frase todos estos años, ‘no tienes estudios’, y no es que te haga replantearte lo que hubiese hecho si pudiese volver atrás”, explica hoy. “Mi vida fue la que fue. Nosotras somos cinco hermanas a las que nos crió mi abuela. Mis padres se separaron. Mi primer trabajo fue cobrando 5.000 pesetas cuidando a una señora mayor, y todo eso te va marcando”.

“Luego, pasé a trabajar en la hostelería por 15.000 pesetas, sin estar asegurada, limpiando, incluso, habitaciones, de 10 de la mañana a cinco de la tarde. Y, cuando salía de trabajar, me iba a las seis a entrenar”, recuerda hoy como radiografía de lo que es su vida. La vida de Rocío, la burra de Rocío. “Y entonces mi entrenador descubrió que yo tenía una facilidad especial para correr. Y empecé a sacar resultados. Y vi que por ir a un cross un domingo por la mañana me pagaban cien mil pesetas. Y no me lo podía ni creer. Pero era así. Mi vida empezó a ser así y luego debuté en el maratón e hice récord de España, 2h31’43” en el valle del Nalón y me acuerdo que David, mi entrenador, decía: ‘el reloj tiene que estar estropeado’, porque yo tenía 23 años. Y no era normal llegar a esa edad al maratón y hacer esa marca, pero…”

Después, llegó a hacer 2h28’20” en San Sebastián y a completar una reputada biografía de atleta, a viajar por medio mundo y a desafiarse siempre como en el Europeo de Budapest 98 en el que, sexta clasificada, acabó doblada. “Las banderas españolas me equivocaron el ritmo. Fui poco inteligente esa vez”. Pero en todos los sitios hay luces y sombras, hasta en esos JJOO de Atlanta 96 en los que igual fue muy conservadora y se quedó a menos de dos minutos del bronce. “Mira, si hubiese logrado la medalla hubiese conseguido un trabajo para toda la vida….”, ironiza hoy pero sin pena ni rabia. “La vida es la que es. Lo importante es ser feliz. Que tus hijos te vean feliz. Al final, siempre se sale adelante y sino es de una manera será de otra. No vale de nada pensar que una mereció más. Prefiero seguir luchando, seguir intentándolo. De hecho, ahora he visto que han salido unas plazas para celadores y, si hago un buen examen y entro en las bolsas de empleo…, sería un trabajo, fíjate, un trabajo…, tantos años buscando…”

Antes de que se lo puedas decir tú, te lo dice ella con un realismo bárbaro, “es lo que hay”. Pero esta es Rocío, la burra de Rocío, la misma que, en su época de atleta, no supo nada del dopaje, “porque nunca me lo ofrecieron. Nadie me ofreció nada. Mi dopaje se limitaba a un zumo de naranja y a las pastillas de hierro (tardyferon) por las mañanas”, insiste. “Me valía así. No necesitaba otra cosa que la voluntad. Tenía muchísima confianza en mí misma, sobre todo tras aquel test de lactatos que hicimos en Canarias en el que el doctor Xabier Leibar dijo en voz alta: ‘que sepáis que Rocío va a ser la plusmarquista española de maratón'”. Pero, en realidad, fue más allá de eso. Fue quinta en el maratón de unos JJOO. Aún se dice y no se cree. La pena es que ese maratón no duró toda la vida. Tenía que haberlo hecho.

“Mi error siempre estaba cuando tenía una lesión. Entonces siempre tenía prisa por recuperarme, y eso, a la larga, se paga. Y, al final, llegó esa lesión que me sacó de la élite. Se pensaba que era una ciática y me estaba recuperando como tal hasta que se descubrió que tenía una bolsa de pus en el isquio. Tuvieron que operarme de urgencias y, a partir de ahí, ya nunca volvió a ser igual. Quería pero no podía hasta que descubrí, definitivamente, que querer no siempre es poder”, recuerda hoy, a los 49 años, a una edad en la que sigue corriendo por debajo de 4’00″/km, aunque ya empiecen a suceder cosas que nos recuerdan que esto cada vez se parece menos a lo de ayer. “Mi hijo, el de 11 años, ya hace el 1.000 por debajo de 3’30” y veo que no puedo seguirle, pero mientras todo sea eso…”, vuelve a ironizar con esa sonrisa que podría ser indestructible la pequeña Rocío, la dulce Rocío, la burra de Rocío.

@AlfredoVaronaA 


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