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La pena de decir adiós

Hoy voy a contar una experiencia que acabo de vivir en primera persona en Galicia, en la media maratón del Camiño, y que originó un tipo que un día me abarcó: “Yo te leo en Twitter”

A ver como explico yo todo esto casi una semana después. Pero si no lo explicase me sentiría en deuda con quienes me invitaron y, lo que es peor, conmigo mismo.

Hace una semana el viernes a primera hora de la mañana salía con mi amigo Noel en coche hasta Melide. Casi 600 kilómetros de carretera antes de dar un abrazo a Galicia; de ir a recoger los dorsales para la carrera; de probarse las camisetas; de conocer a Antonio, el de la marca Scott o de preocuparse, “uff cuanta humedad hace aquí” y mañana 21 kilómetros de los que no te perdonan si no estás en forma.

Pero llevamos media vida así, media vida en la que correr casi es lo que más le gusta a uno, casi más que escribir o que leer o que ir al cine o que ver el mar o que ir a coger caracoles al bosque despues de llover.

Y ahí, en Melide, hay muchos bosques en todos sus alrededores, sea en dirección a Palas del Rei o a Arzua, la personalidad del Camino de Santiago, ésa que nos ha acompañado hasta aquí por segundo año consecutivo. El año pasado fue espléndido como una caja de langostinos. Comprendimos que, si no repetíamos en 2023, cometeríamos un pecado.

– Te animarás ¿no? -quiso saber Noel

Pero no hacía falta que me lo preguntase para decir que sí.

El viernes a media tarde estábamos en Melide con la ilusión de volver al paraíso; de confundir el dolor con la felicidad o de darle la mano a Xabi, el patriarca de la carrera que, nada más salir de trabajar el mismo viernes a las ocho de la tarde, se fue al campamento base de la organización a poner las cosas en su sitio.

José Antonio no estaba esta vez. No llegaría (nos avisó) hasta el sábado a mediodía porque a su mujer (que trabaja en un supermercado de La Coruña) le tocaba trabajar esa mañana.

Y qué quieres que te diga José Antonio esta vez se te echó de menos y mira que fuimos a Lugo el sábado por la mañana y tuvimos la suerte de que el Anxo Carro estaba abierto para nosotros solos y de que hizo un día precioso y de las murallas y del río Miño y de las fotografías que, al final, es la prueba más rotunda de que uno estuvo ahí, una ciudad menos para conocer.

Hablo de José Antonio porque sin él nada de esto lo hubiéramos vivido. Pero hace unos veranos el destino hizo su trabajo.

Cuando salía de bañarme en la cala de San Roque de La Coruña, me abordó y me prometió que me conocía.

– Sí, de leerte en Twitter.

Y luego me contó que él estaba unido a la organización de una media maratón preciosa que explicaba lo que es Galicia y el Camino de Santiago en 21 kilómetros y que, si quería, estaba invitado y que solo había un problema: si la conocía me enamoraría de ella.

Y no se equivocó. El año pasado fui y, por encima del cansancio, mira que los viajes de regreso se hacen pesados, resultó una experiencia magnífica como dije al volver a casa.

– Qué exagerado eres.

– Que no, que no, que esta vez no.

Y mira que hace años uno se volvió perezoso para coger el coche para ir a correr o para viajar con la excusa de ponerse un dorsal. Pero 365 días después el viernes, 16 de junio, volvía a estar a media tarde en Melide, a pegarme una ducha en el hotel, a salir a caminar para estirar las piernas, a saludar a Pampin, a Pájaro, a Marcos y, por supuesto a Xabi, que lo tenía todo organizadisimo en ese antiguo supermercado en el que atienden a los corredores, reparten camisetas, dorsales e imperdibles, la bolsa del corredor, con una rapidez que desafía la perfección.

Pero Xabi te lo explica:

– Porque esto es como cuando uno invita a un amigo a casa. Siempre tratará de sacarle lo que le gusta

Y aquí yo creo que a uno le gusta todo, hasta las bajadas que son peores que las subidas. Pero ahora ya no estoy en Melide ni mañana sábado cogeré el autobús de la organización hasta Palas del Rei (donde estaba la pancarta de salida a las 18.30 de la tarde) ni sentiré esa gloriosa incertidumbre de correr 21 kilómetros tan duros en los que pisas todos los suelos del universo, solo falta la tarima flotante.

La media maratón del Camino 2023 ya es historia, ya solo respira en las fotografías y en los recuerdos que son sus escrituras.

Cuando uno quiso darse cuenta ya te habías pegado la paliza; ya era sábado por la noche y ya empezaba a anochecer.

Es entonces cuando ves que Xabi recoge la alfombra azul de la línea de meta. Y se la carga al hombro. Y se la lleva al desván, donde descansa sin protestar 364 días al año.

Y es entonces cuando te das cuenta de que todo se acaba y de que la vida es un viaje de ida y vuelta.

Para entonces el speaker también ha dejado de repartir premios y de generar pequeñas ovaciones en esa plaza en la que la organización nos recuerda que comer y correr son dos actos complementarios.

La organización, efectivamente, ha montado un restaurante, una especie de buffet libre en el que me presentan a un antiguo atleta que fue olímpico en Barcelona 92.

– Sí, claro que me acuerdo: usted es Carlos Adán.

Carlos ha engordado bastante pero conserva lo más importante de todo que es la sonrisa.

Y ha hecho 1 hora 32 minutos, a poco mas de 4’20″/km, que aquí es una buena marca porque el recorrido es como un tsunami que no tiene amigos.

Pero ésa es la magia de esos bosques que le invitan a uno a respirar, a acordarse de esas mañanas en la que coge el Metro, qué diferencia, por Dios, no tiene comparación.

Es lo que diferencia a Melide que, en realidad, es una pequeña urbe de 7.000 habitantes de Galicia en la que sólo falta un rascacielos. Pero por tener tiene hasta un desguace de coches y que en los veranos de los pueblos dan como para escribir una novela.

Y la carrera fue dura, sí, porque a las afueras Melide encierra el orgullo y la esperanza del Camino.

Y también hizo calor y humedad más que suficiente.

Pero de veras que pasas por tantos sitios distintos que es una injusticia quejarse del calor.

Y, además, están los puestos de música, que son como esa sonrisa que te cambia la vida; los ánimos de la gente que se arremolina en algunos sitios o la maravillosa labor de los voluntarios en los puestos de avituallamiento.

Y al día siguiente amaneció lloviendo en Melide.

Y Xabi y su equipo se fueron a agacharse y a recoger y a anestesiar los restos que el sábado por la tarde había dejado la carrera.

Y, sí, hoy los 21 kilómetros ya son historia y esta vez me he atrevido a poner palabras al esfuerzo. Cosas de uno. Creo que la nostalgia ha hecho su trabajo y, en caso de duda, están las fotografías y la seguridad de que todo esto mereció la pena.

Ahora que ya no nos duele nada, hay menos posibilidades de equivocarse.

A casi 600 kilómetros de Melide, sigo insistiendo en que vivir también es complicarse la vida y, sobre todo, conocer gente a la que luego te da pena decir adiós.


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