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Cómo es imposible ser campeón de España: "Salía de casa a las 7 de la mañana y llegaba a las 10 de la noche"

Artur Bossy, el nuevo campeón de España de 3.000, explica que el coche de un atleta no puede gastar un depósito de gasolina de lunes a viernes. “Cada día me decía, ‘vaya paliza me espera'”, recuerda hoy. 

¿Y compensa, Artur, compensa?

No se me ocurrió entonces otra pregunta a Artur Bossy, un atleta de 24 años que hoy vive con los pelos de punta. Qué felicidad. Nos tendría que prestar sus ojos, sus manos, sus piernas para averiguar lo que se siente allí dentro. Toda esa felicidad domiciliada en un atleta, que acaba de ganarse el derecho a competir en el Europeo de Glasgow. Quién lo iba a decir. Él, campeón de España de 3.000 metros. Él, que sólo ha visto en Instagram a los atletas con los que competirá en Glasgow. Él, que hoy es una marca registrada, Artur Bossy. Una manera de explicar que la vida merece la pena o que no hay nada tan creativo como el esfuerzo. Él, el mismo atleta que nada más cruzar la meta en el campeonato de España de Antequera  se puso a llorar. Y lo que es más. Fue a buscar a su entrenador, Carles Castillejo, y también estaba llorando. Y fue tan emotivo que sería inhumano olvidar: las lágrimas casi siempre dicen la verdad.

¿Y compensa, Artur, compensa?

Y cómo decir hoy que no compensa. Es más, parece una pregunta en fuera de juego, pero si uno se olvida de ella también se olvida de los 24 años que te costó llegar hasta el podio, que no son ni muchos ni pocos, Artur. Pero sí son los suficientes para explicar que el atletismo, cuanto más te hace sufrir, más lo quieres; para plantarse cara a uno mismo; para preguntarse qué estoy haciendo con mi vida, por qué nunca me toca a mí, que llevo picando piedra desde niño; que he aprendido que “el atletismo se reduce a primero, segundo y tercero” y qué tú, Artur Bossy, nunca eres uno de ellos. Y en un mundo con tanta prisa como el de hoy la paciencia es muy relativa. De hecho, en ningún libro te enseñan a esperar 24 años. Quizá por eso este último verano llegó ese día en el que reuniste a tus padres en la casa familiar de Cànoves i Samalús, en plena montaña, para decirles que este año iba a ser a todo o nada. No te habías vuelto loco. Sólo estabas tan nervioso como antes de empezar un examen en la universidad.

-Si definitivamente no doy un salto de calidad, lo dejo: dejo el atletismo -dijiste y acaso sentenciaste.

Por eso yo te he preguntado a ti, Artur Bossy, si compensa, porque antes de abrazarte a Castillejo en Antequera, antes de marchar a Glasgow, acabas de contarme algo menos amable que la gloria. Acabas de contarme que ya habías dejado de decir a tus amigos que retransmitían tu carrera por televisión porque los comentaristas nunca, jamás, te nombraban a tí, Artur Bossy. “Me había convertido en el atleta invisible. El ejemplo más claro fue en el campeonato de España de Barcelona, en la pista de Serrahima, donde fui cuarto tras Mechaal, Fifa y Dani Mateo. Crucé la meta y no me nombraron y me dolió porque era otra más. Otra vez más y ya me daba vergüenza que mis amigos vieran mis carreras y me dijesen: ‘Artur, no han dicho nada de ti'”. Y no era fácil volver a decir ‘estas cosas pasan, la próxima será diferente’, porque no lo era. “No conozco ningún atleta que se pueda acostumbrar a no ser nadie. No sería humano”, resume hoy, a los 24 años, los árboles rara vez le impidieron ver el bosque. Quizá porque él se crió al lado de ellos, en Canoves i Samalús, qué suerte la tuya Artur, ni un ruido por las mañanas que no sea el de la naturaleza encantada o enfadada, quién sabe cómo amanecerá mañana.

“No es fácil ser atleta, pero es que yo amo el atletismo. No me gustaría dejarlo nunca. Si por mí fuese me tiraría toda la vida compitiendo”, insiste Artur, que ahora está más fino que nunca con 55,5 kilos. Una fotografía perfecta para financiar el éxito y para explicar sus condiciones bancarias. La primera, una vez terminada la universidad, tú la viste clara Artur. “Tenía que cambiar mi vida porque hasta entonces vivía y no vivía. Salía de casa a las siete de la mañana y no volvía hasta las diez de la noche”. Pero entonces te levantabas, te ibas al CAR de Sant Cugat, a desayunar, a entrenar y, después de comer, cuatro horas a clase en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde recuerdas que te cambiabas “en el baño nada más salir de clase para realizar la segunda sesión”. Qué cosas Artur. Qué vida esta que no te concedía entonces ni el beneficio de la duda. “Volvía muy, muy cansado por la noche”. Una vida en la que salías “con tres mochilas de casa”. Una vida en la que “el maletero del coche se convirtió en mi armario”. Una vida en la que gastabas “un depósito de gasolina entero en el coche a la semana” y esa vida no la sabían los comentaristas. No nos la habías contado Artur. No nos habías dicho que “el primer día de series de la semana era espectacular, el segundo menos bueno y el tercero ya no podía ni con mi alma”.

Qué mérito Artur, pese a todo. “El año pasado es verdad que hice 13’43” pero ni me acerqué al Europeo de Berlín y, claro, es entonces cuando te preguntas, ‘¿qué has conseguido?’ ‘¿adónde vas?’, ‘¿qué puedes hacer?'” Y por eso reuniste a tus padres, recién graduado en Derecho, y te reuniste contigo mismo y acordaste que este año el Máster lo ibas a hacer a distancia e ibas a vivir como un atleta, a levantarte sin prisa, a echarte la siesta, a dejar de ir de un lado para otro y a dejar de pensar por las mañanas: ‘vaya paliza de día me espera’. Y si sale salió. Y si no sale siempre te quedará lo que has estudiado y nadie podrá decirte ‘no lo intentaste, Artur’, porque merecías intentarlo, ya sólo cuando veías esa fotografía que tienes en la habitación, con los amigos de toda la vida de La Garriga, recién terminado el Campeonato de España en Serrahima. Aún la sigues viendo pero ya no piensas qué pena que alguna vez no me puedan ver en el podio, qué pena que no escuchen a los comentaristas de televisión decir mi nombre.

Pero ya lo han dicho Artur, ya lo han dicho de la mejor manera posible Gerardo, Amat, Higuero: ya podemos morir tranquilos, ya podemos prender fuego a los malos recuerdos, ya tienen fecha de caducidad las fotografías que no salieron. Qué fácil y qué difícil. 24 años esperando vivir como ahora, con la piel de gallina, llegar a un entreno como esos 3×2.000 que te salieron hace nada “en 5’32”, 5’28” y 5’24” con 3’00” de recuperación” que te licenciaron para soñar y que te demostraron que llevabas razón. “Si quieres competir como un atleta debes vivir como un atleta y estar cada día al pie del cañón y demostrar que en el caso de los fondistas la genética no es tan trascendental. El fondista se crea, se construye”, insistes hoy, rodeado de toda esa felicidad. Quién pudiera intercambiarse por ti, amigo, cogerte prestadas las zapatillas voladoras o haber compartido el desayuno que viviste con Higuero en ese hotel de Antequera, al día siguiente de ser campeón de España. “Había que echarle huevos, Artur, había que echárselos”, te decía Higuero, que también fue un héroe. Y qué bonito ser un héroe. No sobran los héroes en este mundo. De ahí que esa pregunta, que te hice al principio, de si todo esto te compensaba haya quedado en fuera de juego y me alegro. Me alegro de veras de que sea así.

@AlfredoVaronaA 


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