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Él, Toni Abadía 

Retrato de un hombre que este fin de semana nos puso la piel de gallina: “Gracias mamá porque fracasé muchas veces y tú lo llamaste aprender, gracias mamá porque tu felicidad siempre será mi felicidad”. 

Recuerdo que entre los dos acordamos que “lo contrario de vivir es no arriesgarse”, como pasa en la canción de Fito&Fitipaldis. También recuerdo a ese joven que me ponía de ejemplo a su padre, un ingeniero prejubilado de Telefónica que él, Toni Abadía, lo definía como su “gol por la escuadra”. Al instante, razonó que ese padre suyo jamás se había metido en lo que su hijo hacía. “Él no sabe lo que es hacer un 1.000 por debajo de 3’00” minutos. No ha corrido ni dos kilómetros en su vida y creo que eso ha sido un punto a mi favor. A veces, los padres pueden hacer mucho daño“. Hoy, años después, regreso a la libreta de apuntes de aquel día para interpretar a un éxito merecido, a un tipo constante que este mismo fin de semana, abrazado a su madre, despertaba el corazón de las redes sociales con una pasión infinita. “Gracias mamá porque fracasé muchas veces y tú lo llamaste aprender, gracias mamá porque tu felicidad siempre será mi felicidad”, le escribió él a ella, la profesora de francés, oculta en esa fotografía que, sin embargo, lo dice todo, no hace falta ni la banda sonora. 

A su lado, entendemos que el éxito está incompleto si no hay alguien con quien compartirlo. De ahí la magia de escribir de tipos exitosos cuando se cruza esta oportunidad. Entonces los recuerdos también prestan una ayuda increíble como ese día de hace dos o tres años en el que yo mismo le propuse una conversación distinta a Abadía. No quería conocer al atleta. Quería conocer al hombre que habitaba detrás del atleta en un momento que quizá fuese más difícil que ahora. La crisis no sólo vivía en la calle. También en nuestras cabezas y en la de los atletas. Sin embargo, Toni Abadía se declaraba un afortunado. No atendía a lo que ganaba, sino a lo que veía entre sus amistades o entre su propia hermana “que estudió Derecho, pero desde que empezó la crisis el tema de la abogacía ha ido a peor y en parte, gracias a mis ahorros, hemos encontrado una solución para ella”. 

 La solución era una tienda de deportes que acababan de abrir en su barrio de Zaragoza, al frente de la cual estaba su hermana. Pero Abadía iba más allá, “porque no es un caso extraño el de mi hermana. Estoy acostumbrado a verlo entre la gente de mi generación. He conocido a ingenieros que trabajan de reponedores… Es más, uno de mis mejores amigos, tras licenciarse en Psicología, está de repartidor en Telepizza y antes estuvo en la cocina del Burger King”. Hoy, no se sabe dónde estará ese psicólogo. Acepto que tiene su interés y que podría habérselo preguntado a Abadía, pero no es el objeto de esto que pretendo escribir. Hoy, intento recordar que el éxito siempre fue así. 24 tenía entonces Abadía. 24 años en los que él, que iba a viajar a China a correr un Mundial de cross con todos los gastos pagados, defendía que la suerte también puede equivocarse. “No tiene sentido que unos tengamos suerte y otros no. Por eso no sé definir a la suerte y, a lo sumo, imagino que yo seré un tipo con suerte”, decía. “Tengo un buen trabajo y no tengo que enviar un curriculum para encontrarlo. Y no me olvido que eso también es una suerte. Hace dos años, yo también estaba trabajando en El Corte Inglés y no era que lo necesitase, pero…” 


“Hay millones de gentes aficionadas a correr en todo el mundo y solo unos pocos se ganan la vida con ello. Yo soy uno de ellos”.

Tampoco ésa fue una contradicción con el éxito, su éxito. Al contrario. “Aprendí muchísimo en El Corte Inglés. Quería tener otras experiencias en mi vida para el día de mañana y no me arrepiento”. Por eso no hacía falta que uno le dijese nada: ya lo decía él como todos esos días en los que escribe en redes sociales con una clarividencia enorme. Hoy transmite algo más que juventud: transmite experiencia, una fotografía con menos pelo y una sonrisa que late al ritmo de su corazón. “El atletismo no es eterno”, razonó aquel día en el que también se puso en la piel de cualquiera de nosotros, empleados o no de El Corte Inglés. “Entonces me convencí de todo, de lo bueno y malo del atletismo. Por un lado, es fantástico vivir todo el día dedicado a esto. Pero, por otra parte, envidias a esa gente que tiene un trabajo  de ocho a tres y sale a correr por las tardes sólo para relajarse”. Sin embargo, esas son las reglas de juego que tres años después perduran en su vida. A veces, hasta bate récords como este sábado en los 10 kilómetros de Laredo. Pero los días que no los bate tampoco pierde la perspectiva. La inteligencia está en pensar.  La paz de esos momentos que no se ven. “Hay millones de gentes aficionadas a correr en todo el mundo y solo unos pocos se ganan la vida con ello. Yo soy uno de ellos. A veces, no sé qué más puedo pedir a la vida”.

La fortuna es que, después de miles de kilómetros, la vida sigue igual. Los kilómetros siguen en paz. Aún tenemos sueños poderosos. Si hoy hubiese vuelto a hablar con él, me hubiese vuelto a decir “el atletismo no entiende horarios. Puedo verme entrenando un sábado por la tarde”. Las palabras de su querido entrenador, el mítico José Luis Mareca, también siguen intactas: “La medalla más importante es saber respetar al rival y ésa tú la ganas siempre”. Por eso siempre será una inspiración pensar en Toni Abadía o en su biografía, reflejo de la buena gente. Cruza victorias y derrotas, “porque no se puede ganar siempre”, como ya pasaba ayer, en aquella conversación de hace años que también sacó los dientes como los sacan los atletas en las fotografías. “He estado muy abajo y sé lo que la cabeza puede hacer por tí. Por eso cada carrera es como una especie de venganza conmigo mismo en la que tengo que aprovechar. Ahora, trabajo para mejorar, pero mañana trabajaré para no perder”. La diferencia es que mañana aún no ha llegado. De ahí que todavía sigan ocurriendo cosas fantásticas y que sigamos pensando que Fito&Fitipaldis lleva razón, “lo contrario de vivir es no arriesgarse”, porque sino no habría días capaces de ponernos la piel de gallina.  

@AlfredoVaronaA 


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