Inicio Entrevistas De modelo a atleta de élite con 35 años. 

De modelo a atleta de élite con 35 años. 

Un caso extraordinario: Elena Loyo, la ingeniera, la atleta alavesa, entrenada por Martín Fiz, va a participar en el Mundial de media maratón.  “No me veo más fea por llevar zapatillas”, dice ella, que viene de las pasarelas.  

Nieva en Vitoria y la nieve no sólo invita a pensar. También a soñar como explica Elena Loyo, afiliada a un sueño emocionante, como los de las películas en blanco y negro, “de las que aprendimos que soñar es tan importante como dormir”. Lo dice ella que, desde los siete años, cuando empezó a hacer gimnasia rítmica, descubrió algo que nos hace mejores personas. “Siempre he imaginado que la realidad se puede parecer a los sueños”. A los 35 años, no se ha dado por vencida. Así que esta conversación debería ser una fiesta. “A los 27 años, empecé a correr”, continúa. “Entonces descubrí que no se me daba mal. Quedaba cerca del podio y como me gustaba me convencí a mí misma, ‘Elena, tenemos que continuar en esto'”. Y, como pasa en las películas que no se nos olvidan, la solución estaba “en buscar rivales más fuertes”, entre las que hoy ella, Elena Loyo, casi ya es una más. Una mujer con un verbo seguro que explica que “en la vida no todo es lo que esperas”. Y, de alguna manera, todos formamos parte de ella y de esa idea suya que casi le invita a uno a psicoanalizarse.  Hay cosas dentro de una misma que nunca imaginas. Es lo que a mí me ha pasado corriendo. No sabía que podía ser de mí. Lo desconocía todo. Por eso ahora estoy inspeccionando hasta donde puedo llegar. Es una pregunta que me encanta y que la necesito”. 


“El atletismo es lo más objetivo que existe. El reloj nunca se equivoca. Nadie puede hacer por tí lo que no haga el reloj”.

La incertidumbre forma parte de la felicidad. “Todavía no conozco la respuesta”. Un libro de ruta que tampoco la distancia del realismo que se imagina en una mujer que no nació ayer.  “He trabajado de todo. He hecho tantas cosas… Mientras estudiaba, hice de camarera, daba clases particulares y hasta trabajé de modelo para tener una independencia económica. Vivía en un piso de estudiantes y no sólo se trataba de pedir continuamente dinero a mis padres”. Todo eso se refleja hoy en su manera de ser, en la que gobierna el folio en blanco. La necesidad de exprimir el tiempo, capaz de recordar que ella siempre fue “muy competitiva”. Un deseo, en realidad, que amenaza una historia, enamorada de lo posible. “Nadie me oirá decir nunca que mi ambición va a mover el mundo, porque es al revés. Será el mundo en el que situará mi ambición en su lugar“. Por eso a uno le parece importante escuchar a Elena y hasta regresar a esos tiempos suyos de modelo que, en cualquier caso, nunca compararía con el atletismo. “No tiene nada que ver. La naturaleza es la que es, la que llevamos cada una en el cuerpo. No se puede hacer nada. Luego, puedes caer más o menos en gracia, porque la belleza es tan subjetiva… Sin embargo, el atletismo es lo más objetivo que existe. El reloj nunca se equivoca. Nadie puede hacer por tí lo que no haga el reloj”. Y en este mundo, ella, la ingeniería que nunca ejerció de ingeniera, se declara una mujer feliz, genuina representante de sí misma y de su armario en el que hoy gobiernan “las zapatillas en vez de los zapatos de tacón”, lo que resume una manera de ser:

No me veo más fea por llevar zapatillas. Al contrario. Me siento más cómoda. Es más, ¿quién dice que por ponerse zapatos de tacón o por maquillarse una mujer está más guapa? Pero es que a veces parece que en esta vida tenemos el concepto de que para estar guapa hay que sufrir pues que yo sepa unos zapatos de tacón no es lo más natural para el cuerpo humano”, agrega  ella misma, capaz de fijar sin prisa la banda sonora de su propia vida. “Al final, la vida siempre es una balanza en la que la pregunta es la misma para todos, ‘¿te compensa o no te compensa lo que haces?’ El problema es dar con la respuesta que más te convenza”, asegura Elena Loyo, que podría regresar a su adolescencia y descubrir porque le dio por estudiar ingeniería técnica mecánica, “sin una vocación exactamente clara, pero como se me daban bien las matemáticas, la física, la química, el dibujo técnico…, Había que elegir algo y elegí esto”. Sin embargo, ahora, en  su nueva vida de atleta, la duda no dura un segundo. La motivación es una más de sus capacidades corporales y hasta la gente que está a su lado, “sean mis padres o sea mi pareja”, se han dado cuenta de que esto no es una locura. Luego, será el sexto sentido o será la vocación tardía que probablemente vuelve a regresar a esa niña de Murguía. “He sido siempre una gran cabezota. A los seis años, cuando empecé a hacer gimnasia rítmica, si escuchaba que una onza de chocolate engordaba, no probaba el chocolate y no tenía problema. No era ningún sacrificio. Traté de ser siempre muy ordenada. Por eso no me importa que el atletismo sea exigente; lo que me importa es que me haga sentir bien porque entonces sabes que escogiste bien”.


 “Los tres últimos años he llegado hasta donde no podía ni imaginar. “

Su biografía tampoco se olvida de nada. “Los tres últimos años he llegado hasta donde no podía ni imaginar. He vivido momentos imborrables como la primera vez que gané el campeonato de España de 10 kilómetros… Sabía que llegaba bien preparada. Sabía que podía ser la primera o la quinta…, pero el hecho de ser la primera y de comprobar que todo ese esfuerzo mío tenía razón… Fue tanta la emoción… Fue tanto lo que me enseñó ese día…” Todo eso hoy es parte del personaje, cuya voz reúne tanta honestidad. “Cuando empecé a entrenar con Martín Fiz, nunca me dijo, ‘mira Elena, vamos a perseguir esto o aquello’. No me dijo nada, no me exigió nada. Me convenció de que esto iba a ser un proceso muy natural en el que la felicidad está en lo que una logra cada día”. Quizás por eso la motivación conserva intactas sus propiedades. “No me cabe ninguna duda. Al menos hoy, en el que estoy deseando hablar de esto aún reconociendo que el atletismo tampoco es perfecto. Si hablo de lo económico apenas me compensa y tengo que completar ingresos dando clases particulares. Pero si mañana tengo que volver a poner mi vida en la balanza volvería a escoger lo mismo, a salir a entrenar al parque de El Prado, a viajar los fines de semana, a escuchar a Martín Fiz y a recordar que cada profesión tiene sus cosas buenas y malas. No todo es perfecto. No sé si esa palabra existe, pero sé que es muy difícil”.

“Mi felicidad no esta a largo plazo”, rebate ella cuando se habla de los Juegos de Tokio 2020 y quizá del maratón, donde en su primera intervención hizo 2 horas y 38 minutos. “Pero ¿qué sentido tiene hablar de lo que puede pasar de aquí a tres años? ¿Quién sabe lo que puede pasar? Mi inspiración siempre está en el día siguiente y si luego suceden cosas que a mí me parecen importantes… No me creo nada que no haya sucedido. Puedo imaginarlo, pero sé donde está la frontera. Las cosas no son hasta que pasan. Pero en ese camino el atletismo te muestra cosas tuyas que una misma desconocía. Todavía recuerdo aquel entrenamiento de 2 series de 25 minutos antes del maratón. Aquel día hasta granizaba. No era el día más amable para hacer eso. Tenía dudas y, sin embargo, lo hice”. Una prueba de madurez o de compromiso que, por encima de todo, insiste en una forma de ser en la que la edad cronológica no es la misma que la edad biológica. “A los 35 años, creo que todavía puedo mejorar”, explica con una voluntad que invita a creer en ella y en las vocaciones que llegaron a tiempo, antes de que empezase a nevar en Vitoria. El reloj nunca engaña a nadie. 

@AlfredoVaronaA 


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1 COMENTARIO

  1. Uau, muy buen post.
    Desde luego que son dos grandes ámbitos y aspiraciones en la vida. Ser modelo conlleva una disciplina y una forma de vida estricta, pero ser atleta también. Es una gran suerte poder vivir dos sueños en una vida.
    Un saludo.

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