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En casa del entrenador

El hábitat de Antonio Serrano que hoy, después de casi 30 años entrenando, dirige a Adel Mechaal con esa máxima suya: “No pienses y hazme caso”. 

Como dice García Márquez, “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda”. Quizá eso es lo que da tanto valor a las conversaciones, a los estados de ánimo, a los momentos o a esta habitación en la que trabaja el entrenador Antonio Serrano. No es grande ni pequeña. Tampoco entra esa luz del sol que, por lo visto, le abre a uno los ojos en los garajes de Silicon Valley.  Pero esto es el invierno de Madrid y entre sus cuatro paredes hay vida, tanta vida que nos recuerda que el calendario no tiene piedad: nos hacemos mayores y empiezan a sobrarnos los recuerdos y la posibilidad de ponerles nuestra propia banda sonora. Recuerdo entonces que pisé esta habitación por vez primera hace 17 años y hoy casi que me invade la nostalgia. Nostalgia justificada por tantos planes de entrenamiento como ha podido producir la pantalla de ese ordenador; los recortes de periódico pegados desordenadamente en las paredes, las carpetas herederas de otro tiempo y, en definitiva, tanta vida que nos recuerda que “el romanticismo sólo es para los grandes momentos”. Grandes momentos como este último que me relata Serrano en el que su hija, una adolescente que parece ser una gran competidora, acababa de retirarse en un cross y se abrazaba descorazonada a él… “Momentazos”, en el lenguaje de su padre que, sin embargo, no es su entrenador y que ese día lo pasó peor que ella, los hijos dan tantas alegrías como preocupaciones.

En realidad, no estoy aquí para adorar a Antonio Serrano, porque entonces sería menospreciar este artículo, menospreciarle a él y, lo más importante, menospreciarles a ustedes. Pero me resulta tentador escribir desde el hábitat de un entrenador tan antiguo. Y sin ser García Márquez me atrevo a explicar a un hombre que un día se despertó escribiéndome por Whattsap esta frase que le había leído a un hombre especializado en la banca como Raúl Baltar: “En la vida una de las mejores inversiones es dedicarle tiempo a los demás. Al final, regresa multiplicado”. Quizá por eso Serrano nunca lo dudó y, entre virtudes y defectos, hoy continúa de entrenador 25 o 30 años después. Nadie le enseñó a odiar a esta profesión. Todavía gana y pierde atletas, incluso atletas jóvenes con los que invirtió casi diez años y que, de repente, se van con otros entrenadores, lo que no sólo le invita a uno a decir, “esto es una pena”. También a hacer autocrítica que posiblemente sea la parte más importante de este trabajo. Las leyes de una profesión en la que él defiende la paciencia a carta cabal. Por eso uno puede tirarse horas hablando con Serrano y nunca encontrará una palabra mejor que ésa, la paciencia, capaz de caminar sola y de demostrar lo complicado que es esto del atletismo. “A un centímetro de la pista, las dudas ya no me sugestionan y, a pesar del tiempo que llevo como entrenador, aún me quedan promesas por cumplir”, dice él, un tipo al que casi nunca le importa recordar a Bob Marley: “Si te hizo feliz no cuenta como error”. 

Anotación de los parciales de Javi Guerra en el Maratón de Londres 2015

 Todo eso tal vez está representado en esta habitación en la que el entrenador empieza cada día, enciende el ordenador, lee todo lo nuevo que caza de atletismo y defiende que, efectivamente, “por todos los caminos se puede llegar a Roma”. A él se lo enseñó en Toledo Martín Velasco, un hombre enigmático que iba a los entrenamientos con pantalones de pinzas y que fue capaz de guiar a récords de España en maratón como a José Luis González a la medalla de plata mundial en 1.500 en los años ochenta. Pudo ser Martín Velasco el entrenador más democrático del mundo y puede ser Antonio Serrano uno de sus reflejos más útiles. Nunca le sentí imponer su currículum, sus viajes, sus JJOO como prueba de su sabiduría. Quizá porque al final siempre regresa lo aprendido de Martín Velasco. El hombre que un día le dijo (“llegarás hasta donde tú te creas que puedes llegar”) que es lo mismo que él dice hoy a sus atletas. “Todavía me sigue encantando escuchar esa voz de Martín Velasco, que recupera parte de mi juventud. Él fue el responsable de que durante tres años me fuese a vivir a Toledo, abriese la ventana de mi habitación de aquel piso alquilado y lo primero que viese fuese la catedral de Toledo”.

“El cronómetro, en las manos del entrenador, nunca deja de correr”


 Quizá por eso Martín Velasco es un personaje imprescindible que nunca deja de existir en su vida. Han pasado más de veinte años, pero hay ideas suyas como esas en las que decía que “la inspiración no avisa” o “no pienses y hazme caso” que todavía se repiten y a veces hasta se transcriben en la pantalla del ordenador de esta habitación. Son las reglas de la profesión en la que, pese a todo, los atletas pueden seguir siendo los primeros en juzgar al entrenador y hasta en echarle la culpa como aquel atleta que esa misma tarde de domingo, tras un mal papel en el Campeonato de España de cross de Alcobendas, le escribió un correo electrónico a Serrano y le transmitió algo más que su enfado. Es más, desnudó sus dudas acerca del plan que le proponía y el atleta hasta podía llevar razón. Pero entonces el entrenador le recordó la conveniencia de esperar al día siguiente, antes de buscar culpables o antes de dejar que la rabia hablase por él. No es fácil esperar pero es necesario. “No es fácil llegar al cien por cien a una competición importante”, dice Serrano. “El tiempo me ha enseñado que casi siempre falta algo”. Pero, precisamente, por eso esta es una profesión para perfeccionistas en la que una centésima puede cambiarlo todo. El cronómetro, en las manos del entrenador, nunca deja de correr. Es más,  nunca admitirá  discusión.  De ahí la magia de arriesgarlo todo por un sueño, como se dice en ese spot que Serrano acaba de rodar con  Mechaal, capaz de poner los pelos de punta y de explicar que siempre hay mañana. “No aceptes que nadie te regale nada. No te quejes. No discutas. No pierdas el tiempo”.

De ahí la importancia de escribir desde esta habitación del entrenador, parte de su vida y de su intimidad. Los silencios en los que se aloja el futuro que uno imagina y el pasado que uno recuerda a su manera. La primera página antes de llegar, si es posible, a las medallas. La sensación de que todavía falta algo por inventar. El precio de mezclar números y ritmos que, según el entrenador, “nunca son inventados”, porque “no se puede jugar al azar con ellos”. Y entonces vuelve a explicar que esto no se explica. Y a regresar a Toledo. Y a Martín Velasco, que en aquellos años ya creía en recuperaciones muy cortas para los atletas en las series lo que quizá hoy identifica todo lo que se prepara en esta habitación. Y todo eso es lo que le permite hoy recordar a Serrano días memorables como aquel en el que De la Ossa llegó a hacer en un entrenamiento, con 1’30” de recuperación, un 2.000×3.000×4.000 en 5’25”, 8’10” y 10’50”. Y entonces uno se da cuenta de que no llegó a esta habitación sólo para explicar lo que pasa hoy, sino también lo que pasó ayer. Y por eso también vuelvo a ese día en el que Higuero hizo 2’47” en un 1.200 en la soledad de un entreno que, como ahora le cuenta Antonio Serrano a Adel Mechaal, “es un ritmo por debajo de 3’30” en 1.500″ y que, como también escribió García Márquez, recuerda, “la importancia de magnificar los buenos recuerdos”. Porque el pasado está en todas partes. No sólo en la habitación.

@AlfredoVaronaA 


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