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Carles Castillejo: cuando un amigo se va

Si es verdad que el de Madrid ha sido su último maratón en la élite siempre podremos decir que Carles, ese viejo Peter Pan, tuvo la maravillosa despedida que merecía

No es verdad que el maratón sea lo más democrático que hay. No todos podemos ser Carles Castillejo Salvador (Barcelona, 1978) ni despedirnos de esta distancia como si fuésemos héroes.  Él lo hizo el domingo en Madrid en un escenario como el Retiro donde cada fotografía es una obra de arte. El sinónimo esta vez sería Castillejo, ese viejo Peter Pan al que hoy sólo le faltaría que los Juegos Olímpicos le pidiesen perdón. Pero, al margen de eso, le queremos y le hemos querido tanto que nos enorgullece que no haya sido francés o islandés. Ha sido español, ha sido el catalán perfecto licenciado en las universidades de medio mundo. Por eso, si es verdad que éste fue su último maratón en la élite, solo nos queda discutir acaloradamente con la letra de esa canción (‘cuando un amigo se va algo se muere en el alma’) y lamentar que no tenga puntos débiles. Sólo dice la  verdad.

Los maratonianos, que fueron capaces de llegar a nuestro corazón, deberían ser eternos. Pero no hay manual de instrucciones que comparta ese destino. Los años pasan y siempre llega el día en el que volvemos a verlos y ya no jugamos en su mismo equipo. Sólo vemos a tipos mayores que las nuevas generaciones ya ni reconocen. Sus canas nos decepcionan y nos recuerdan que su currículum está guardado en viejas cajas fuertes. Sólo nos queda tirar entonces de nostalgia y volver a presumir de que los maratonianos de ahora ya no sean como los de antes. Pero así es la misión de la vida, una cosa lógica o una cosa injusta en la que el día de la jubilación tiene el deber moral de ser lo más agradable posible.

Sin embargo, jubilar a un maratoniano no es como jubilar a un funcionario o a un empleado de hotel. Jubilar a un maratoniano como Castillejo es parte de tu jubilación, parte de la edad y del precio que cada día pagamos por vivir. Entonces vuelves a descubrir que bajar de 28 minutos en 10.000 es como una luna de miel en el Pacífico que sólo dura quince días; que fracasar en unos JJOO, en realidad, es un privilegio y que casi ninguno de nosotros lloramos de emoción en nuestros trabajos. La diferencia es que Castillejo sí nos hizo llorar como aquella primera vez que ganó en el maratón Castellón, sin avisar a nadie, o en esos 100 metros finales de la media de Granollers en los que liquidó a Patrick Makau, que entonces era plusmarquista mundial del maratón. Por eso nos enorgullecimos tantas veces de él y pusimos de ejemplo a su inspiración. Rejuvenecimos a su lado y amenazamos imposibles. Olvidarlo hoy  sería como olvidarse de Meryl Streep en ‘Memorias de África’: no podemos hacerlo porque no sabemos hacerlo. El cine nos ha enseñado así.

“Quizás no sea la vida perfecta, pero a mí sí me hubiera gustado que durante seis meses Castillejo me hubiese prestado su cuerpo, sus ritmos su vida de atleta (…)”
Carles Castillejo es felicitado por sus hijas al finalizar el Maratón de Madrid

Así que, sin haber compartido siquiera un café con Castillejo, ya ven lo que estoy escribiendo de él. Pude volverme loco, pero más bien creo que literatura y admiración van unidas en un mismo intento. Supongo que eso también es salud y que un maratoniano, que dura en la pelea hasta los 38 años, es un señor capaz de reinventarse: una estrella sin un millón de dólares y una prueba de que estar tan delgado, en realidad, es un acto de valentía. La sensación de que hay trabajos que dan la felicidad y de que ni siquiera es un error vivir los sábados por la tarde metido en la habitación de un hotel. Quizás no sea la vida perfecta, pero a mí sí me hubiera gustado que durante seis meses Castillejo me hubiese prestado su cuerpo, sus ritmos, sus entrenamientos en altitud, su vida de atleta y hasta todos esos veranos que no llegaron a ninguna parte.

No se sabe como hubiera sido ni si mi cabeza hubiese aguantado los seis meses. Pero sí imagino que hubiera sido diferente. Quizás hasta como conducir un Fórmula 1 y descubrir que el hecho de estar vivo no significa que puedas hacerlo. Pero esa es la gran diferencia del atleta de élite, la de vivir y la de rehuir las pastelerías. La de contrastar que las carreras se ganaban a diario en la monotonía del parque de Can Mercader de Cornellà de Llobregat y de que una fractura por estrés no es el fin del mundo. La soledad entonces podía ser muy egoísta. La paciencia no era una orden y el día de mañana no siempre es como soñaste. En realidad, la enseñanza que deja un maratoniano el día que se va es infinita, imposible de explicar en un solo intento. Las palabras no nos perdonarían  y ya quedó claro que a mí no me gustan las despedidas. Por eso solo se me ocurre pensar que es mejor no discutir con el pasado y que algún día existirá otro Carles Castillejo Salvador que reducirá aún más las distancias con la perfección. Y lo amaremos tanto como hemos amado a éste.

@AlfredoVaronaA 


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