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Sí, aquí está él: Óscar Husillos

JJOO Tokio 2020. La final de 400 metros va a empezar en unos momentos… Y ése será el momento perfecto… Ni demasiado pronto ni demasiado tarde.   Si nacimos para vivir también lo hicimos para soñar… 

Hoy escribo desde el estadio nacional de Tokio. El calor es invulnerable en este verano de 2020. La pista nos acaba de regalar algo que no podíamos comprar en estos Juegos. La calma es imposible. No sabe uno cómo organizar esta crónica. Los dedos acarician la emoción. En realidad, la emoción es el resultado de muchos años en los que nos  acostumbramos a convivir con este sueño, tan fácil o tan difícil. No había término medio en un mundo en el que ese joven siempre nos pareció modélico. Es más, todavía es joven en el verano de 2020. Acaba de cumplir 27 años y este es el momento. Ni demasiado pronto ni demasiado tarde en el estadio nacional de Tokio, donde va a ocurrir una de esas cosas que excitan a las masas. En esta vida no hay nada más literario que escribir de sueños cumplidos. No todos los hombres tienen la oportunidad de conocer a la mujer de sus sueños.

 En realidad, es como una invasión de turistas que llegan al atletismo. Por eso no hay nada mejor que cerrar los ojos para imaginar un día así en el estadio nacional de Tokio. Son las leyes de lo imposible. La final de 400 metros va a comenzar en unos momentos. La vida entonces es como una barra de labios. Ocho vidas resumidas en la pista en menos de 45 segundos. Ocho vidas gobernadas desde hace años en los Juegos Olímpicos por hombres de apellidos anglosajones y caribeños que hoy idolatramos como Juantorena, LaShawn Merritt, Jeremy Wariner o el inolvidable Michael Johnson. Quizá por eso nos habíamos hecho a la idea de que esto era inalcanzable para un joven de piel blanca criado en la Meseta, a orilla del río Pisuerga, un lugar que uno imagina reservado para escritores y pescadores. Pero en todos los sitios hay héroes sin pronosticar. Tenemos esa suerte. Si nacimos para vivir también lo hicimos para soñar y para imaginar algo que no le puede molestar a nadie: los milagros.

 El milagro, efectivamente, está ahora en la pista del estadio nacional de Tokio. El soñado verano de 2020, donde superaron la criba los de siempre. Ahí siguen cuatro años después, como si el tiempo se hubiese detenido desde los Juegos de Río, Van Niekerk, Kirani James, Machel Cedenio, Karabo Sibanda… Pero la diferencia es que entre todos ellos hoy está él, ese apellido castellano que arrasa con la admiración de los japoneses; que ha encendido el sol del atletismo en España y que ha abierto las portadas de los telediarios en España. Hasta la Casa Real le ha mandado un mensaje de ánimo para la final de esta tarde, donde él nos representa a todos. El precio de un sueño que viaja por carretera desde hace años, porque se sabía que podía estar ahí. Quizá por eso esta noche el futuro ha tomado prestadas las llaves. Yo mismo he envejecido dos años. Me he trasladado al verano de 2020. He aterrizado en la final de 400 metros y lo he visto a él, Óscar Husillos, entre los ocho elegidos. No se sabe ni cómo contarlo.

Sí sé que había pasado una criba enorme sin necesidad de repesca. Luego, le vi mirar al cielo con la humildad de los hombres que saben que hoy miran al cielo y mañana mirarán al video. Por eso hay que vivir tanto el momento, cada  momento. Pero entonces justo, cuando iba a empezar  la final, ha ocurrido algo de lo que nadie me había avisado. He despertado, he regresado al invierno de 2018 y el único consuelo que me ha quedado es el de acordarme de Willian Shakespeare: “somos del mismo material del que se tejen nuestros sueños”. De ahí que haya trasladado mi imaginación a Palencia, donde vive ese joven de Astudillo, llamado Óscar Husillos, licenciado para soñar con un día como ese en Tokio. Y si uno tiene la suerte, volverá a contarlo, esta vez en la vida real. Y no pasa nada por esperar. Es la magia de los JJOO.

@AlfredoVaronaA 


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