Los restos del naufragio

Final de la Supercopa

Riqui Puig quiere hacerse con la pelota ante la defensa de Óscar De Marcos / VALENTÍ ENRICH

Emilio Pérez de Rozas

Emilio Pérez de Rozas

Les contaré, y perdonen la complicidad que trato de tener con ustedes, pero no hay nada como esta misiva íntima entre ustedes y yo cada semana. Yo tengo varios amigos en Palma de Mallorca y, claro, casi todos ellos son periodistas, alguno (o casi todos) ya jubilados, no porque ellos hubiesen querido sino por necesidad del negocio. También tengo, sí, profesores de universidad, que no vean como se aburren y lo que les entretiene hablar de fútbol, o un amigo hotelero que estuvo a punto de comprar el Mallorca en cierta época dorada del club bermellón y al que le recomendé que “ni estando loco” lo hiciese. ¿Por qué?, me preguntó. Pues sencillamente, amigo, porque tú, que tienes decenas de hoteles por todo el mundo y miles de empleados, jamás, jamás, has sufrido (afortunadamente) huelga ni manifestación alguna. Pues bien, en cuanto te compres el Mallorca y un descerebrado de futbolista falle el penalti que da derecho al ascenso a Primera, tendrás miles de aficionados pidiendo tu cabeza, frente a las oficinas de tu empresa, por no haber logrado el ascenso. Descartó seguir negociando al día siguiente. Tonto no era. No es.

Con Alejandro Vidal y Ricard Cabot mantengo unos desayunos maravillosos en una estupenda terracita, pequeñita, coqueta, a 10 metros del mar, casi lo tocamos, en Ciudad Jardín, una extensión de la playa de Palma. Estos días no podemos ir pero, habitualmente, no dejamos de vernos dos o tres veces por semana. Es una manera de empezar el día, pronto, muy pronto, con un desayuno simpático y, sobre todo, repleto de vivencias y anécdotas. Vidal es un viejo zorro de los grandes, de los que las ha vivido de todos los colores en prensa, radio y televisión. Y, encima, ya jubilado, tiene una memoria de elefante.

Con decirles que se sabe la historia (virtudes y defectos) de todos los árbitros españoles, está todo dicho. Cabot, aún en vivo y en directo en el Diario de Mallorca, pero desesperado porque teme que los rojillos no sean capaces de mantener, en la segunda vuelta del campeonato, el nivel de la primera y, por tanto, pongan en peligro el tan necesitado ascenso a Primera, es un culé que sufre, a la desesperada, la situación de su Barça. Son desayunos y ustedes ya me entienden de viejos guerreros, casi de abuelitos, que nada tienen que ver con los nuevos tiempos y, mucho menos, con la manera en que nosotros tres vivíamos el periodismo y el fútbol, vaya, el deporte en general, pues en esta isla hay mucho más que fútbol. Como pueden comprender, muchas veces (y no es por hacernos los chulos, no, es por lo que sabemos de esto) les digo que deberíamos de grabar algunos de esos desayunos y hacer seminarios con ellos en la facultad de Periodismo. 

Son charlas en las que, habitualmente, comparamos situaciones del pasado (insisto: batallitas del abuelo) con la actualidad. Nada de lo que le está pasando al Mallorca es nuevo. Nada, absolutamente nada, de lo que le ocurre al Barça es nuevo. Nada de lo que le sucede al querido Betis de nuestro amado y admirado Llorenç Serra Ferrer, con quien, de vez en cuando, departimos comiendo en su precioso y coqueto hotel rural S’Olivaret, junto al Castell d’Alaró (deberían ir, no se lo pierdan, un cielo en la tierra, entre montañas, maravilloso), es nuevo. Nada. La conversación del lunes pasado no fue de cómo y por qué perdió el Barça, no hacía falta reflexionar sobre eso: el Athletic quiso y pudo, lo preparó mejor, como dijo Marcelino “mis hombres están como cañones, se quieren comer el mundo”, los de Koeman esperando que Messi se recuperara. No, no, fue una cuestión algo más que futbolística.

Pero es evidente que solo ver el once con el que acabó el Barça, en el primer partido (y tal vez en el único) que podía acabar con título (nadie ve a este Barça ganando la Liga, la Champions y/o la Copa del Rey), está todo dicho y analizado: Ter Stegen, Mingueza, Araujo, Alba, De Jong, Riqui Puig, Pjanic, Braithwaite, Messi, Griezmann y Trincao. No creo que haya que explicar mucho más: ese es el legado de Josep Maria Bartomeu y toda el área deportiva del Barça. La destrucción y dilapidación de todo un proyecto y una idea futbolística. Y, después de aquel desastre, como comentó Cabot, dos días de fiesta para los azulgranas. Sanción de dos partidos para Leo Messi, que no hubiese pasado nada si hubieran sido cuatro. Nada. Y, ahora, corriendo a cerrar el fichaje de Eric Garcia. ¿De verdad, en serio, el Barça depende de que los candidatos y Carles Tusquets, que parece haberse enamorado del puesto de presidente interino, consigan encontrar dinero bajo los desérticos asientos del Camp Nou para fichar ahora a ese niño que dejaron escapar? ¿Me están diciendo que la historia va de eso?

Por favor…… Mientras el Barça se derrite, seguiré acudiendo a la terraza de Ciudad Jardín y continuaré pidiéndole a Alejandro Vidal que me cuente cómo Miquel Contestí, el presidente milagro del Mallorca, esperaba a conocer los árbitros de la jornada antes de hacer la quiniela. Alejandro se resiste, pero un día le pediré que me cuente cómo su hijo Héctor vigilaba la clase de BUP, de La Salle Bonanova, donde estudiaba Gerard Piqué. Me ha prometido que algún día me contará cosas del marido de Shakira con las que fliparé. Y yo se las contaré a ustedes. O no.