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Tony Rominger, a los 62 años: “Yo nunca renuncié a tomarme una cerveza”

Tiene 62 años y aún no está jubilado. “Quiero tener la cabeza ocupada”, explica Tony Rominger, un mito del ciclismo de los años noventa que ganó tres Vueltas a España. 

La cabeza le funciona como las piernas en sus mejores años.  Razona todo lo que dice. “Si en mi época hubiésemos sabido lo que los ciclistas saben hoy, mi alimentación hubiese sido otra”, explica varias veces Tony Rominger, que ahora a los 62 años es un hombre solo, divorciado y aún sin nietos. “A ver si mis hijos se dan prisa”, razona desde Berna (Suiza), donde vive.

¿Qué tal?
Ahora acabo de venir del supermercado. He ido a comprar y dentro de un rato me pondré a hacer la cena. Vivo solo. Yo me lo hago todo. Soy un ejemplo de amo de casa. Hace años me divorcié.

¿Y está bien?
Bien. Todo bien, sí. Tengo una vida tranquila y bonita. Vivo en Berna. Aquí hace mucho frío.  Hoy, menos dos grados. Pero yo prefiero el frío al calor.

¿Y con este frío sigue saliendo en bicicleta?
No, ya no. Aquella época ya pasó para mí, ya no lo necesito. Pero cuando era profesional sí porque era mi trabajo. Los sponsor pagaban un dinero para que yo estuviese en forma. Y no podía decir, “es que hoy, como está lloviendo, me quedo en casa o hago menos de lo que me corresponde’.

Y lo hacía.
Que yo recuerde, siempre lo hice.

En julio del 93 hizo calor y puso en aprietos en el Tour a Induráin.
Pero fue el año en el que hizo menos calor (risas).

Nadie como usted para recordar.
Me encontré como nunca en el mes de julio. Gané algunas etapas, fui el mejor escalador y al final terminé segundo. Pero en esa época estaba Induráin que ganó cinco seguidos. No era fácil enfrentarse a él.

Le faltó ganar un Tour a Tony Rominger.
Si miras mi palmarés está claro que sí.  Ahí falta un Tour de Francia y yo tenía esa intención de ganarlo. Pero después del 93 ya nunca volví a tener opciones. No tengo razones para explicarlo. Ni siquiera el calor porque yo me preparaba para correr con calor.

¿Qué edad tiene ahora?
62 años.

¿Y no está jubilado?
Si quisiera, sí.  Me podía jubilar hace años pero hay que tener alguna pequeña inquietud. Me gusta tener obligaciones. No quiero estar todos los días en la oficina de ocho a cinco. Pero sí hacer mis cosas. Ahora organizo viajes y en enero vamos a ir un grupo de 50 personas a Tailandia a montar en bicicleta.

¿La gente le pregunta por el antiguo Tony Rominger?
Los mayores sí. Me hablan de la diferencia de nuestro tiempo. Me dicen, ‘Tony, es que tú siempre estabas listo para atacar’, y yo les recuerdo que era otra época.  Ahora no sé como lo hubiese hecho, porque todo es tan distinto.

En Asturias le quieren como a un hijo. Le querían más que a Indurain.
Es verdad. Asturias lo tengo en mi corazón. Aún tengo muchos amigos como Torrontegui, Rubiera, Torralbo… Ir a Asturias es como ir a casa porque nunca perdí contacto. Siempre me he preocupado por mantenerlo con la gente que quiero y que me quiso.

¿Y por qué no vive en Asturias?
Sería como vivir en Suiza (risas), pero no sé, nunca lo planteé….

Ahora es empresario.
Sí, tengo mi propia empresa. Pero ya va a menos. Dentro de tres años me voy a jubilar porque en Suiza te puedes jubilar a los 65. Todavía hago pequeñas cosas. Quiero tener la cabeza ocupada y tengo energía. No me gusta estar todo el día en casa.

¿Y entonces el día que se jubile?
No lo sé.  Tengo tres años para preparar la jubilación. Sí es verdad que tengo tiempo, porque ya no estoy casado, ya le he dicho que me he divorciado. Y mis hijos todavía no me han dado nietos y el tiempo también pasa para ellos, !ya tienen más de 30 años!

Fue usted un ciclista tardío.
Así es. Yo no hice carreras hasta los 20 años. Mi primera licencia fue a los 21. Yo estudié contabilidad. Cuando terminé descubrí que podía ser ciclista. Y lo intenté.

A la edad en la que usted empezó, Pogacar ya había ganado un Tour.
Lo sé. Pero esto ha cambiado mucho. Demasiado. Los jóvenes ahora son muy jóvenes. Nosotros ganábamos con 28 o 29 años. Pero es mejor como se hace ahora. Se puede aprovechar más el tiempo. Ganar no le hace mal a nadie.

¿Siente envidia sana?
No, no. A mí me encanta lo que veo. Es más, veo todas las carreras si tengo tiempo. Me encanta el ciclismo. Yo ya tuve mi tiempo. Me lo recuerdan mis años y cada vez que cojo la bicicleta. Ya no puedo subir las montañas en las que antes me sentía tan cómodo. Mis piernas están cansadas.

Pero ya no corre para ganar.
Bueno, en las bajadas todavía me siento fuerte (risas). Los amigos me lo dicen, ‘para, Tony, para’. Bueno, hablando en serio, ya no quiero más sufrimiento. Mi cuerpo es otro. Ahora peso diez u once kilos más que cuando fui ciclista.

Es normal.
Si, y no estoy gordo. Pero uno no puede quedarse con el peso de cuando estaba corriendo. Es imposible. No se pueden vivir con esos sacrificios toda la vida.

Hay ciclistas que ahora están obsesionados con la alimentación.
Pero quizás sea lógico.  En mi época, cuando terminaba las carreras, incluso una etapa del Tour de Francia, me tomaba una cerveza o una copa de vino. Y no era el único. En nuestro equipo lo hacían todos. Pero si hubiésemos sabido que era mejor no tomarla no lo hubiésemos hecho.

Pero la cerveza no le impidió ganar multitud de cosas.
No, no, está claro… Pero lo que quiero decir es que en mi época no sabías que se podía mejorar con la alimentación hasta el extremo de hoy. Ahora si se sabe y cada año se sabe algo más y es normal. También en la época de Eddy Merckx se sabía menos que en la nuestra.

Ganó usted tres Vueltas a España seguidas y sin rivales.
No. Eso no es verdad. Rivales había como Zulle, que fue muy duro; como Perico Delgado o como Jesús Montoya que era muy fuerte en las montañas. Pero entonces yo fui mejor que ellos.

Lo recuerdo con nostalgia.
Yo también porque para mí fue una sorpresa ver que podía ganar una Vuelta de tres semanas. Había ganado la París Niza, País Vasco, Tirreno Adriático… pero no una Vuelta de tres semanas. Por eso cuando me fichó Juan Fernández para el Clas no se esperaba que la ganase.

Y la ganó.
Me demostré que podía hacerlo, sí. Y a partir de ahí cambié. Pero sobre todo porque tuve grandes compañeros que daban todo por mí. Mauleon, Unzaga Arsenio González, Etxabe, Iñaki Gastón… Sin ellos hubiese sido imposible. Por eso siempre están en mi corazón. Y cada vez que hable de mi época hablaré de ellos como de Fernando Escartín y Abraham Olano, que vinieron un poco más tarde.


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