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Lale Cubino, 25 años después: “Aún hay gente que se acuerda de mí” 

Hoy, tiene 58 años pero la memoria no se ha olvidado de él: Lale Cubino, uno de los grandes escaladores de la mejor época del ciclismo en España. “En el ciclismo es muy difícil pensar”, dice. 

A los 58 años, Laudelino Cubino se declara “una persona normal”. Tiene un hijo que ha sido ciclista hasta el año pasado. Pero el hijo no nos dejó la huella que nos dejó el padre en los años 80 y 90 en el ZOR, en el BH o en Seguros Amaya. Fue Cubino un escalador fantástico. Un ciclista de clase que hoy se mantiene delgado (“cinco o seis kilos respecto a mi epoca, a lo sumo”) y que sigue haciendo ciclismo.  “La bicicleta es lo que más me gusta. Incluso, tengo un grupo con el que salimos a menudo”. Al fondo quedaron sus años jóvenes que  despiertan tanta nostalgia. “Me metió la afición un primo mío al que le gustaba la bicicleta. Yo seguí su ejemplo y llegué hasta donde llegué”, memoriza ahora.

Fue uno de los ciclistas inolvidables de su época. 
Me alegra escucharlo porque ha pasado tiempo y es verdad que hubo buenos y malos recuerdos que siguen ahí.

¿Y cuáles elegiría? 
Hay varios. Fueron muchos años, desde los 12 a los 33 años cuando lo dejé. Pero la cima de Luz Ardiden en el Tour del 88, aquella victoria, fue mi triunfo más importante. Tenía 25 años y es imposible de olvidar. Me acompaña en el recuerdo.

Pero nunca fue un hombre Tour. 
No. En aquella época la Vuelta a España era antes del Tour y llegaba desgastado al Tour. No tenía esa fuerza mental. Me limitaba a brillar algunos días. Pero es que nunca me propuse otra cosa, porque ésa era la prioridad en los equipos de Minguez: la Vuelta a España. De haber estado en un equipo francés supongo que hubiese sido diferente.

Fue una época muy bonita, en cualquier caso.
Hay mucha nostalgia. Quizás había más afición a ver el ciclismo por televisión o a escucharlo por la radio porque todas las radios lo retransmitían. Fue la época del gran pique entre De la Morena y García que le hizo mucho bien al ciclismo porque le daban gran importancia. De hecho, 25 años después, hay gente que todavía se acuerda de mí. Cuando voy por la calle en Salamanca hay gente que todavía me para y me pregunta y me dice: ‘yo me acuerdo de ti’.

¿Y no le preguntan si hay un nuevo Cubino?
No hace falta. Hay y ha habido muy buenos ciclistas. Pero el problema no es que no haya un Cubino o un Anselmo Fuerte o un Álvaro Pino porque los ha habido mejores. Pero nosotros supimos hacer nuestro trabajo con Javier Minguez, que era un hombre directo, ambicioso, que sabía como apretarnos, cómo sacar lo mejor de nosotros mismos. Siempre iba a la cara.

¿Y qué les decía? 
Tenia una forma de ser. Era un hombre que no admitía la derrota. Tenía ese carácter que se necesita para triunfar en cualquier profesión. Eso nos lo enseñó él. A su lado, aprendí a luchar a fondo por lo que quería, y mira que tuvimos discusiones con él porque seguirle el ritmo era difícil. Mínguez no admitía que te relajases y había días en los que uno se relajaba porque estaba cansado.

¿Fue un error?  
No, fue el ciclismo. Es el ciclismo. En el ciclismo no sólo hay que tener cualidades sino también debes aprender a sufrir, a pasar días malos, que hay muchos, en los que te das cuenta de que todo el mundo es bueno, de que tú andas bien, sí, pero es que los demás andan mejor. Y la diferencia la marca la cabeza, lo que seas capaz de sufrir cuando estás mal.

¿Echa de menos sufrir?
No, no, eso no se echa de menos.

Una respuesta tajante.
¿Sabe lo que pasa? Al final, el ciclismo es agonía y la agonía es difícil de manejar. Llevas las fuerzas justas y te quedan dos puertos y 40 kilómetros para llegar a la meta y es cuando más estás deseando acabar. Desde luego, yo tenía mis altibajos psicológicos, lo reconozco. Tenía que aceptarlo. Cada uno es como es. No todos los días rendía.

Por eso no ganó la Vuelta a España del 88.
Bueno, estuve 14 días de líder. Quizá era muy joven y en mi época era diferente. Si hubiese tenido dos o tres años más… Pero es que en mi época daban la salida y debías improvisar porque no tenías órdenes directas del director. A veces actuabas por tu cuenta y te preguntabas a ti mismo: ‘¿me estaré equivocando?’

¿Y se equivocó muchas veces? 
Sí, me equivoqué, sí. Algunas fueron hasta graves. No me atreví a atacar por miedo a no llegar y luego cuando llegabas a meta te dabas cuenta del error. Qué rabia. Eso con el pinganillo no hubiese pasado. Te hubiese dicho el director lo que hacer. Pero es que en el ciclismo es muy difícil pensar por ti mismo. Lo que le decía antes. La mente va agónica.

¿Y eso se lo enseñó a su hijo? 
Bueno, es que mi hijo era un ciclista con muy buena cabeza, desde muy niño tenía buena visión. Sabía lo que iba a suceder. Pero el estudiaba Educación Física y nunca se dedicó a cien por cien a la bicicleta. No fue como mi caso. No se puede comparar.

Los años vuelan. 
Así es. Mire, yo fui el primer ciclista más o menos importante de Béjar porque después salieron Roberto Heras y Santi Blanco. Y cuando los veo, sobre todo a Santi con el que salgo a montar a menudo, nos recordamos cómo ha pasado el tiempo: yo ya tengo 58 años.

¿Y cómo es su vida ahora? 
Llevo una vida normal tal y como soy yo. Cuando dejé de correr tuve un hotel. Después lo vendí y he sido comercial de ropa de ciclismo y realmente llevo una vida sin grandes sobresaltos. Me conformo.  Creo que está bien así. Se echa de menos la juventud. Pero nunca fui un gran nostálgico y ya no lo voy a ser ahora.


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