LA PAÑOLADA

Tres en uno

Ernest Folch

A veces el fútbol puede ser prodigiosamente sencillo. Más que un partido de fútbol, el Barça-Machester City fue un estratosférico Messi contra Hart, con veinte invitados que asistieron desde el césped a este combate heroico que se libró en el Camp Nou entre un portero y un delantero en su mayor estado de gracia. Todo fue tan sintético que incluso pareció que en las gradas, más que noventa mil espectadores, hubiera solo Pep Guardiola. El regreso de nuestro hijo pródigo era en sí mismo un acontecimiento, un partido dentro del partido, como así reflejó un intenso, emocionante y lógico seguimiento por unas cámaras que esta vez cambiaron con buen criterio el palco por la tercera gradería. Porque el partido del City sirvió para recordarnos una obviedad que algunos, en su enfermizo resentimiento, parece que han olvidado: ante todo y por encima de cualquier otra consideración, Pep es del Barça. Sus gestos de desesperación y euforia, y su indisimulada explosión de júbilo cuando marcó Rakitic son el perfecto resumen del sentimiento que se vivía en el Camp Nou. La gestualidad espontánea de Guardiola llegó a su máxima expresión con cada túnel, dríbling y nuevo invento de Leo Messi, y fue imposible que, mezclado con la alegría de otra noche sublime del argentino, no sobrevolara también una punzada de nostalgia: el creador volvía a encontrarse con su obra de arte con el mismo entusiasmo que la primera vez.  Durante los escasos minutos que estuvo en el campo, pudimos masticar otra vez la frase tan soñada como imposible: Pep ha vuelto. Cierto, el espejismo duró solo unos minutos, pero sirvió al menos para convencernos de que el día que vuelva bastará con que lo haga sentado en su asiento de toda la vida. Y es que el miércoles el fútbol volvió a ser  prodigiosamente sencillo: bastó con el mejor jugador del mundo, un portero excepcional y un espectador de lujo. Tres personas, tres, para certificar una noche mágica. No hizo falta nada más.