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Tenemos revancha, Sebas

Sebas Martos
Foto de archivo (@anitamanez)
Cara a cara con Sebas Martos y su caída en los 3.000 obstáculos del Mundial de Londres en la que nos caímos un poco todos. “No volveré a caerme”, asegura de cara al Europeo de Berlín. 

No hay que convencerle de lo que nos convence él, Sebas Martos. “No volveré a caerme”, lo repite una vez y diez en esta conversación que hace frente a esa caída suya en los 3.000 obstáculos del Mundial de Londres 2017. “No puedes olvidar lo que no quieres olvidar”, replica al explicar que no sólo es lo que mereces. También es la suerte que uno tiene y la manera de reivindicarse. “Me da igual las piedras que me encuentre en el camino. No voy a caerme esta vez”. Por eso nos hace mejores escucharle a él, un tipo de 29 años, Sebas, Seb o Sebastián, como quieran ustedes. Un hombre que no volverá a caer en el caos que provoca una caída. “Acabé fatal. Estuve a punto de operarme de los hombros”. La realidad es que hoy se siente capaz de escribir sus propias reglas. “He aprendido que, al final, todo tiene solución como se ha demostrado este invierno en el que tuve tantos problemas en el tobillo antes de marchar a la concentración de Kenia. Pero es que la vida es eso: un juego de obstáculos”. Y lo sabe él, que se ha quedado “tantas veces a las puertas de tantas cosas, hasta a un segundo de pasar a la final de los JJOO en Río de Janeiro. Pero de eso aprendí que, al final, siempre te levantas”.

Por eso en esta conversación vamos a vivir con los obstáculos y a pegarles un abrazo, porque “te ayudan a valorar el momento; a darte cuenta de que, si no puedes correr, eres un afortunado porque puedes hacer una hora de fortalecimiento en el gimnasio o dos horas de bicicleta; a marcharte contento a casa o a recordarte a tí mismo que no conoces a nadie que no haya tenido obstáculos y, total, me parece que los míos tampoco han sido tan graves. No se me ocurre ni compararme, por ejemplo, a Juan Luis Barrios, el atleta mejicano con el que compartí una concentración en altitud en Toluca en 2016. Me dejó marcado para siempre. En un país con esa inseguridad, aquel hombre te daba una lección cada día, cada momento. Después de entrenar, era capaz de salir a la calle a buscar sus propios patrocinadores. Te invitaba a preguntarte si tú serías capaz de hacer lo mismo”. De ahí el legado que le recuerda a uno  “la importancia de viajar o de conocer gente de la que vas a aprender y a encontrar cosas que no encuentras en tí”. 

Y lo dice un tipo como él, Sebas, Seb o Sebastián, “un hombre muy rayado,  que se pasa el día dando vueltas a la cabeza”. Al menos, así es como se presenta esta vez en la que regresa a su infancia en la sierra de Jaén. “Crecí con la filosofía del olivo o de la agricultura que te curte para toda la vida. Siempre recuerdo que de lunes a viernes yo iba al colegio y los fines de semana al campo para ayudar a mi padre”. Así fue hasta los 14 años, “que fue cuando empecé a correr y descubrí que había algo en mí. Hay gente que me dice, ‘Sebas, si te hubieses criado en una ciudad hubieras llegado antes’, pero yo no estoy de acuerdo. No cambiaría nada de mi infancia en la que, al mismo tiempo que aprendí a amar el campo, entendí que esa vida no era para mí. Yo no podría ser agricultor como mi padre. Necesito otro ritmo y no importa si para lograrlo tengo que dejarme la vida entrenando, porque, para mí, esto no es un trabajo, sino una forma de vida. La fortuna es que a mi edad no padezco ni de caderas ni de isquios ni de espalda lo que no es tan normal en el caso de un obstaculista”

Foto: @anitamanez

La realidad es que hoy no sólo es atleta. También un hombre de ciudad que vive “en un piso compartido de dos habitaciones en la zona norte de Madrid porque, a los 29 años, ya me sentía mayor para vivir en la residencia Blume. Cada cosa tiene su etapa en la vida. No puedes olvidar que solo se vive una vez y que debes tratar de hacerlo como más te convenza”.  Por eso insiste en declararse “un privilegiado. Máxime después de lo que he vivido este último mes entrenando en Kenia. No ha sido el fartlek. No han sido esos circuitos tan duros. Han sido todos esos atletas que he visto, incluso, con más calidad que yo que no tienen oportunidad de salir a competir fuera y de demostrar lo que valen, porque hay tal overboking de atletas en ese país… Y esas injusticias te molestan. Es más, te vuelven a invitar a pensar que hubiera sido de tí si te hubiese pasado lo mismo. Y no: no sabes qué responder. Por eso prefiero disfrutar de mi vida y valorar que no vivo mal porque vivo de lo que me gusta. Gano lo que necesito para vivir y, como no tengo que mantener a una familia, me vale así”. 


Tengo que dar ese golpe en la mesa. Tengo que demostrar, al fin, que ‘aquí estoy yo’.”

Quizá hoy ya sea un tipo maduro. “Todos perseguimos la gloria y yo quiero pensar que este verano, en el Europeo de Berlín, llegará mi momento. Tengo que dar ese golpe en la mesa. Tengo que demostrar, al fin, que ‘aquí estoy yo’. De hecho, me paso el día pensando y me doy cuenta de que pienso tantas cosas a la vez y a tanta velocidad que no sé cómo puedo vivir así. Pero, afortunadamente, llega la noche, apagó la luz y esas siete u ocho horas que duermo no serán muchas pero sí son profundas. No me da tiempo ni a soñar”, ironiza con esa naturalidad, infranqueable en su carácter que por algo viene de Andalucía. “Soy de los que prefiere soñar con la luz del día”. Y entonces vuelve a prometerse a sí mismo que, esta vez no, no volverá a caerse, es imposible: “No me veo cayendome”, matiza él, que confía “en otros diez años más para demostrarlo. Creo que puedo llegar hasta los JJOO de 2028 con 39 años”. 

Pero el momento es hoy, a los 29 años. El ojalá está en Berlín en el mes de agosto. “Ha pasado tiempo suficiente desde los 18 cuando dejé mi pueblo”. Desde entonces, ha pegado muchos tiros al poste. Pero fue feliz. “Siempre he pensado que del talento no se vive pero del trabajo sí”. Ante esa idea, no queda nada que replicarle. “Creo que la vida del agricultor es más dura que la del atleta”, señala. “Pero la diferencia es que mi padre acaba su trabajo y puede irse a tomar una cerveza. Sin embargo, el atleta no tiene derecho a cansarse. A veces lo piensas fríamente y te dices a tí mismo cómo eres capaz, porque este es un trabajo que dura las 24 horas del día los siete días de la semana. En realidad, no se acaba nunca. Ni siquiera a la hora de comer pero aquí estoy, dispuesto a aguantar otros diez años más. Afortunadamente, yo soy un hombre al que ni siquiera le cuesta renunciar a un donuts de chocolate”, ironiza, de nuevo, él, Sebas, Seb o Sebastián, cualquier nombre valdría para el cine. A fin de cuentas, se trata del atleta que nunca volverá a caerse y, sea verdad o mentira, les puedo prometer una cosa. Valió la pena escucharle.

@AlfredoVaronaA 


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