"No se te ocurra publicar nada"

Tito Vilanova, junto a Aureli Altimira y Jordi Roura

Tito Vilanova, junto a Aureli Altimira y Jordi Roura / SPORT

Dos días antes de que el Barça goleara 4-0 al Milan en marzo del año pasado, recibí tres fotos consecutivas procedentes de Tito Vilanova via ‘Whatsapp’. Eran tres gráficos que dibujaban tres jugadas de estrategia. Evidentemente, yo no era el destinatario de aquel mensaje, así que le respondí: “Si quieres que las publique, yo encantado, pero supongo que te has equivocado”. La réplica no se hizo esperar y aquella fue la única vez que vi un signo de exclamación en uno de sus mensajes: “Bórralas!!! No se te ocurra publicar nada!!”, escribió. Tito preparaba la estrategia desde Nueva York y ni siquiera descansaba en pleno tratamiento contra la enfermedad, el puto cáncer.

Tito respondía hasta donde podía porque su relación con la prensa, por lo menos conmigo, nunca tenía como objetivo salir en la foto, sino beneficiar a su equipo. Durante su etapa como técnico del primer equipo hablábamos regularmente, más que siendo segundo de Pep, pero mucho menos que durante su trabajo en el filial, época en la que las llamadas eran casi a diario. No fue culpa suya, sino mía. El miedo a quedarme sin respuesta al otro lado del teléfono me frenaba. Pero me equivoqué. Sirva esta confesión no para explicar mi relación con él, sino para explicar su relación con el mundo que le rodeaba. Tito era un tío normal en el sentido más amplio de la palabra: si le preguntabas, respondía; si le pedías, daba; si te equivocabas, te reñía y si le había gustado lo que habías escrito, te aplaudía. Para un plumilla anónimo como yo, eso es mucho. Lo es todo. Tito podía no haber respondido nunca mis mensajes, pero él no distinguía entre directores, subdirectores, redactores jefes o pringados. Tito era una persona normal y las personas normales lo son con todo el mundo. Era tan normal que todo lo que hacía era excepcional. Era tan normal que se convertía en excepcional. Tito era tan excepcional que el pasado verano, poco antes de iniciar su segundo año en el banquillo del Camp Nou, interrumpió sus vacaciones para tomar un aperitivo en L’Escala con un servidor. Lo hizo pese a que un servidor el día antes lo dejó colgado porque se perdió por Cadaqués. “Tito, lo siento, pero es que se ha alargado la comida y no llego. Te va bien mañana?”. Sí, ningún problema.

Siempre le estaré agradecido porque es una de las personas que me ha permitido seguir creyendo en mi oficio, en el que es imprescindible que, al otro lado, alguien descuelgue el telefóno. Una profesión en la que, al otro lado de la mesa, debe haber alguien tomando una cerveza al mismo tiempo que responde tus preguntas. Tito no solo ha dado mucho al fútbol, ha sido generoso desde la excepción con el mundo que le rodeaba. Si Dios existe, es una mala persona.

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