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Pepe Recio, de ciclista de éxito a 8 años de camarero. “No me dio ninguna vergüenza”

Fue un ganador de etapas. Un rodador que en los finales hacía mucho daño al pelotón. Después, Pepe Recio se dedicó al mundo de la hostelería. Hoy, tiene 64 años.

 

Un chico de Hospitalet que empezó a montar en bicicleta, sin más. Un joven que termina el servicio militar al que le ofrecen pasar a profesionales. Y así empezó la leyenda de Pepe Recio, que fue una marca registrada en la década de los ochenta. Un ganador de etapas al filo de la navaja. Un auténtico pulso al pelotón. Y eso nadie lo hacía como él, Pepe Recio, que hoy vive en Cerdanyola del Valles. “Cuando tú arrancabas mirábamos para otro lado”, le decían los demás.

 

Tiene 64 años, al borde de la jubilación.
Casi, casi. Pero lo tenemos mal porque al no haber cotizado a la Seguridad Social debes jubilarte a los 67. Hasta 1992, cuando me retiré del ciclismo, yo no empecé a cotizar como autónomo. Tenía ya 34 años.

Y eso es tarde.
Sí es muy tarde, porque el mínimo que te exigen para jubilarte son 35 años y yo no llego a eso de ninguna manera. Pero ya no pasa nada. He tenido tiempo para asimilarlo.

¿Y cómo era posible que un ciclista no estuviese dado de alta?
Pero era así en nuestra época. Uno no era consciente. Ni siquiera te lo planteabas. Vivías los años de gloria. Ganabas un dinero. De hecho, yo cada año tenía que pagar a Hacienda porque ganaba bien. En ese sentido no me puedo quejar. Me compré una casa. Me compré un local comercial…, admito que fueron buenos años.

¿Y qué fue de su vida?
Cogí un bar de tapas en Cerdanyola y estuve 17 años. Pero lo dejé porque vino la crisis y sentí que era el momento de dejarlo. Luego, trabajé ocho años sábados y domingos de camarero en un restaurante hasta que vino la pandemia.

¿Y fue duro?
No duro, no. Sólo eran los fines de semana. Tenía que hacerlo y lo hice. No me dio ninguna vergüenza. Hay momentos en la vida. Fue así en ese momento y ahora es de otra manera. Ahora, me dedico a cuidar a mi pequeña, que tiene ocho años y que tuve con mi nueva pareja, porque me separé.

Tenía usted facilidad para ganar carreras.
Sí. Tenía esa facilidad para arrancar cara a meta a velocidades altas y de mantener esa distancia. Y, sin necesidad de entrenar mucho, rendía al cien por cien.

Junto a Belda, fue el puntal de Kelme.
Kelme era un equipo humilde. Pero había dos puntales muy fuertes como Vicente Belda y yo y entre los dos ganamos muchas carreras. Y fueron años maravillosos. Recuerdo que Rafa Carrasco no me exigía nada. Me dejaban mucha libertad. Me decía, ‘tú tienes libertad’.

Sin embargo, nunca luchó por una general.
Siempre tenía algún día malo en las grandes Vueltas. Pero en las carreras de una semana gané la Volta a Catalunya, la Semana Catalana, la Vuelta a Aragón dos años, la Vuelta a Burgos… Qué sé yo. Pero es que yo era un ciclista de media montaña.

Ganar una etapa en aquellos años en la Vuelta a España estaba sobrevalorado.
Se vivía mucho y más en aquella época. Y la Vuelta era muy, muy importante. Recuerdo una etapa en Leganés faltando ocho o diez kilómetros para la meta. Arranqué, saqué 50 metros, los mantuve y gané. Y, nada más bajar del podio, me subí en el helicóptero con José María García, hicimos el directo en pleno helicóptero y me dejó en el hotel en la otra punta de Madrid.

Se sentía uno una estrella.
Te sentías reconocido, sí. Luego, te das cuenta de que eso que hiciste se queda marcado en la historia como cuando gané en DYC el año que Delgado destrona a Robert Millar. Yo iba por delante y Rafa Carrasco me dice: ‘ha saltado Perico’. Entonces levanté el pie, le esperé, fuimos a relevos y en la meta aproveché mis opciones para ganar la etapa, que era lo que buscaba. Y eso ha quedado en la historia, sí.

¿La nostalgia ya está curada?
Siempre queda. Es inevitable, porque a lo mío se le dio mucho mérito. Que un corredor solo mantuviese un pulso con el pelotón se le daba mucho valor. Y era muy difícil a 55 o 60 km por hora. Y eso lo hacía yo. Y a veces hasta ganaba. Y claro que tengo nostalgia. Ha sido mi deporte. Siempre será mi deporte.

Apenas ganó nada fuera.
Fui un corredor de estar por casa. El extranjero no me animaba. Pero ahora veo que me faltó eso, sí.  Sólo gané fuera de España una Vuelta en Portugal.

¿Y por qué?
No lo podría explicar porque aquí ganaba carreras y fuera no sabía exprimirme. Es algo que pasó y hay que aceptarlo. ¿Qué hubiese sido mejor ganar una etapa en el Giro o en el Tour? Sí, pero apenas me lo planteaba y hasta que Fabio Parra fichó por el Kelme tampoco íbamos al Tour.

Podría haber sido usted Alejandro Valverde.
Podría, sí.

Por eso le digo.
Aquí, en España, me faltó ambición. No haber sido un ciclista tan cómodo. Anteponía mi comodidad. Por eso estuve tantos años en Kelme. Hoy estoy bien y la lío, me decíaa mímismo. Ésa era mi zona de confort. Yo iba por sensaciones. No tenía otro idioma.

¿Y ahora?
Vivo tranquilo. Creo que me lo merezco. He dedicado muchas horas al ciclismo, a la hostelería. Pero nunca he vivido mal. Nunca he sido un esclavo. Procuraba respetar un horario y en ese sentido creo que siempre lo hice bien. Y ahora, que ya pasó todo, me digo a mí mismo: “mereció la pena”.

 


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