El mejor homenaje a Gonzalo: la legalidad

Alonso en Rusia rinde homenaje a Gonzalo

Alonso rinde homenaje a Gonzalo en su casco / twitter

Josep Lluís Merlos

El sábado pasado falleció un chaval de once años –el burgalés Gonzalo Basurto- mientras participaba en los entrenamientos del campeonato asturiano de karting en el moderno y súper-seguro circuito de Fernando Alonso.

Quienes formamos parte de la familia del motorsport, sabemos que sus diferentes modalidades entrañan peligro. Pero jamás nos acostumbramos (ni queremos hacerlo) a la muerte, y menos cuando esta tiene consecuencias tan devastadoras al ser el protagonista alguien tan joven. Duro, muy duro. Y terriblemente cruel.

Llevo años clamando al cielo, protestando antes las federaciones y las instituciones, y exigiendo cambios en una especialidad que no ha evolucionado con el tiempo. Nunca me han hecho caso.

El trofeo más prestigioso del karting, el Andrea Margutti, llevaba el nombre de un piloto cuya vida también se detuvo demasiado pronto haciendo lo que más le gustaba. No serán estas, desgraciadamente, las últimas muertes en el karting, de no mediar cambios.

La carta que escribió el padre del fallecido nos rompe el alma. Especialmente a los que, siendo padres, lo hemos sido de niños practicantes de este deporte.

Fernando Basurto representa, como su hijo, la esencia de este deporte, la de los “petrolheads”. Porque lo que realmente ennoblece el automovilismo es esa masa de deportistas amateurs, de personajes anónimos que cada fin de semana, pagándose la afición de su bolsillo, llenan pistas, circuitos y tramos con la pureza de su ilusión, con el entusiasmo por un deporte que no entiende de millonarios ni de estrellas.

Que la carrera de Sochi sirva como homenaje a los Gonzalo y Fernando Basurto de todo el mundo. Gente que sólo entiende de pasión, que no comprende las martingalas que a veces hay en carreras como las de F1.

El asunto de las supuestas ayudas técnicas de Mercedes a Honda huele a podrido. No es bueno ni para los de Brackley, ni para los japoneses, que –aceptándolas- asumen su derrota hincando la rodilla en el suelo. Ni, por supuesto, para la pureza de un deporte que engrandecen los Gonzalo del mundo.