La vida de Tata Martino (1)

Tata Martino, el niño grande que quiso dejar el fútbol

La carrera de Martino, fichado por Newell’s a los diez años, se pudo truncar porque no podía compaginar estudio y fútbol: el propio club se encargó de recuperarlo 

Ramiro Martín

Gerardo Daniel Martino nació en la ciudad de Rosario el 20 de noviembre de 1962. Hijo de un futbolista amateur que nunca llegó a defender la camiseta de Newell's, el pequeño Gerardo, en cambio, llamó enseguida la atención del club rojinegro. Jugaba en el club Provincial y se enfrentaba a menudo con los 'leprosos', como se conoce a Newell's. Como es tradición en Argentina, a los diez años aún se juega en espacio reducidos, cinco contra cinco, una especie de fútbol sala que se denomina 'baby fútbol'. El talentoso Gerardo brilló tanto en un partido con el Provincial, que al finalizar el partido el árbitro hizo la pregunta que figura en casi todas las biografías de cracks: "¿Quién es el padre de este niño?".

El histórico colegiado formaba parte de la amplia red de cazatalentos de Newell's. Gerardo fue fichado enseguida por el Newell's. "Fue todo tan rápido, que días después estaba jugando un triangular en Paraguay, en mi primer partido en un campo grande". Se trató de un cuadrangular entre equipos rosarinos y paraguayos. Martino y sus nuevos compañeritos de Newell's jugaron contra los guaraníes de Olimpia de Asunción y luego contra Cerro Porteño. Todos los partidos se disputaban antes de que saltaran al campo los equipos de Primera. Fue su bautismo.

Gerardo ya era conocido como 'Tata' desde los partidillos que jugaba junto a sus amigos en la Zona Sur. Ni siquiera el propio Martino sabe cuándo fue. En la Argentina, Tata es un seudónimo que alude a veteranía. Probablemente era uno de los 'pibes' más grandes del grupo. Newell's significó defender la camiseta que el Tata amaba. Su progresión fue espectacular. "Jugué sólo un año más en 'baby fútbol' y me sumé a la categría sexta", el equivalente a infantil de primer año.

El Tata se volvió célebre en el club. Pedro Becerra, entrenador de la quinta categoría, de futbolistas un año más grandes que él, comenzó a convocar al talentoso mediocentro. "En aquel tiempo empecé a disfrutar la vida social del club. Cuando eres más grande te comienzas a quedar en el bar del club, con tus amigos, viendo a otros equipos, pasando el rato allí, junto a los compañeros que viven en la pensión del club, justo debajo de la tribuna principal del estadio. Esas costumbres, sumada a la defensa de la camiseta en cada partido, es lo que crea pertenencia a un club".

"El Tata era un niño grande, siempre fue un señor", dice Eduardo Bermúdez, quien le entrenó en el fútbol base y, hace un año y medio, en calidad de vicepresidente de Newell's, le contrató para salvar el equipo. "Desde pequeño se veía que era un jugador y una persona especial". Martino jugó toda su carrera en el fútbol base como mediocentro. "Tenía una técnica muy depurada. Corría poco, pero no le hacía falta. Pensaba y decidía más rápido que el resto de los futbolistas", recuerda Bermúdez.

El club premiaba el progreso constante del Tata permitiéndole ser 'recogepelotas' en los partidos del filial y del primer equipo. "Lo fui entre 1977 y 1978. Era increíble ver de cerca el primer equipo". Sin embargo, el idilio que vivía Gerardo con Newell's se vio truncado por el estudio, por el deseo de acabar el colegio. El fútbol no le permitía compaginar horarios y decidió dejarlo, abandonar el deporte que le paasionaba. "Fue un paréntesis de un año. Entonces el profesor Daniel Musante solucionó todo para que pudiera seguir jugando".

Muy poco después de volver, Martino comenzó a sonar para el primer equipo. Finalizaba la década de 1970 y el joven mediocentro pedía pista en Primera.

Aquel cortocircuito entre el fútbol y la vida estudiantil, solventado por la decidida generosidad de Musante, se volvió a producir poco tiempos después. Como es costumbre en la Argentina, los estudiantes programan durante los dos últimos años de secudnaria el viaje de fin de curso a Bariloche. Cuando llegó el momento de viajar, el entrenador del primer equipo, el mítico Luis Cubilla, le convocó para el primer equipo. Lloró desconsolado, pero se decidió por el fútbol, por quedarse y perderse el viaje de su vida. "No hay mal que por bien no venga", le dijo su madre. Semanas después, el destino le daría la razón.