Manolo Saiz, el hombre que le descubrió para la ONCE, desmiente que Zülle se asustase en las bajadas por culpa de la miopía a pesar de esas caídas que minaron su palmarés
Manolo Saiz, que hoy es un hombre de 62 años, adoraba a Álex Zülle.
– Claro.
Manolo fue el hombre que le trajo a la ONCE en 1991.
– Siendo amateur le había visto competir con Indurain.
Zülle tuvo algo que le hizo especial.
Nadie de mi generación ha conseguido olvidarlo.
Zülle nos respondía siempre con una sonrisa que impedía verle como un extranjero.
Sus derrotas nos ponían a prueba: la mayoría de nosotros no queríamos que perdiese.
Si Indurain tenía que caer ante alguien que fuese ante Zülle.
Pero Zülle pasó a la historia del ciclismo como un hombre sin suerte.
Todas las cosas malas que le ocurrieron se las achacamos a sus gafas, que eran como el guerrero del antifaz.
Su miopía, cinco dioptrias en cada ojo, le ponían en riesgo los días de lluvia.
Las gafas se le empañaban y un ciclista, que no arriesga o que toca mucho los frenos, es como un piano que desafina.
Y nos quedamos con esa idea de Álex Zülle que entre todos interpretamos como una debilidad.
– Uff, Zülle, ése tipo siempre se cae.
Trasladamos esa idea por todo el mundo.
Y lo que pasó bajando La Cobertoria en la Vuelta a España del 93 se repitió seis años después en el Tour del 99 cuando se cayó en el Paso de Gois, en la costa atlántica francesa, y no encontraba la bicicleta.
Fue su última oportunidad de ganar un carrera que no ganó nunca: el Tour de Francia.
Ganó dos Vueltas a España pero en el Tour (dos segundos puestos) no hubo manera.
Y era un fuera de serie Álex Zülle.
Hace poco se lo decía yo a Manolo Saiz.
– No te quepa duda – contestó.
Zülle es hoy un hombre de 53 años que vive en buena medida por su vocación por las relaciones públicas (manager, comentarista…).
En un deporte tan orgulloso como el ciclismo, Zülle era especialista en despreocupar a la derrota.
– Agua, culo en carretera, flores en bicicleta – justificó tras esa caída brutal bajando La Cobertoria.
Mientras tanto, Manolo Saiz estaba echando pestes en el coche, porque camino de Oviedo no les había dado tiempo a cazar a Rominger.
Y se perdía la Vuelta.
Se perdió la Vuelta.
Desde nuestras casas, nosotros resolvimos la ecuación y los comentaristas de televisión nos dieron la razón.
Creo que nunca contrasté esa idea con nadie.
– Zülle es favorito hasta que empiece a llover.
Hubo más caídas, tuvo más caídas.
La diferencia es que había ciclistas que no se caían nunca.
Quizás por eso acabamos exagerando entono a Zülle.
Nos rodeamos de prejuicios.
Sin saber por qué, hoy se lo recuerdo a Manolo Saiz, que me escucha desde Torrelavega.
– Usted lo ha dicho: prejuicios.
– Sólo eran prejuicios – añade 29 años después de La Cobertoria.
Manolo Saiz nos contesta así a quienes tratamos de convencernos de que Álex Zülle era muy patoso en las bajadas, de que se asustaba por culpa de no ver bien.
– Pero como tuvo dos caídas puntuales, que hicieron mucho ruido, la gente se dejó llevar. Y no es verdad -insiste.
-No fue verdad porque casi todos los ciclistas se han caído alguna vez bajando. Sin ir más lejos, ahora le podría recordar a Marino Lejarreta porque eso son cosas que pasan en el ciclismo.
Díaz Zabala, uno de los gregarios más fieles que Zulle tuvo en su vida, ya me había avisado hace tiempo:
– ¿Y lo que ganó? No se crea nada de lo que se escribió de Zülle en aquella época. Era bueno, muy bueno en todos los terrenos.
Pero el retrato de Alex Zulle invitaba descaradamente a la literatura.
Y hay preguntas realistas que nos lo hicieron pensar muy mucho.
Es más, ¿qué hubiese pasado en el Tour de Francia del 99 sin esa caída suya con lo estrechas que fueron las diferencias entre Lance Armstrong y él? ¿Y en la Vuelta del 93 en la que iba disparado?
Pero nadie le conocía como Manolo Saiz.
