Inicio ciclismo profesional Laurent Jalabert: “No lo he hecho todo bien en mi vida”

Laurent Jalabert: “No lo he hecho todo bien en mi vida”

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Laurent Jalabert (que tiene 53 años, cinco hijos y vive en el campo) recuerda por qué dejó de ser un sprinter. “Cogí miedo. Tuve que aprender a ganar de otras maneras”

Manolo Saiz me facilitó su correo electrónico. “Más no puedo”. Le escribí a Laurent Jalabert y me contestó y quedamos al día siguiente y a una hora: “Te llamaré yo”, me dijo. Y cumplió. Y encontré a un hombre de 53 años, Laurent Jalabert, que ahora es el Perico Delgado de la televisión francesa. Sigue compitiendo en maratón, en triatlón, hasta en Ironman. Al fondo queda su indomable biografía. Un tesoro de 138 victorias que nos traslada a un ciclista titánico. Por eso su nombre fue tan imprescindible en los noventa. Hoy, es padre de 5 hijos de 30, 27, 24, 21 y 7 años. “Me he casado dos veces. No lo he hecho todo bien en mi vida”, explica Jalabert, que disfruta de la paz de la naturaleza en Francia y que es insobornable frente a la nostalgia. “Aquella vida ya pasó”, dice.

¿Qué queda de aquel caníbal? 
Nada. Las ganas de hacerlo bien y me motiva para competir. Me hace ser disciplinado. El dorsal aún me motiva pero es diferente ahora. Mi placer era ganar. Todo lo hacía para ganar.

¿Y se aprende a no ganar?
No, ya no me interesa porque sé que no puedo.  Cuando miro las clasificaciones y veo que el primero me ha metido 50 minutos te acostumbras. Pero te acostumbras a la fuerza. Así que lo importante es seguir haciendo deporte para sentirte bien.

¿Y se siente bien?
A veces, cuando encuentro algún temporal, me pregunto, ‘¿qué haces? ¿no estarías mejor en casa?´, pero después me doy cuenta que necesito hacerlo, que lo hago por placer. Prefiero esta vida. El primer año cuando me retiré no hice nada y cogí 20 kilos.

No fue usted el mejor 
Pero trabajé mucho para serlo. No pude hacer más.  Siempre pensaba en los rivales. Si ellos no tenían un bajón ¿por qué iba a tenerlo yo? Me gustaba la competición y me gustaba ganar. Y aprendí a hacerlo en la ONCE. Hasta entonces no sabía que era posible.

Y un día fue usted a ganar en los Lagos de Covadonga.
Eso fue una sorpresa. Incluso para mí. Íbamos doce en la escapada y el masajista Sebastián Pozo, que me seguía con el coche, me avisó, ‘vas bien y puedes ganar’ e, incluso, me retó: ‘si ganas me como el ramo de flores’

¿Y se lo comió?
Alguna flor sí se comió a la noche cuando lo celebramos (risas), fue un hombre de palabra.

Aquel año estuvo usted imparable.
Creo que gané siete etapas en esa Vuelta. Ganar parecía hasta fácil y ganar nunca es fácil.  Y en los Lagos me di cuenta de que había ganado tanto que no tenía nada que perder. Nada.

¿Y luego ganó tanto como esperaba?
Gané mucho más. El primer año con 20 años en Francia no había líder. Cada uno salía lo suyo. Gané tres carreras pero no sé ni cómo. Sin embargo, en la ONCE Manolo Saiz me dijo: ‘tú puedes ganar hasta una gran vuelta’. Y me dejó pensando, ‘¿qué está diciendo?’ porque yo no tenía ninguna confianza. Pero me di cuenta que ese hombre era especial. Las cosas pasaban como él las había pensado.

Y ganó la Vuelta a España del 95. 
Sí, y todavía soy el último gabacho que ha ganado una gran Vuelta…

¿Quién fue su ídolo?
A los 12 años, empecé a montar en bicicleta y me fijé en Bernard Hinault porque lo ganaba todo. Machacaba a los demás.  No tenía piedad. Tenía un carácter que me gustaba. Cuando me ponía de pie en bicicleta me imaginaba que yo era Bernard Hinault. Quería ser como él. Nadie le pisaba los pies y todos trabajaban para él.

¿Qué le diferenció a usted de Hinault?
El palmares. Él tenía mucha más clase. En su época fue el mejor. No hay comparación posible.

¿Nunca pensó usted en ganar el Tour?
Me preparé para hacerlo. En el 95 fui cuarto y el siguiente me lo metí en la cabeza, ‘ese Tour tengo que ganarlo, puedo ganarlo’. Pero luego caí muy alto. Me di cuenta que esa montaña era más grande que ninguna. Había batido a Indurain en la Clásica de los Alpes y en la Midi Libre. Los periodistas esperaban que yo pudiese ganar y yo me hice a la idea. Pero eso me pasó factura física y psicológicamente y me di cuenta que, si quería ganar el Tour, solo debía preparar esa carrera.

¿Y por qué no lo hizo? 
En invierno tenía ganas de empezar la temporada y de empezar a ganar. Tenía ese carácter.

En el Tour del 94 se rompió la cabeza en una caída.
Sí, ya lo creó. A partir de ahí me reinventé. Dejé de ser un sprinter. Me dio miedo. Mi bombilla se encendía cuando venía una curva peligrosa o empezaba a tocar los frenos. Sabía que no podía ganar. Tenía que ganar de otra manera y entonces me sorprendí a mí mismo. Vi que podía ganar de otras maneras.

Qué nostalgia de aquellos años.
Sí, yo estoy orgulloso, pero aquello ya pasó. Aquello fue otra vida y la nostalgia no forma parte de mi vida ahora.

Sin embargo, ahora estamos hablando del pasado.
Me ha hecho ilusión. Hemos empezado a hablar y me siento a gusto.

Fue usted un grande.
He tenido esa suerte de estar en un gran equipo como la ONCE. Allí me sentía como en casa. Siempre tenías a alguien que te levantaba la moral. Yo venía del Toshiba y era diferente. Tenía un dolor de rodilla. Me daban una pomada y me decían que me metiese en la cama. Pero en la ONCE cambió todo. Comprendí lo que era un equipo.

Fue la obra de Manolo Saiz.
Sí, Manolo puso ese espíritu. Te dabas cuenta hasta cuando te enfrentabas a él.  Entonces comprobabas que la mayoría de las veces la razón la tenía él.

Usted se iba a su casa en Torrelavega largas temporadas.
Alguna vez, sí. Me decía ‘ven a entrenar aquí, que lo tienes todo’. Y, si hacia mal tiempo, yo cogía la maleta, un billete de avión e iba a entrenar. Pero sobre todo iba a Calpe en Alicante. Buscaba el sol. El sol me ayudaba a coger la forma. El frío te congela: te deja sensaciones raras.

Virenque fue la otra gran estrella del ciclismo francés en su época.
Sí, de vez en cuando hablamos por teléfono. Está metido en la inmobiliaria. Viene los veranos. Pero no éramos amigos. Cada uno iba a lo suyo. Compartimos momentos más cercanos a finales cuando viví yo en Ginebra. Nos hicimos compañeros de aventura, porque teníamos el mismo trabajo. Y, sí, queda el respeto. Pero la amistad es otra cosa.

Usted también trabajó con el gran Laurent Fignon.
Sí, en la televisión francesa. Yo iba en la moto en carrera y él estaba en la meta, y era diferente a todo. Recuerdo que el primer año tuve una discusión con él. Hicimos un análisis y él me contradijo, porque no estaba de acuerdo conmigo y justificó que la diferencia entre él y yo es que él había ganado un  Tour y yo no.

¿Y usted qué le dijo?
Esperé a terminar, le cogí y se lo dejé claro: “Si me respetas yo te voy a respetar a ti pero si tú no me respetas a mí yo tampoco lo voy a hacer’.

¿Y cómo acabaron?
Éramos conscientes de que no nos hubiésemos ido juntos de vacaciones.  De hecho, él me dijo que nunca le hablase así en directo, en fin, se puede imaginar. Y luego cada uno con su vida.

¿Qué es más difícil: correr o hablar en televisión?
No tiene nada que ver. Ahora si tuviese que competir lo tendría imposible y, sin embargo, antes no me gustaba hablar. Pero ahora hablar me permite estar. Me ha gustado la bicicleta. Y, aunque cada vez conozco a menos gente, me gusta estar ahí.

Usted fue un tipo difícil para la prensa.
Tenía un carácter muy difícil. Tenía muy mala uva. Hay periodistas que me lo recuerdan. Pero yo me protegía sin hablar. No quería que la gente me conociese.

¿Y ahora?
Más o menos igual.  No sé ni por qué le he concedido esta entrevista. No tengo nada que vender. No busco la publicidad. Y con todas las redes sociales. Se puede volver contra mí, pero hace poco leí las entrevistas que le hizo usted a Herminio Díaz Zabala y a Leanizbarrutia, me gustó y me dije, ‘vamos a probar con él ‘, me gustaron, me ha gustado.

 

 


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