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“Ponte tú mismo el salario, pon una cantidad con la que puedas vivir bien”

Javier Moracho, el vallista que fue tres veces olímpico, trabajó durante 30 años de relaciones públicas en la Vuelta Ciclista a España gracias a una oferta irrechazable. 

 

Fue un vallista descomunal. Fue 17 veces campeón de España entre los 60 y 110 metros vallas. Y fue tres veces olímpico (Moscú, Los Ángeles y Seúl). Y, aunque parezca mentira, hoy me atrevo a presentarlo como un hombre dividido en dos: ciclismo y atletismo.

De hecho, ahora en sus redes sociales, aparte de la familia, gobierna el ciclismo, la bicicleta.

-Siempre digo que si yo no fui ciclista fue porque en mi pueblo no había club ciclista -le recordaba a Ignacio Romo en una entrevista reciente en ABC.

Su pueblo es Monzón, el pueblo de Javier Moracho, que hoy es un hombre de 66 años, ya jubilado y que, hasta que llegó la pandemia, fue relaciones públicas de la Vuelta a España, desde aquel día en el que le llamó Enrique Franco, director de la empresa.

Y le dijo lo que cualquier trabajador desearía escuchar de sus jefes:

-Ponte tú mismo el salario, pon una cantidad con la que puedas vivir bien.

Y fueron treinta años en los que Javier Moracho casi nunca dejó indiferente a nadie. Ni por lo que hacía (capaz de participar en pruebas ciclistas como la Quebrantahuesos, la Titan Desert del Sahara, la Transpirenaica, el Desierto de Atacama, Mongolia, Brasil y Argentina) ni por su pasado en el que, naturalmente, aparecía uno de los dioses de su época: el gran Edwin Moses.  

-Él siempre me decía que entrenaba 4 horas a muerte y el resto del día para prepararse y si lo decía él, que ganó 122 carreras seguidas y estuvo casi 10 años imbatido, ¿por qué lo iba a dudar yo?

Y por eso a los 32 años, cuando se retiró del atletismo, Moracho ya había aprobado las oposiciones como profesor de instituto. Es más, tenía plaza fija en el de Pedraforca, en Hospitalet, a cinco minutos en moto de su casa desde la Avenida Diagonal.

Y esa claridad de ideas, y esa facilidad para expresarlas y organizarlas en público, también forma parte del patrimonio de Javier Moracho, un tipo marcado para siempre por aquel telegrama que recibió en su casa a los 16 años y que le abría las puertas de la residencia Blume de Barcelona

-Solo te pongo una condición, que tienes que estudiar -le dijo su padre, que era un obrero de la industria química de Monzón.

Desde 1990, cuando dejó las vallas, cuando se le acabó la motivación, el atleta desapareció más que en contadas ocasiones, porque el hombre huyó de los impactos.

Pero, a cambió, apareció el ciclista con letras mayúsculas, el hombre enamorado del ciclismo que comenzó a practicarlo gracias a su hermano porque “un día me dijo que si me apuntaba con él a la Quebrantahuesos en Huesca”.

Y, sin estar todavía preparado, la hizo.

Y la terminó.

-Pero la acabé por amor propio en nueve horas.

Y ahora, que está jubilado y que se dedica casi en cuerpo y alma a sus nietos, Javier Moracho sigue siendo un hombre inseparable de la bicicleta y del ciclismo que le permitió trabajar 30 años en la misma empresa: Unipublic.

Y en el equipaje estaba el joven que triunfó por las pistas del mundo entero, el atleta que tuvo ese entrenador que siempre le prohibió doblar entreno mañana y tarde (“jamás lo hice. Hay otras cosas, me decía siempre mi entrenador”) y lo que aprendió de ese mismo entrenador, que fue Jaime Enciso, un licenciado en Derecho que había trabajado de procurador en los Tribunales y cuando era jovencito y le veía preocupado se lo decía:

-Es que mañana tengo un examen y no lo llevo bien preparado -le podía contestar Moracho.

-Deja el entreno y vete a estudiar – replicaba el entrenador y automáticamente el atleta pensó, ‘este tío y yo nos vamos a llevar muy bien’.

Y claro que se llevaron bien hasta que Jaime se fue con 80 años y Moracho estuvo con él hasta el final, hasta el último día.

Porque Moracho, el hombre que luego fue el relaciones públicas de la Vuelta Ciclista a España, fue un reflejo de lo que aprendió de joven. Y eso fue lo que le permitió cuando llegó a la cima del ciclismo y le tocaba tratar con José María García, con José Ramón de la Morena o con Luis Ocaña (que fue uno de sus ídolos) estar siempre a la altura.

Porque él ya había entendido que “lo importante es la actitud. No decir que ‘yo no puedo hacer eso’, porque en la vida todo se puede aprender”.

Y todavía hoy, a los 66 años, Javier Moracho se lo recuerda a sí mismo en esas largas horas montado en bicicleta en los bosques de los Pirineos.


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