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“Miré mi DNI y me dije: ‘prefiero vivir y una economía de guerra'”

Celestino Prieto fue un mítico gregario en los ochenta. Quizá el mejor gregario que nunca tuvo Sean Kelly. Hoy, es un hombre de 61 años que ha conseguido ser totalmente dueño de su propio tiempo.  Tuvo la valentía y la posibilidad de tomar esa decisión.

“Llevo una vida relajada. No hago absolutamente nada. Sólo descansar, estar con los amigos y sacar al perro”, explica Celestino Prieto (61 años) desde Sant Pere de Ribes, donde está ahora su casa, a un paso de la montaña. “Trabajaba 14 horas al día, sábados y domingos incluidos. Me di cuenta que la vida se pasa, que la vida se quema y que esto no era vida”.

Y a los 60 años cambió su vida. 
Es verdad. Preferí empezar a vivir. Pasé de cien a cero. Me faltaba tiempo hasta para respirar. Pero llegó la pandemia y quedé en el limbo. Vi que tenía recursos para vivir. No demasiados pero sí los suficientes para adaptarme a una economía de guerra. Y en eso estoy ahora.

¿Y cómo son sus días?
Se me hacen cortos. Por la mañana salgo en bicicleta y luego voy a pasear con la perra por la montaña, que me queda a 50 metros de casa. Tengo el tipo de vida que quería. Puedo aparcar en la puerta de casa. No hay ruidos, y luego tengo a un paso todo. Si quiero bullicio está al lado.

Un afortunado. 
He conseguido una vida equilibrada. Tengo menos aspiraciones. Sólo aspiro a tranquilidad. Mis hijas ya tienen 34 y 28 años y vuelan solas. Así que llegó el momento de levantar el pie. Miré mi DNI y me dije: ‘Celestino, tienes que empezar a vivir un poco la vida’.

¿Y de qué vive?
De alquileres de las propiedades que tengo.

Es un buen plan de pensiones
Puede ser, lo decidí así.

¿Y eso es lo que le dejó el ciclismo?
Sí, el producto de los años trabajados, del sacrificio, porque el ciclismo me dejó, sobre todo, mucha disciplina, un modo de vida en el que dejé toda mi infancia, toda mi juventud. Mi actividad no era ir al cine cuando dejaba de estudiar, sino entrenar, competir. Y la vida normal no es eso.

La vida normal tiene más cosas. 
El otro día, en una reunión con ex ciclistas, vino Alex Zulle. Nos dijo que tenía una empresa en la que se dedicaba a asesorar a ciclistas para prepararlos para el día después, para enseñarlos a hacer las inversiones para que la retirada no sea tan traumática. Y no llegue ese día en el que te preguntas: ‘¿qué va a ser de mí?’

Fue usted el mejor gregario de Sean Kelly.
Hacía mi trabajo. Intentaba hacerlo bien. No me escondía nunca. La ventaja es que Kelly nunca fallaba. Siempre estaba ahí.

Era como ir al banco a sacar dinero. 
Quizá alguna etapa podía fallar. Sobre todo si hacia mucho calor. Pero difícilmente fallaba. Siempre era un valor seguro. Era un hombre que le encantaba el frío. Era su medio y donde mejor iba. Sin embargo, nosotros era al revés. Nos gustaba el calor. Necesitábamos el calor.

¿Qué echa de menos?
Nunca me lo he planteado. Quizá ser más joven, pero eso es imposible. Me conformo con lo que viví. Fue una época entrañable. Sobre todo, porque en los hoteles los ciclistas nos reuníamos en el hall, tomábamos el café juntos, cenábamos juntos, vivíamos juntos, en definitiva.

Fue otro ciclismo.
La cabeza se usaba mucho antes. No te debían decir nada por el pinganillo. Estabas pendiente de lo que sentías, no de lo que te iban a decir. Te sabías la clasificación de memoria, el libro de ruta de cada etapa, los cruces, el aire. Te lo sabías todo antes de empezar.

¿Y usted se sabía su clasificación?
Yo buscaba a quien tenía que defender. Casi nunca miraba por mí. Mi trabajo fue mirar por los demás en Reynolds, en Kas, en la ONCE. Era un trabajo que me gustaba y que me hacía feliz. Me faltaba algo para ser un líder y lo acepté.

¿Y en la vida laboral fue tan feliz?
Sí. La diferencia es que de ciclista no tienes responsabilidades. No tienes la responsabilidad de educar a adolescentes con lo difícil que es. Pero cada etapa en la vida hay que torearla. Yo me dediqué a trabajar, trabajar y trabajar. Pero, lo que le he dicho, vino la pandemia y me presentó la posibilidad de una nueva vida.

Y fue valiente.
No vivía. Mi vida solo era trabajar. Te levantabas e ibas a trabajar y te ibas a dormir pensando en el trabajo. No vivías para tí. Mi tiempo no era mío sino de mi trabajo porque la postventa, que era a lo que me dedicaba, tiene mucho trabajo. Siempre había problemas. La gente que te dice ‘no era lo que yo pensaba’, mucho teléfono, mucho correo electrónico. Uno tiene mucha paciencia, pero.

¿Cree que esta entrevista hará pensar a mucha gente?
No lo sé. Habrá gente que sí. Pero cada persona tiene su circunstancia. Yo no tuve más remedio, y no fue un problema muy serio. Tenía esos recursos. Por eso yo no puedo ser un ejemplo y como tampoco tenía una edad para hacer proyectos…. La empresa paró el comercio y decidió hacerlo desde Francia y como yo era autónomo me quedé sin hacer nada.

¿Nadie le llamó nunca para volver al ciclismo?
No. Tenía mi modo de vida. Tenía mi tienda hasta que decidí dejarla porque me absorbía mucho y llega un momento en el que los chicos jóvenes te ven de otra manera. Mi vida ya no estaba ahí. Estaba saturado de nueve de la mañana a diez de la noche.

Esta conversación es una reivindicación del tiempo. 
Es cierto, sí.

¿Cómo va a invertir el tiempo mañana?
Saldré en bici, luego comeré y daré una vuelta con la perra. Y en el puente de todos los Santos me iré a Zamora. Mis raíces están allí. Mis padres están allí enterrados. Mi padre vino en los años sesenta a trabajar a Barcelona y yo viví aquí toda mi infancia.


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