Heri Frade es el narrador de ciclismo de la COPE. Un asturiano que de niño cantaba en el coro de la iglesia y que hoy admite que la música coral es uno más de sus recursos.
Sólo por ese acento de voz asturiano me juego la vida a que este hombre es un gran tipo. Se llama Heri Frade y tiene 44 años. Narra el ciclismo en la COPE desde 2010 y, además, es directivo del equipo de fútbol de su pueblo: la Sociedad Deportiva Lenense.
¿Es un aficionado o un trabajador del ciclismo?
Para mí, el ciclismo es un modo de vida. Lo que soy se lo debo a este deporte. Pero reconozco que mi relación con el ciclismo empezó mal.
¿Y por qué?
Con 13 o 14 años yo tenía gato al ciclismo porque iba a jugar al fútbol y mis padres no podían venir a verme. Es más, veía pasar a los ciclistas y a mi padre con la furgoneta para atender al equipo de ciclismo del pueblo. Y mi madre no podía venir porque era ella la que debía abrir la tienda: una tienda de decoración para el hogar (pinturas, edredones, cortinas…)
¿Fue usted buen futbolista?
No, horroroso, malísimo. Era defensa central. No quería ver el balón ni en pintura. Pero, mire, con 16 años debuté en Tercera en un día embarrado. Tenía que ser un día así. No podía ser de otro modo.
Un tipo realista.
De niño ya me defendía mejor con la voz. Cantaba en el coro de la iglesia y luego con el coro de voces graves. Recuerdo que me quitaba el barro de entrenar y me ponía el smoking para ir a cantar al coro. Desde entonces, la música coral es uno de mis vicios.
¿Eso le hace mejor periodista?
No lo sé, pero tener un oído más educado, sí. Es una herramienta más a la hora de narrar. De hecho, hay un fondo vocal que viene de ahí. Es imposible hacerlo todo de garganta durante 21 días, que dura una gran Vuelta, al ritmo que lo hacemos nosotros.
¿Es difícil narrar ciclismo?
A mí me resulta más difícil narrar el futbol porque ya no tengo educado el ojo para hacer fútbol. Y mire que el ciclismo me cayó por accidente. De la Morena nos mando a Rubén Martín y a mí al Tour de Francia y luego me quedé yo solo. Y el odio se ha acabado transformando en cariño.
¿Y como se hizo el cariño?
La fuerza de la costumbre. Al principio, todo el mundo me decía que escuchase las narraciones de Javier Ares, que era el mejor. Pero entonces entendí que debía buscar mi camino y desarrollar mi propia manera de ser.
¿Y está orgulloso?
Bueno, a mí, sobre todo, se me tiene que exigir que sepa de radio, porque los que saben de ciclismo, los que realmente marcan la diferencia, son los comentaristas.
¿Siente predilección por algún ciclista?
Soy muy de los ciclistas españoles. Nos va mejor cuando hay uno que puede ganar una etapa. Pero, sobre todo, soy del ciclista que da espectáculo como Pogacar que en esta época sería como James Bond. Vinnegaard, sin embargo, es Robocop. Y luego están los locos a los que les da igual ocho que ochenta . Y vamos a ver hasta donde llegan Carlos Rodríguez y Juan Ayuso, que es un loco del triunfo.
Usted se define como un perfeccionista.
Lo intento. Pero ser perfeccionista te puede llevar a hacerte daño. He sido muy cañero conmigo mismo, y eso no es bueno. Al principio me comparaba con los demás hasta que entendí que ese no era el camino.
¿A quién se comparaba?
Hasta a la competencia. Si les escuchaba me decía a mí mismo: ‘¿por qué yo no he tenido este mismo recurso en un momento dado?’ Pero quizá era cuando estaba buscando mi sitio.
¿Y ahora que ya lo ha encontrado?
Ahora, he entendido que hay que controlar la autocrítica. De hecho, se lo digo a mi hija que tiene 11 años y el último curso empezó a jugar al baloncesto. No daba un duro por ella. Pero con su perseverancia se ha convertido en una jugadora muy aprovechable. Me ha enseñado muchas cosas ver a mi princesa peleando como una guerrera.
¿Retransmite los partidos de su hija?
Mental y físicamente, no. Pero sí que algún día me pasó por la cabeza ambientarles el partido a través de un altavoz Bluetooth. Aún no lo he hecho. Intento frenarme. A veces me convierto en el tipo de padre que no conviene ni queda bien.
¿Qué sería de usted sin la voz?
Estoy aprendiendo a vivir en silencio. Pero sin la voz no hubiese sido feliz. Necesito la voz para todo. Podría aprender a decir las cosas con los ojos. Pero la voz es mi herramienta de trabajo. Es como si a un futbolista le quitas las piernas. Mi hermana me ha planteado la posibilidad de asegurarla.
¿Y cómo cuida la voz?
No hago nada. Procuro quitar los hielos a los gin tonics. Pero no soy escrupuloso. Eso sí, cuando la someto a más presión procuro portarme bien. Si trasnocho, aunque me cuide, si no duermo siete horas me meto en un lío. Se trata de un sufrimiento innecesario.
¿Qué ha aprendido de Manolo Lama, que es como Dios?
Se alimenta que nos llevamos mal desde que se pegó un cabezazo contra una viga en la redacción de Gran Vía 32 por mi culpa. Pero los dos últimos JJOO me tocó estar sentado con él en el IBC y vi que trabaja más que nadie, que llega antes y se va después que nadie con sus rotuladores fosforitos. A su lado, te das cuenta que hablas con alguien de otra dimensión. Tiene un fondo cultural deportivo y un fondo personal maravilloso.
¿Y qué hace?
Eso ya lo debe decir él.
Entiendo que en su oficio no hay prisa por jubilarse.
No lo sé. Igual que los futbolistas llegan un momento que tienen el sentimiento que le deben cosas a la familia. Aquí hay alguno que le puede pasar. Paco González no creo que vaya a llegar a la edad de Pepe Domingo Castaño haciendo ‘Tiempo de juego’ y Lama va a estar en el término medio. Pero se lo han ganado a pulso decidir ellos el final.
¿Y usted?
Para mí, el ciclismo es una excusa para hacer radio. Yo he llegado a narrar un Tour de Francia desde mi casa. De hecho, debo agradecer la paciencia al vecino del séptimo y del noveno porque la habitación no estaba insonorizada. Pero por eso digo que la excusa para hacer radio puede estar en cualquier parte.
