El Barça no se mancha

Laporta, en un momento de la Asamblea del Barça

Laporta, en un momento de la Asamblea del Barça / FCB

Rubén Uría

Rubén Uría

En semana santa, el barcelonismo salió a por tabaco y cuando volvió a su casa, se la encontró llena de alemanes. ¿Quién les dio la llave para entrar? Fue un doble fracaso. Uno duro, deportivo, en el campo. Otro, más grave, social, en la grada. Hubo gente que se sintió intimidada en su casa, gente que aguantó insultos y gente a la que les vomitaron encima. O peor. Gente que llevó al campo a sus hijos y salió huyendo para evitar jaleos y peleas. Triste y bochornoso. Joan Laporta hizo autocrítica. Dio la cara y ofreció explicaciones.

Ahora le falta cumplir con la obligación que tiene con los socios, con los que le votaron y con los que no. Contar por qué pasó, asegurarse de que no vuelva a pasar y si hace falta, depurar responsabilidades. Si pasó lo que pasó, es porque no todo el mundo hizo bien su trabajo. Si se traicionó al socio para rascar pasta gracias a los turistas, alguien tiene que pagar. Si se vendieron carnés, algo que está prohibido, habrá que replantearse los requisitos para ser socio.

Si el club no controla el destino de sus entradas, el periodismo debe hacer preguntas incómodas. Si los 3 millones de euros recaudados fueron el precio de una vergüenza infinita, alguien ha convertido a un club grande en uno realmente pequeño. Y si este disparate tiene que servir para algo, que sirva para amputar los tentáculos de la reventa que todos dicen combatir y siempre termina por sobrevivir.

Esta junta debe dar ejemplo. Si no fue culpa suya, tiene que poner los medios para que eso no se repita. Y si fue culpa suya, fuera en el porcentaje que fuera, tendrá que conjugar el verbo menos común del país: dimitir. La mancha de los ‘okupas’ alemanes es tremenda. Y la profundidad de la herida sólo se podrá suturar con explicaciones, transparencia y si hacen falta, dimisiones. Esto no puede acabar siendo un Messi 2.0, donde nadie tuvo la altura moral de explicar al socio, el porqué del adiós del mejor de todos los tiempos, cuando 48 horas antes estaba renovado. Aquello se resolvió desde el miedo a explicar por qué se iba el que se quería quedar y se maquilló recurriendo a lugares comunes, discursos vacíos y posturas melifluas. Ojalá este asunto de los ‘okupas’ no quede en el limbo, como lo del adiós del argentino.

Aquí hay que estar a la altura. Primero, porque los dueños del Barça merecen que les cuenten la verdad. Segundo, por coherencia, porque si esto pasa en el Bernabéu, la prensa de Barcelona, tuviese culpa o no, habría convertido a Florentino Pérez en carne de meme. Y tercero, porque el Barça puede perder un partido, una eliminatoria, un título o cinco, pero no puede perder su imagen. Porque si pierde su imagen, lo pierde todo. El Barça no se mancha.