El entrenador de 90 años, sin más

Publicado por
Alfredo Varona
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Alfonso Ortega es un mito del atletismo español. Sus primeros JJOO como entrenador fueron los de Mejico 68. Hoy, Feijoo, el presidente debla Xunta de Galicia, se refiere a él como “el jefe”.

“Jefe, ponte al lado mío”, le decía el otro día Alberto Núñez Feijoo, presidente de la Xunta de Galicia, a Alfonso Ortega en un acto oficial del atletismo en Vigo.

Alfonso Ortega es un hombre de 90 años: un verdadero mito del atletismo español.

Menos campeón olímpico lo ha sido todo: necesitaríamos para explicarle una enciclopedia por fascículos en la que, por supuesto, Feijoo también hablaría de él.

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Se acordaría entonces de cuando iba a entrenar a Castrelos y le preguntaba:

– Jefe, ¿lo estoy haciendo bien?

El jefe siempre será Alfonso Ortega, uno de esos personajes que, como los actores del cine en blanco y negro, deberían ser eternos.

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Sus primeros JJOO fueron los de Méjico 68 cuando llevó a Carlos Pérez y a Álvarez Salgado y los últimos los de Atlanta 96, donde aún se reprocha lo que pasó.  

– Julia Vaquero no fue campeona olímpica de 10.000 por culpa mía.

Lo dice desde su domicilio en Vigo, en la calle Gran Vía, un octavo piso desde el que se contempla la península de Morrazzo.

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– Hace dos o tres años dejé de entrenar para siempre: ya no puedo, ya no me da el cuerpo.

Vigo es una ciudad difícil, cosida en invierno a la humedad y al paraguas para los entrenadores como Alfonso Ortega al que hace 10 años pusieron cinco stents en el corazón.

Pero, si por él fuese, el jefe seguiría siempre al pie del cañón relatando su método:

– Nunca existirá un sistema que valga para todos. Es inútil pensarlo.

Y lo explica:

– Hasta que no conoces a un atleta, hasta que no descubres sus virtudes y sus defectos, nunca sabrás lo que le puedes exigir.

– Pero, claro, conocer a un atleta lleva tiempo -matiza-, porque el tiempo es la mejor enseñanza para los entrenadores.

Y el caso es que Alfonso Ortega llegó tarde al atletismo. Él siempre había sido un hombre del hockey patines. De hecho, estaba en el Hospitalet cuando le destinaron a Barcelona por su trabajo como jefe comercial de la CAMPSA.

– Allí un compañero me dijo: ‘¿por qué no te haces juez de atletismo?’

Y se hizo juez de atletismo.

Y luego se hizo el entrenador.

Y, a partir de ahí, arrancó una historia que se aproximó al infinito, que viajó por todo el mundo (Kenia, Japón, Ciudad del Cabo…) y que se convirtió en una marca registrada.

Hoy, decir el nombre de Alfonso Ortega en el atletismo es ponerse de pie.

– Sí, la verdad es que yo me siento muy orgulloso de mi padre -constata su hijo mayor, un tipo de 63 años que en su juventud llegó a saltar más de 2 metros.

El orgullo pesa. Claro que pesa porque no sólo fue lo que logró Alfonso Ortega.

También lo que procuró en “aquellas visitas que hacía por toda España a las promesas del atletismo” en las que siempre se reunía “con los padres y con el entrenador” y les preguntaba:

– ¿Cuánto tiempo le lleva el deporte a su hijo? ¿Cómo está repercutiendo en sus estudios?

– Después, enviaba los informes a la Federación.

Hasta ese día de 1989 en el que el presidente Odriozola le propuso:

– ¿Por qué no te dedicas en exclusiva al atletismo?

Alfonso Ortega pidió la jubilación anticipada en su trabajo.

Fue un seleccionador de fondo modélico, cuentan de él.

Un tipo tan tan especial que aún se percibe al escucharle hablar ahora, a los 90 años: ya no oye bien ni puede caminar tanto como le gusta ni puede despistarse un segundo frente a la amenaza del covid.

Pero tiene algo este hombre: el gran Alfonso Ortega.

Nos podría hablar de los JJOO de Mejico 68 o de los de Munich 72 porque él estuvo ahí, sin ir más lejos, el día que Lasse Viren acabó con el sueño de Mariano Haro.

Pero, sobre todo, nos podría contar vida y milagros de Julia Vaquero que, ahora que ha vuelto a correr, aún le dice lo que entrena y le pregunta, “¿crees que lo estoy haciendo bien?”, y a saber lo que dice Alfonso Ortega, porque eso ya no es lo más importante.

– Me interesa más saber como estás tú, Julia.

Aquella joven que se quedó tan cerca de ir a los JJOO de Barcelona 92 y que después pudo tomarse la revancha en los de Atlanta 96.

– Tres semanas antes, Julia había ganado en Barakaldo a Fernanda Ribeiro que luego fue campeona olímpica.

– Julia no lo fue porque ese día, en esa final yo no supe dirigirla -justifica hoy.

Pero así es la vida. Los errores forman parte de la vida. Nadie puede explicartelo también como un hombre de 90 años.

Un señor que terminó la carrera de profesorado mercantil en 1951, donde conoció a su mujer Emma Turienzo, que estudió lo mismo que él, que tiene la misma edad que él.

La fotografía es un tesoro: los dos juntos, marido y mujer.

Atrás quedan años y ciudades, la memoria y el cariño: el atletismo y el paso del tiempo .

– Con 80 años todavía jugaba al tenis con mi padre -explica hoy su hijo que, por cierto, está al borde de la jubilación.

Pero la edad, uff la edad. Si no fuese por la edad, Alfonso Ortega todavía seguiría entrenando al equipo del Celta con su paraguas, con sus ojos de campeón olímpico.

También habría corredores del montón como Feijoo que le seguirían preguntando en Castrelos o en Balaidos:

– Mire usted, jefe, ¿lo estoy haciendo bien?

No se sabe entonces lo que contestaria el jefe (“porque cada atleta es un mundo”) pero sí se sabe lo que le contestó a Feijoo el día que le dijo que se iba a Madrid.

– Alberto, no te puedes ir a Madrid. Te tienes que quedar en Galicia porque te necesitamos más.

Quizás sea el sexto sentido que a veces solo tienen los entrenadores.

 

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Alfredo Varona