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Un vaso de leche en la discoteca

Hoy entramos en una casa que puede ser la tuya: la de un maratoniano. El día dura lo mismo que en cualquier otra: 1.440 minutos. Pero en esas casas se asisten a historias que nos diferencian y en la que, efectivamente, te puedes encontrar a ti mismo pidiendo un vaso de leche en una discoteca de madrugada.

En casa de un maratoniano, los días duran lo mismo que en la nuestra: 1.440 minutos exactamente. Pero la música de fondo es distinta. En ella, se escucha el sonido del cronómetro, el precio de las zapatillas y se retratan motivaciones distintas a las de una reunión de la comunidad de vecinos. El debate se cierra con ensaladas, platos de pasta y fruta de postre. Y, entre las siguientes posibilidades que existen, siempre se pondrá de ejemplo el valor del desayuno. Quizá porque ese es el legado de convivir con un maratoniano.  Un atleta que, en realidad, sabe que con la alimentación no se juega, porque es una herramienta más del entrenamiento. Hasta se puede asistir a casos extremos como aquel que me contaba Sergio Fernández Infestas una madrugada del año 80 en una discoteca de Córdoba en la que lo primero que pidió fue cerveza sin alcohol. “Cuando el camarero me dijo que no había le pedí agua mineral. Y cuando me dijo que tampoco había le pedí un vaso de leche. Yo entonces era lo más cuadriculado del mundo”.

“La posibilidad de rejuvenecer corriendo, de ajustar cuentas con el espejo o de descender el número de pulsaciones”

Pero ser maratoniano es exponerte a eso o a que aparezca un hombre en tu vida como Armando Betancourt que te diga que “el mejor regalo de cumpleaños que pueden hacerme es el de bajar una marca”. Porque son emociones que no tienen precio y que explican compromisos que duran las 24 horas del día. La posibilidad de rejuvenecer corriendo, de ajustar cuentas con el espejo o de descender el número de pulsaciones del corazón lo que explica a una clase de gente distinta que nadie retrató como Enrique Molina en aquella conversación que tuve con él nada más volver de los Juegos de Sidney. Fue hace 17 años, pero yo aún no la he olvidado: “El atleta está siempre cansado”, me dijo sin imaginar que, por encima de una conversación, aquello era una herencia para el ser humano.

Eran tiempos en los que las conversaciones tenían más valor. Quizá porque no existían las redes sociales, capaces de comparar, a día de hoy, nuestro cansancio con el de Javi Guerra. Pero del maratón hemos aprendido eso y que no pasa nada por ser valiente ni por repartir las comidas en cinco veces ni por beber dos litros de agua al día.  Porque nuestros músculos forman parte de nuestras ambiciones y los músculos están compuestos en un 70 por ciento por agua, que es la que determina que mañana uno tenga paciencia para aguantar en carrera. De ahí que lo más anónimo para los demás sea lo más importante para ti o que la poesía sea capaz de enfrentarse hasta los villanos más altos de la historia del cine. “Mi entrenador alquiló una bicicleta para hacer el maratón conmigo”, me contaba Jesús España al recordar el día que debutó en el maratón, en Sevilla. “Y, de repente, el domingo, cuando se levantó, vio que se la habían robado. Y sólo él y yo sabemos lo que tuvo que hacer para conseguir una”.

“El maratón es de esos sitios donde la rebeldía se siente más a gusto”

Pero así es el maratoniano, imposible de resumir en 140 caracteres de Twitter, capaz de trasladar su estado de ánimo a los dígitos de un reloj.  Un tipo que sabe que la cantidad de oxigeno que sea capaz de transportar su sangre diferenciará el éxito del fracaso. Por eso en casa del maratoniano se demuestra que algo tan simple como ordenarse se traduce en algo tan complejo como emocionarse y hasta le licencia a uno para escuchar historias más duras que la tuya como volvía a contarme Sergio Fernández Infestas en La Coruña este verano. De repente, apareció en su vida un día de los años ochenta en el que su hermano y él preparaban maratón bajo la batuta de Antonio Postigo de entrenador y llegaron a entrenar 80 kilómetros en un solo domingo: 40 por la mañana y 40 por la tarde en El Retiro, increíble.

No sé si le molestará que hoy lo recuerde delante de ustedes. Pero confío que no, porque Infestas retrata como nadie a este personaje tan literario como es el maratoniano, imposible de encerrar en una caja de zapatos. Una escuela de idiomas que atraviesa ciudades. Es más, ahora usted puede estar en Viena o en Barcelona y, si se asoma a la ventana de una gran avenida con la luz del día, siempre verá a alguien corriendo que probablemente prepara maratón. Y eso es lo más bello de toda esta historia en la que nunca se sabe lo que pasará. Pero sí se sabe que las emociones jamás le suspenderán a uno de empleo y sueldo. Quizás porque el maratón es de esos sitios donde la rebeldía se siente más a gusto y en la que viendo que han existido hombres, capaces de entrenar 80 kilómetros al día, tú ya nunca escaparás de la lógica o la ilógica del vaso de leche en la discoteca.

@AlfredoVaronaA


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