Un hombre en busca de un milagro

Publicado por
Alfredo Varona
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Andreu Blanes es un ingeniero de 28 años que solo ha corrido dos 3.000 obstáculos en su vida y que lo ha hipotecado todo por clasificarse para Tokio. Vive de alquiler por 300€ en Madrid. Llegó a ser 7 del mundo en orientación y una frase en la habitación de Eusebio Cáceres cambió su vida:
Solo los que ven lo invisible pueden lograr lo imposible”

El último día que estuve en el INEF Juan del Campo me acercó en su coche hasta la parada de Metro de la Ciudad Universitaria.

En el viaje hablamos de mucha gente, entre ellos de un atleta que yo desconocía: Andreu Blanes.

“Ha venido aquí para clasificarse para los JJOO”.

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Juan del Campo despertó mi curiosidad.

Se me ocurrió imaginar que en él podía existir una gran historia.

Después de escucharle podría prometer que es así.

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Andreu Blanes es un atleta de 28 años que un día entró en la habitación, en la residencia Blume, de Eusebio Cáceres, amigo y compañero suyo de colegio en Onil (Alicante). Allí, en esa habitación, se dejó deslumbrar por una frase que Eusebio tenía pegada en la pared:

-Solo los que ven lo invisible pueden lograr lo imposible.

Se hizo una foto a su lado y, quizás bromeando con lo imposible, Antonio, un amigo suyo, escribió dentro de la fotografía para que se viese bien:

-TOKIO

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Al cabo de unos meses, Antonio recibió la respuesta de Andreu:

-Oye, tío, ¿sabes que esto ha dejado de ser una broma, que creo que puedo ir a los Juegos y que voy a intentarlo?

Andreu había reunido a sus padres y a su hermana mayor, que trabaja de dentista en Onil.

– ¿Puedo hacerlo? Estaríais dispuestos a apoyarme?

– Te hemos apoyado siempre y esta vez no va a ser diferente -le contestaron sus padres.

Andreu Blanes fue un niño de Onil (Alicante) que un día descubrió las carreras de orientación en el monte. Llegó lejos, tan lejos que fue subcampeón del mundo junior en Polonia en 2011 y dos veces séptimo en un Mundial absoluto, a solo tres segundos de la medalla.

Hasta que llegó él los entrenadores decían: “Nosotros empezamos a mirar las listas por abajo”. Con él fue diferente.

Pero, a los 26 años, Andreu descubrió un problema en la orientación: no había dinero, no ganaba dinero. A lo sumo, el alquiler que le pagaba la Federación en la casa de la sierra de Guadarrama en la que vivía.

-El crédito se me está acabando – explicó en casa.

Y entre las posibilidades que se le ocurrían estaba la de dejarlo todo, la de volver a Onil, la de empezar a trabajar, porque él es ingeniero. Se ha graduado en ingeniería civil y tiene el C-1 en inglés: no falta formación.

Pero entonces se acordó de ese hombre mayor que una vez le puso la carne de gallina.

-Ojalá hubiese intentado hacer lo que me gustaba cuando tenía tu edad. No tengas tanta prisa por encontrar un trabajo, que eso ya vendrá. Pero los sueños que se van ya no vuelven.

Fue uno de los argumentos que explicó en casa:

-No todo es el dinero. A mi edad no todo es el dinero.

Su hermana rompió el silencio:

-Andreu, ¿dónde se celebran los próximos JJOO que no me acuerdo?

Desde entonces, han pasado dos años que han pasado volando.

Hoy, Andreu vive en un piso compartido en la Avenida de Valladolid: paga 300€ por su habitación, va los lunes por la tarde a hacer la compra al Mercadona, conduce un Toyota Yaris que ya ha cumplido 8 años y cada día sube caminando a las pistas del INEF.

Allí le recibió Juan del Campo por primera vez con una idea que se le quedó grabada desde que lo aceptaron en el grupo:

-Hay gente que está a otras cosas y gente que sabe lo que quiere.

Andreu Blanes miró al frente y no dudó lo que veía, que era lo mismo que quería ver:

-JJOO de Tokio 2020.

Juan del Campo le hizo ver entonces: “Tranquilo, porque tendrás otro ciclo olímpico”.

Pero él le respondió que no sabría decir, que ser atleta es caro para él, que sólo vivir en Madrid le lleva aparejado 500€ que a veces debe pedirlos en casa, que hasta su móvil funciona con el pack familiar que tienen contratado sus padres, que no sabría si dentro de cuatro años se lo podría permitir.

Decidió que el momento era ahora.

Y en esas está Andreu Blanes que descubrió que los 3.000 obstáculos era una prueba idónea para él, “acostumbrado a trabajar la fuerza en los bosques”.

Hoy sabe que es dificilísimo lo que pretende, pero si no lo intentase entonces sería imposible. Y Andreu, básicamente, sigue siendo el mismo que hace 10 años llegó a Madrid a estudiar ingeniería aeronáutica.

La diferencia está en el tiempo que pasó, en el que Andreu Blanes aprendió a sacar ventaja de lo peor como aquella fractura de estrés en el escafoides que sufrió el año pasado.

Nunca había sufrido una lesión tan grave. Creía que se podía hundir el mundo y no fue así: no se hundió.

Para entonces, ya había realizado las dos únicas carreras de 3.000 obstáculos de su vida. La primera en 8’52”; la segunda en 8’41”. Aún le faltan 20 segundos para la mínima olímpica, “que es un mundo”, pero dejemos que sea el futuro, “antes de pensar que este tío es un flipado que se piensa que se lo van a regalar”.

A mí no me lo ha parecido.

Juan del Campo también me hizo saber que hay argumentos para imaginar que es posible.

Y, mientras tanto, él pone toda la carne en el asador.

Y está entrenando bien (140 km a la semana). Y acaba de bajar de 29 minutos en 10K. Y a nivel fisiológico aguanta unos entrenos que antes ni se imaginaban.

Pero, si hay que elegir, prefiero escucharle. A la gente hay que escucharla siempre. “Las emociones también valen la pena”.

Después, tenemos la opción de pensar que al final todo saldrá bien y, si no sale bien, es que no es el final.

Pero ahí ya no me quiero meter: yo solo he contado l18a historia.

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Alfredo Varona