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Tratado de paz con los pies

Se trata de la cenicienta del cuerpo humano como explica Ángel de la Rubia, el hombre que ha hecho las plantillas al rey Juan Carlos, el responsable del área de podología del maratón de Madrid. “El pie nunca deja de reinventarse”. 

Hace una hora que me despedí de él y todavía le imagino mirando los pies, acercando las manos a la camilla. Quizá porque hay imágenes invulnerables como la de esa bata blanca luchando frente al misterio o poniendo de ejemplo al pasado.  “El pie consiguió liberar a la mano de andar”. Así que si esta vez no consigo enamorarme de los pies, creo que ya no lo haré nunca. De ahí el valor de escucharle a él, Ángel de la Rubia, un prestigioso podólogo deportivo de 59 años, cuya biografía dio la vuelta al mundo. Pero hoy, por encima de los recuerdos, están las palabras que le ayudan a uno a solidarizarse con los pies, “la cenicienta del cuerpo humano”, y a sacar la cara por ellos. “El pie es el gran maltratado por parte de la sociedad. No es la estrella. Se le da poca importancia y debería ser todo lo contrario porque gran parte de nuestros problemas físicos se originan en los pies, en la manera de pisar, en la de correr y hasta en la de vivir. Y no se trata de que yo haga apología del pie”, discrepa, “sino de recordar que el pie es el máximo protagonista de nuestra humanización”.

De ahí que hoy vayamos a firmar este tratado de paz con el pie. Sin ir más lejos, Ángel de la Rubia acaba de revisar esta mañana “las plantillas de un maratoniano que tiene los pies planos y que, sin embargo, hace buenas marcas en maratón”. Porque ese ejemplo es una radiografía del pie, “un mecanismo maravilloso compuesto de 33 articulaciones que lo ayudan a soportar cargas, a repartir tareas o a huir de problemas”. Una personalidad única en la que “no hay verdades absolutas, porque el pie nunca deja de defenderse ni de reinventarse ni de acomodarse a los zapatos, a las superficies lisas y a movimientos repetitivos. Porque, en realidad, el pie está hecho para transitar por la naturaleza y por las montañas como nos demuestra la prehistoria”.  Sin embargo, hoy ya no estamos en la prehistoria, sino en su consulta, donde uno  escucha a un hombre enamorado de los pies desde la infancia. “Tenía esa obsesión por ver andar a mí padre, por verle poner los pies en el suelo, pero el tiempo pasó y no fue posible. Aun así, yo nunca dejaba de preguntarme por qué. Quizá por eso desde los 5 años me convertí en su enfermero: le ayudaba a levantarse y le ayudaba a vivir, porque él, trabajando de albañil, había tenido un accidente a los 36 años en el que se fracturó la médula. Se quedó parapléjico y yo ya nunca tuve esa fortuna de verle andar y mire qué hubiera dado una parte de mi vida, pero…”


“Siempre digo que la mayor parte de las lesiones están fuera del pie, pero provocadas por el pie”

Hoy, el recuerdo es su mortivación. “A través de mí padre, descubrí lo que los pies pueden hacer por nosotros, lo que significa querer y no poder. De hecho, yo me decía a mí mismo, ‘Ángel, tienes que estudiar medicina para conseguir que los paraplejicos puedan andar’“. Por eso hoy también es emotivo escucharle, regresar con él a su infancia en el barrio de Fuencarral y hallar una espectacular herencia. “El pie no sólo me ayuda a sentirme libre. También a contemplar la vida con optimismo. Hay gran parte de nuestros sueños que están en los pies y tengo la sensación de que yo puedo ayudar a que se hagan realidad esos sueños de tantos corredores. Siempre digo que la mayor parte de las lesiones están fuera del pie, pero provocadas por el pie”, insiste Ángel de la Rubia, responsable del área de podología del maratón de Madrid, donde se funde en un abrazo con las estadísticas. “En 1996 atendimos a más de 500 corredores en la meta y este año a menos de 300. No se trata de que seamos mejores, sino de que sabemos más”.

 Aun así, sigue sin haber verdades absolutas. Ni siquiera los datos lo son, “porque lo que funciona para 100 siempre puede haber uno para el que no funcione. Por eso yo siempre defiendo que no hay enfermedades, sino enfermos y que la clave es encontrar un tratamiento personalizado para cada uno, que es lo que realmente nos va a diferenciar de las zapatillas: no existen zapatillas personalizadas, pero sí existen tratamientos personalizados“. La prueba entonces aterriza en su consulta, aparentemente gobernada por aparatos de última generación hasta que hablamos de sus manos. “La verdadera herramienta siempre será la camilla, donde la medicina se aleja de la anatomía descriptiva y pasa a la acción”. De ahí queda la enseñanza que también nació en errores de uno mismo.  “Sí, claro que yo he cometido errores. He corrido descalzo por la playa y he corrido con zapatillas de tenis, locuras de juventud, en realidad”, matiza él, un hombre que, curiosamente, se descalza y las plantillas no aparecen dentro de sus zapatos. “No las necesito excepto en momentos puntuales, como cuando hago el Camino de Santiago, pero que yo no las lleve no quiere decir que las plantillas no sean necesarias. Mi caso es distinto. Yo ya no hago esfuerzos de mediana ni alta intensidad corriendo. Pero, si pudiese hacerlos, las tendría. Aunque pises bien, siempre vas a terminar pisando mal, porque el esfuerzo es así. Y ahí es donde entran las plantillas, capaces de aproximar el suelo al pie y de ayudarle a uno a vivir como quiere vivir”.

“Sólo hay que aceptar que la perfección no existe y que lo máximo que podemos hacer es reducir distancias con la perfección”, insiste a lo largo de esta conversación, en la que el podólogo recuerda que “el pie plano es el que provoca más lesiones” y hasta duda que “correr un maratón con pies planos sea una buena idea”.  También pelea frente a los prejuicios: “Todos somos pronadores, en realidad. La supinación no existe. Hay corredores que no pronan o pronan muy poco”, diferencia, sea en el kilómetro 1 o en el 42 del maratón. “Al final, tiene que haber un momento de la carrera en el que todo el pie esté apoyado en el suelo”. Y en el viaje hay una pelea que nos iguala a todos, antes y después de entrar en consulta. “Se trata de vivir sin dolor. De hecho, estamos aquí para ayudar y hasta para recordar que silencio corporal es igual a salud. Pero tampoco podemos cerrar los ojos. Y, como dijo aquella frase, si a partir de los 50 años no te duele nada, es que estas muerto”.

El caso es relativizar. La prueba figura en el dolor, “que es una sensación muy subjetiva” y que hoy, por ejemplo, nos recuerda que casi todo tiene solución menos el recuerdo de su padre. Quizá porque hoy ese recuerdo sigue concursando en su vida. “De niño, siempre me preguntaba: ‘si todo el mundo está de pie, ¿por qué para mi padre es imposible?” Una pregunta que también definió a Ángel de la Rubia el día en el que dejó su vida como enfermero (“había sacado la oposición en enfermería militar, estaba en Salvamento aéreo”) y se fue a buscar a los pies. “Me especialicé en biomecánica clínica y ortodopodología”. Hoy, sólo es una prolongación de ese día y de los motivos que precedieron a ese día en el que no encontró la palabra imposible por casi ninguna parte. Volvió entonces a recordar a su padre. “Estando como estaba, sacó unas oposiciones de terapeuta ocupacional en el hospital de La Paz y se convirtió en el primer paraplejico en llevar un automóvil. Me acuerdo que se adaptó un Citroën 2 Caballos, y hasta creó el primer equipo de baloncesto de paraplejicos en La Paz… Y si él logró eso ¿qué no podemos lograr los demás?”, sentencia en voz alta.

@AlfredoVaronaA 


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2 COMENTARIOS

  1. Quizá hubiera sido interesante preguntarle por temas de drop, amortiguación, minimalismo, descalzismo… se me ocurren tantas cosas en que nos podría dar una opinión de experto… en fin.

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