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Una temporada en el cielo

Los Diez mil metros es esa distancia en el atletismo que, cuando se corre en un campeonato de Europa, nadie echa de menos a los Africanos. Pero ayer, en la prueba más larga de la pista, habían unos ilustres colados en la figura de dos Keniatas que comparecieron disfrazados con el sari turco:

Arikan y Ali Kaya. ¡Un clásico ya!

Dos conocidos muchachos que vienen a ser una especie de versión atlética de los tintinescos Hernández y Fernández del fondo continental. Solo les falta correr con bombín y bastón, sino fuera una tarea harto incomoda. Empiezan sus carreras siempre juntitos, y luego les gusta jugarse el oro en los últimos metros. En principio, se dice que, “kaya Hernández”, es más rápido que, “Arikan Fernández.” Pero la realidad es bien distinta. Arikan siempre le gana en los metros finales. Debe ser duro para él porque los parabienes se los lleva siempre el veinteañero Kaya, que lo tiene todo por delante. Pero lo mismo les da igual. Parecen casi hermanos y tienen pinta de pasárselo pipa juntos en su aventura por Europa. A lo mejor,  quien sabe, hasta se reparten a pachas el botín de las carreras.

Mas allá de esta disputa de los dos turcokenianos, que ya viene siendo un soliloquio en los campeonatos de Europa de Cross, comparecieron en la prueba tres chicos nuestros que pertenecen a una interesante generación surgida en la piel de toro y que, de un tiempo a esta parte, vienen a relevar en la distancia, entre otros, al zar catalán, Carles Castillejo, o al gallego, Lolo Penas. Hablo, como no, de Juan Perez (Chiki Pérez)  6º, y el Soriano Dani Mateo, 7º, y el brillante Toni Abadía, que, finalmente, se hizo con un bronce de ley, aunque para ello necesitó sacar todo el arte que lleva en sus piernas.

EFE / VINCENT JANNINK
EFE / VINCENT JANNINK

Fue un bronce logrado con muchísima inteligencia. Y eso que el cuento empezó con los Turcos prácticamente metiéndose en el bolsillo de su pantaloncito nacionalizado los nobles metales de oro y plata.  De entrada metieron un primer mil con un cañonazo de 2:43″ que dejaron turulato al resto del convoy. Abadía, muy listo, no salió detrás del dúo dinámico. Lógicamente habría significado pegarse un tiro en la cabeza y en la gesta solo habría conseguido dejar un bonito cadáver en la pista. El discípulo del maestro Mareca, fue más listo y dejó que se fueran los dos trotamundos por el tartán con el viento fresco de Amsterdam. (O mejor dicho, fueron ellos los que se marcharon juntitos por la vía rápida.) Así que el maño se quedó agazapado en el grupo, por algo tiene la fisonomía de la cara igual que la de un gato. Así que esperó como esperan los atletas experimentados. Pero el no las tenía todas consigo. Para los más eruditos, anclados en el frikismo de la numerología, diremos que casi no ha tenido tiempo de preparar al detalle este diez mil. En las dos ultimas semanas tuvo que arengarse a todo meter unas series de 10×800 recuperando 1 minuto, y este pasado Lunes hizo, in extremis, 10×600 con una recuperación más justa de 55″. Unas series, como ven, de esas que deben dejar incendiado el gaznate y luego no hay bomberos de la tierra capaz de apagarlo.

Abadía había conseguido acumular en poco tiempo más volumen de kilómetros de los que acostumbra a realizar, pero no los suficientes. Y eso generaba dudas para esta carrera. Venía de preparar a conciencia el 5 mil y era un misterio si podía doblar las vueltas. Eso, lógicamente, tenía una cosa buena y una mala: Una ecuación talmúdica de una mayor punta de velocidad, pero, en detrimento de una menor resistencia. Por tanto se tuvo que encomendar al milagro de llegar entero y con posibilidades a las temibles 25 vueltas. Y lo logró. Vaya que si lo logró. De manera que consiguió hacer valer su condición de atleta de cinco mil con buen final para asestar un hachazo en los últimos 300 cientos metros que dejó temblando a los que se disputaban el único metal posible que dejó el binomio. Así fue como lo planeó desde el principio y la jugada le salió redonda. Aunque uno siempre se queda con la sensación de pensar que habría podido pasar si Abadía se ancla en esta prueba y la prepara con más tiempo, a conciencia. ¿Habría podido tutear al dúo dinámico? Tal vez. Pero, ¿Tendría ahora la mínima olímpica del 5 mil? Eso siempre quedará en la incógnita, y no importa mucho porque lo cierto es que si repasamos su temporada ese bronce sabe mucho más a oro puro. Veamos por qué.

Una temporada en el cielo.

Para el que no lo sepa su temporada empezó viniendo de lo más abajo, por no mencionar el infierno. Al principio, como quien dice, le atacó una inesperada infección de estomago y se perdió el famoso Europeo de Cross en Hyères. Aquello le dejó K.O y con la boca con la sensación de haber lamido una moneda. En la vallecana, el mismo Mike Keeguen, otro turkeniano sacado de la manga, y  aficionado DJ, pinchó su música y lo puso a bailar en el asfalto de la castellana como si nada. Ahí se vio que la distancia entre él y la élite mundial era todavía muy ancha. Pero todo ese amargor que venía acumulado de Hyères seguía muy dentro y había que escupirlo con fuerza. Y vaya si lo escupió.

Llegaron seguidos dos de nuestros grandes crosses, el de las piedras sagradas de Itálica y el clásico de Elgoibar. Y las piernas de Toni empezaron a oler a hierro y a pólvora. Aquí había Flow. En Itálica llegó a un minuto de la cabeza y tuvo al poder africano muy cerca. Pero es que en Elgóibar, ocurrió, en cierta manera, un hecho histórico que no se producía en España hacía muchos años: Salió a muerte, junto al poder de África y se pegó a ellos como la resina congelada. Aguantó hasta el final a hombres que han tenido tan poco en su vida que pueden soportar el mayor de los sacrificios para que nadie les arrebate su saquito de dinero de las carreras. Esos atletas son indestructibles al desaliento. Pues bien, se codeó con ellos. Entre otros con el Ugandés Toroitich,  o el talento etíope Tamirat Tola, chico de rostro triste, pero de piernas muy alegres, que saben hacer 26:57 en el diez mil. Luego llegó el campeonato de España de Cross celebrado en su tierra, y quedó claro que la distancia entre el maño y el resto de españoles era muy ancha, como corresponde a alguien que ya venía de ejercer de sopla-nucas de los africanos.

Más tarde en el campeonato de España de la distancia intentó la mínima olímpica del 10 mil establecida en un exigido  28´. Por desgracia,le prometieron liebres, y luego resultaron ser conejos con la cola gracil como la del del simpático tambor de bambi. Se pegó 15 vueltas en solitario. Y se tragó a puñados todo el agua del tartán. Su marca, 28:04 lo dejaba fuera de la mínima y con una sensación de hastío brutal. Tiempo después se desquitó del sabor agridulce de Maia, en el Laredo de su buen amigo Jonatan Flores, y le hizo un bonito regalo al quedarse a un tris de batir el mítico récord de la prueba de Tete de la Osa.

Toni abadia

Siguiendo su periplo, en el campeonato de España de 10 mil en ruta lo ganó con la gorra. Pero un momento. Tuvo un gesto hermoso que merece toda la atención: Cuando entró en meta clavó sus pies en el asfalto, y aplaudió a todos y a cada uno de sus rivales, en un gesto que demuestra porque estamos ante uno de los atletas más generosos del atletismo español. Otra de las características que le hacen especial, o valiente, cuando menos, es su faceta como activista atlético de puño en alto en contra de la pandemia del doping: No hay día que no salga a partirse la cara por su deporte con un texto o unas declaraciones que acuchillan, sin distinción, a los “malos” que dañan su deporte. El tío no pasa una, y desde luego la camiseta que lucía ayer con el lema de un deporte limpio la ejemplifica como nadie por toda la acción que lleva siempre sin descanso.

Afortunadamente, el atletismo, a veces, abre su avara mano y premia a atletas que se implican con su deporte. Así es como el chaval en Hengelo fue a buscar la mínima olímpica en el 5 mil, logrando un notable, 13:12. ¡Y la consiguió! Fueron días de felicidad, que aun hoy no han borrado la sonrisa de su cara y la de su inseparable madre, Juani Beci, que dicho sea de paso, le caen muy bien los ramos de flores que recoge de su hijo en las líneas de llegada. Se las merece todas. Ella y todas las madres que, en silencio, tienen a bien dedicar todas las atenciones a estos atletas que necesitan, a veces, más de lo que parece.

Puede que los fans se vayan algún día. Pero las madres como Juani resisten firmes a lo que venga, como una pica que sobresale en la inmensidad del mar. Por eso, seguramente, también es de ella ese bronce que sabe a oro. ¡Enhorabuena!

Ilustración: Unaitxo

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